13. Concluido el término de aquellas vacaciones, avisé a los magistrados de Milán que proveyesen a sus estudiantes de otro maestro de retórica, ya porque había determinado ocuparme en vuestro servicio, ya porque no podía continuar en aquel ministerio a causa de la difícil respiración y dolor que padecía en el pecho. También escribí al santo prelado Ambrosio mis pasados errores y extravíos, y los buenos deseos con que al presente me hallaba, a fin de que me dijese cuáles de vuestros Libros Sagrados me convendría más leer, para mejor disponerme a prepararme a recibir dignamente una tan grande gracia como la del Bautismo. Él me mandó que leyese al profeta Isaías, y creo que lo hizo así porque entre los demás profetas éste es el que anuncia con mayor claridad la doctrina del Evangelio y la gracia de la vocación de los gentiles. Pero yo, no habiendo entendido bien lo que leí la primera vez en Isaías, y creyendo que todo lo demás estaría oscuro para mí y tan dificultoso de entender como lo primero, dejé de continuar en aquella lectura con ánimo de volver a ella cuando estuviese más hecho al estilo y lenguaje de la Sagrada Escritura. |