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"Un gran artista" (Amor) |
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Biografía de Miguel Sawa en Wikipedia | |
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Música: Mendelssohn - Song Without Words, Op. 19, No. 6 |
Un gran artista |
Tiró el buril al suelo con ademán de loca desesperación, y dirigiéndose a la modelo, que continuaba aún de pie sobre la plataforma: —Hemos terminado por hoy. Puedes retirarte. La muchacha no se hizo repetir la orden, y corriendo a saltitos como los pájaros, el pelo suelto sobre la desnuda espalda, fuese a vestir detrás de un biombo, muy satisfecha con aquella determinación del maestro. —Bueno, pues hasta mañana. Tempranito, ¿eh? Eran las siete de la tarde y comenzaba a faltar luz en el estudio. El pobre artista quedóse unos momentos parado delante de su obra, y golpeándose la cabeza con rabia, los ojos llenos de lágrimas: —Decididamente yo no puedo decir como Andrés Chenier: «¡Aquí hay algo!» Después, algo más tranquilo: —Ha terminado mi vida artística. Estoy harto de luchar inútilmente. Me he convencido de que soy un pobre diablo. En el arte no debe haber términos medios: ó todo o nada. No creas que me hallo en una de esas malas horas de desanimación, que padecemos todos. Estoy tranquilo y sereno. Antes tenía una venda sobre los ojos que me impedía ver... Ahora veo claro. No quiero ser un cualquiera, un artista más. ¡Aspiro a la gloria! Y ya ves qué desgracia; ¡tengo la cabeza vacía! Y con voz irritada, los ojos febriles, pálido, convulsionado, llena la cara de gestos. —No tengo otro remedio sino retirarme a la vida privada. Me declaro vencido. ¡Qué diablo, todos no hemos de nacer genios! Y amenazando al cielo con los puños: —¡Pero ser impotente!... No me fue posible calmarle. El pobre artista estaba bien convencido de su nulidad. — ¡Bah! es inútil que trates de engañarme. Y apretándome las manos nerviosamente: —¡Gracios, amigo mío! * * * Pasó mucho tiempo sin que volviese a ver al pobre Alvarez. Acaso se habría marchado al extranjero a ocultar su derrota. Y fue una gran satisfacción para mí el día aquel en que le hallé en el Retiro, llevando de la mano a un precioso chiquitín de unos tres años de edad. —Sí; soy yo. Álvarez, el escultor. ¡Ah! Te extraña verme tan gordo y sanóte. ¡Qué quieres, chico, la buena vida! El arte me mataba... Ahora, ya ves, estoy fuerte como un roble. Y sonriéndose, con voz que hacía temblar la emoción: —Voy a enseñarte mi mejor obra. Agarró el pequeño en brazos. —Mi hijo... ¡Ya ves que soy un gran escultor! Era aquel niño, en verdad, un admirable ejemplar humano. Recordaba a los ángeles de Murillo. Tenía el pelo rubio y rizado y los ojos azules. Reía... —Sí, amigo mío—añadió Álvarez con tono de triunfo—la Naturaleza es superior al Arte. Y besando a su hijo en los ojos: —¡A ver si hay ahora quien se atreve a asegurar que yo no soy un gran artista! |
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