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Biografía de Julia de Asensi en Wikipedia | |
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Los dos vecinos |
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I –Debe ser rubia, tener los ojos azules, una figura sentimental – dijo Santiago. –Te equivocas –replicó Anselmo–; debe ser morena, con brillantes ojos negros, cabellos de azabache, abundantes y sedosos... –No –interrumpió Genaro–; ni lo uno ni lo otro. Pelo castaño, ojos garzos, pálida, hermosa, elegante, esbelta. –¿De quién se trata? –preguntó Rafael, entrando en la habitación de la fonda donde discutían sus tres amigos. –Ven aquí, Rafael –dijo Santiago–; nadie mejor que tú puede sacarnos de esta duda. Aunque has llegado al pueblo hace pocos días, de seguro habrás observado que enfrente de tu casa vive una mujer acompañada de dos criados viejos, verdaderos Argos que la guardan y la vigilan, sin permitir que nadie se aproxime a su morada. Ninguno de nosotros ha alcanzado la suerte de ver a tu vecina, y hablábamos del tipo que imaginábamos debía tener. Tú, sin duda, la habrás visto, y podrás decirnos cuál acierta de los tres. –Sé, en efecto, que enfrente de mi casa vive una mujer que, como vosotros, supongo será joven y hermosa –contestó Rafael–; de noche llegan hasta mí las dulces melodías que sabe arrancar de su arpa o los suaves acentos de su voz; pero en cuanto a haberla visto, os aseguro que jamás he tenido esa suerte, y sólo he logrado vislumbrar una vaga sombra detrás de las persianas de sus balcones. Hasta ahora me he ocupado muy poco de ella; la muerte de mi tío, su recuerdo, que me persigue sin cesar en esa casa que él habitó y que heredé a su fallecimiento, todo contribuye a que no busque gratas sensaciones; así es que apenas me he asomado a la ventana desde que llegué, y cuando lo hago es como mi misteriosa vecina, detrás de las persianas; así observo sin que nadie pueda fijarse en mí. –¿De modo que no te es posible decirnos nada respecto a ella?–preguntó Anselmo. –Nada –contestó Rafael. –Yo apuesto un almuerzo a que he acertado –dijo Genaro. –Y yo lo mismo –añadió Santiago. –Y yo igual –murmuró Anselmo. –En cuanto sepa quién gana, os lo comunicaré –dijo Rafael–. En mi calidad de vecino, podré saber antes que vosotros lo que deseáis averiguar, y tendré el gusto en dar la nueva al vencedor. –Mañana –repuso Santiago–, partiremos los tres de caza al monte, y volveremos dentro de unos ocho días; entonces nos dirás cuál ha ganado de los tres. –¿Tú no nos acompañas? –preguntó a Rafael Anselmo. –No puedo –contestó el joven–; y además de tener ocupaciones, soy poco aficionado a la caza. –Supongo que no habrás olvidado que nos prometiste comer hoy con nosotros –dijo Genaro. –No; principalmente he venido por eso. Durante la comida se habló de la misteriosa vecina; se renovaron las apuestas, y a las once se separaron Rafael y sus tres compañeros, quedando estos en la fonda y regresando el primero a su morada.
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