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Capítulo 11
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Confesiones |
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CAPÍTULO 11 |
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Progreso a la escucha interior de Dios |
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11. Ya me tienes dicho, Señor, con voz fuerte en el oído interior, que tú eres eterno y solo tú posees la inmortalidad [substancial]; porque bajo ningún aspecto o movimiento te mudas, ni tu voluntad varía con los tiempos, porque no es una voluntad inmortal la que es ya una, ya otra. Esto me parece claro delante de ti, y te suplico que se me esclarezca más y más y que persista sobrio en esta manifestación bajo tus alas. También me dijiste, Señor, con voz fuerte en el oído interior, que todas las naturalezas y sustancias que no son lo que tú, pero que existen, las has hecho tú, y que sólo no procede de ti lo que no es, y el movimiento de la voluntad, que va de ti, ser por excelencia, a lo que es menos que tú, porque tal movimiento es pecado y delito; y que ningún pecado de nadie te daña ni perturba el orden de tu imperio en lo sumo ni en lo ínfimo. Esto me parece claro delante de ti y te suplico que se me aclare más y más y que yo permanezca humilde en esta manifestación bajo tus alas. 12. También me has dicho con voz fuerte en el oído interior que ni siquiera es coeterna contigo aquella criatura, cuyo deleite eres tú solo, y que gozándote con perseverantísima pureza, en ningún lugar ni tiempo muestra su mutabilidad; y siendo siempre presente a ti, se te adhiere con todo el afecto; no teniendo futuro que esperar ni pasado al que transmitir lo que recuerda, no varía con ninguna alternativa ni se distiende en los tiempos. ¡Oh feliz [criatura], si ella existe en alguna parte, en adherirse a tu beatitud; feliz por ti, su eterno inhabitador e iluminador! Ni hallo cosa que con más gusto crea se deba llamar cielo del cielo para el Señor que esta tu casa (domum tuam), que contempla tus delicias sin esa deficiencia que entraña andar en pos de otros objetivos; la mente pura unida con la máxima concordia por el vínculo estable de la paz de los santos espíritus ciudadanos de tu ciudad en los cielos, por encima de estos nuestros cielos. 13. Por aquí entienda el alma, cuya peregrinación se ha hecho larga, si tiene ya sed de ti, si sus lágrimas son ya su pan, en tanto que le dicen todos los días. ¿dónde está tu Dios?; si te pide una sola cosa y sólo ésta busca, que es habitar en tu casa todos los días de su vida; y ¿cuál es su vida sino tú?, y ¿cuáles son tus días sino tu eternidad, como son tus años, que no terminan, porque eres siempre el mismo?, entienda, digo, por aquí el alma, que es capaz, cuán muy por encima de todos los tiempos eres eterno, cuando tu casa, que no ha peregrinado, ni te es coeterna, adhiriéndose a ti incesante e indefinidamente, no padece ya vicisitud alguna de tiempos. Esto me parece claro en tu presencia, y te suplico que me lo sea más y más y persista sobrio en esta manifestación bajo tus alas. 14. He aquí no sé qué de informe que encuentro en estas mutaciones de las cosas extremas e ínfimas; y ¿quién podrá decirme sino el que vaga y gira con sus fantasmas por los vacíos de su corazón; quién sino tal podrá decirme si, disminuida y consumida toda especie sensible y quedando sola la informidad, por medio de la cual la cosa se muda y vuelve de especie en especie, puede ella producir las vicisitudes de los tiempos? Ciertamente que no puede; porque sin variedad de movimientos no hay tiempos, y donde no hay forma alguna no hay tampoco variedad alguna.
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