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Miguel Sawa en AlbaLearning

Miguel Sawa

"La siesta"

(Amor)

Biografía de Miguel Sawa en Wikipedia

 
 
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Música: Mendelssohn - Song Without Words, Op. 19, No. 6
 
La siesta
OBRAS DEL AUTOR
Amor
Abandonada
Al día siguiente
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Cansancio
Cuento de carnaval
Demasiado tarde
Día de fiesta
Dichas pasadas
Dolor
El aniversario
El crimen de anoche
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El señor ministro
Felicidad
Fragilidad
Gloria
Horas tristes
Humoradas
La comedia eterna
La derrota
La despedida
La lluvia
La mujer del autor
La musa eterna
La segunda juventud
La siesta
La viuda
Las fiestas del amor
Las víctimas del trabajo
Nochebuena
Programa del año
Proyecto de carta
Separación
Soliloquio
Tragedia
Traición
Una aventura
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Un desnudo de Rubens
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Estábamos escondidos detrás de la persiana. Eran las tres de la tarde, la dulce hora de la siesta.

Desde la calle, desierta a la sazón, subía hasta nosotros un vaho asfixiante que nos sofocaba. Hacía un calor insoportable. ¡Ni una ráfaga de aire que refrescara la atmósfera!

No nos atrevíamos a hablar por temor de que despertara doña Amparo, que dormía allá en un rincón obscuro de la sala, con la boca abierta, roncando a más y mejor.

—Si tú me quisieras un poco...

Ella me señaló con el dedo a su tía.

—¡Chist! Puede oírnos.

Yo estaba como absorto mirándola y remirándola, sin que mis ojos se saciaran nunca de contemplarla.

Ella, algo emocionada, se reía.

—¡Ni que tuviera monos en la cara!

Sí; estaba muy bonita con aquella ligera bata de verano que dejaba adivinar las bellezas de su cuerpo.

Y mis ojos se fijaban tenaces en su cuello desnudo, lleno de vida...

—Hablaré muy bajito para que no se despierte. ¡Si tú supieras lo que le agradezco a la buena señora que se haya dormido! Porque tengo que decirte muchas cosas.

Ella me interrumpió.

—Pues mira, di lo que quieras; pero no me mires así, con esos ojazos de loco... ¡Me das miedo!

Intenté cogerle las manos, pero ella se resistió valientemente.

—¡A que despierto a mi tía!

—Pues sí, muchas cosas... La primera... que te adoro.

— ¡Pues vaya unas novedades que me cuentas!

—Sí—continué—tú no sabes, chiquilla, lo que yo te quiero. Estoy loquito por tí. ¿Y cómo no quererte? Porque mujeres hay en el mundo, pero superiores a tí... ¡ninguna! ¡Dios mío, cada vez que te miro me pareces más hermosa! A veces—no, no te rías—siento ten taciones de arrodillarme delante de tí como si fueras la virgen; de arrodillarme delante de tí para adorarte.

Ella, muy emocionada, con los ojos bajos, suspiraba lánguidamente.

—¡Pero qué embusterísimo eres!

Yo entonces hice como que me indignaba.

—Te juro que digo verdad. Me ofendes con tus dudas. Yo no deseo más sino demostrarte prácticamente lo muchísimo que te quiero. ¿Pruebas? Pues mira, yo haré todo lo que tú me mandes, por absurdo que sea. Habla, que estoy dispuesto a obedecerte.

Hice una pausa esperando su contestación. Pero ella aparentaba no oirme, y fijaba sus ojos inquietos en la buena de su tía, que continuaba roncando ruidosamente.

—¡Vaya!—exclamé con exaltación—¿quieres que te haga ofrenda de mi vida? ¿quieres que me mate?

Ella entonces, verdaderamente asustada, lanzó un grito de terror.

—¡Jesús, Dios mío! ¡Tú te has vuelto loco!

La ocasión no era para desaprovechada. Antes de que tuviera tiempo de evitarlo, la cogí en mis brazos y uní mi boca a la suya.

Fue cosa de un momento. Cuando quiso protestar era ya tarde. Pero pasada la sorpresa, quiso huir, lanzándome una mirada llena de amor é indignación,

— ¡Para que yo vuelva a fiarme!

Y con voz que hacía temblar la emoción:

—¡Ya ves qué vergüenza si llega a vernos la tía!

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