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Capítulo 2
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CAPÍTULO 2 |
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Dilata Agustín renunciar la cátedra de retórica hasta que llegasen las vacaciones del tiempo de la vendimia |
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2. También determiné, habiéndolo considerado delante de Vos, que me convenía dejar la cátedra de retórica que regentaba, pero no luego al punto y arrebatadamente, sino irme poco a poco retirando de aquella ocupación, en que con el ministerio de mi lengua hacía comercio de la locuacidad, para que de allí adelante no comprasen de mi boca las armas de la elocuencia jóvenes estudiantes, que en lugar de aprovecharse de ellas para la observancia y cumplimiento de vuestra ley y para conservar vuestra paz, habían de emplearlas en cavilaciones engañosas explicando su furor en las contiendas de los tribunales. A esta mi determinación favorecía la oportunidad, pues faltaban ya pocos días para las vacaciones de las vendimias. Resolví aguardar aquel poco tiempo para retirarme pública y solemnemente, y no volver a vender mi enseñanza y doctrina, después que me había rescatado vuestra gracia. Este mi designio era solamente manifiesto a Vos y a los amigos y familiares que vivían conmigo, pero respecto a los demás estaba reservado. Todos nosotros habíamos convenido en que no se divulgase nuestro intento; no obstante que Vos, Señor, a los que ya íbamos subiendo desde este valle de lágrimas, y cantando alegremente el Cántico de los grados, que cantan los que suben hacia Vos, nos habíais armado y prevenido de las saetas agudas y encendidas ascuas que sirven para resistir a las lenguas engañosas de los falsos amigos, que so color de dar consejo se oponen a nuestros buenos intentos, y con pretexto de amarnos nos destruyen, así como acostumbra la lengua hacer con el manjar, que por quererlo, lo deshace y consume. 3. Las saetas de vuestro amor y caridad habían traspasado ya mi corazón, y tenía atravesadas vuestras palabras en lo íntimo de mi alma; además de eso, los ejemplos de vuestros fervorosos siervos, que vuestra gracia había hecho pasar de las tinieblas a la luz y de la muerte a la vida, reunidos todos en el seno de mi memoria e imaginación, eran como unas brasas encendidas que quemaban y consumían todo el material pasado de los afectos terrenos, para que su gravedad no me arrastrase a las cosas de este mundo: ardía ya en mi corazón tan activo fuego, que cualquier aire de contradicción que saliese de semejantes bocas y lenguas engañosas más pudiera servir para avivarlo que para extinguirlo. Por otra parte, siendo la santidad de vuestro nombre tan conocida y alabada en todo el mundo, es cierto que aquel buen deseo y determinación que habíamos tomado, tendría también muchos que lo alabasen y aplaudiesen: así podría parecer especie de jactancia no aguardar aquel poco tiempo que faltaba para las vacaciones, sino antes de que llegasen, renunciar a la cátedra y retirarme enteramente de aquella mi profesión de retórica, que era pública y patente a los ojos de todos. Esto sería llamar la atención de los que vieran el hecho de mi renuncia y dimisión, dándoles motivo para que hablasen mil cosas y dijesen que determinadamente lo había anticipado a las vacaciones, que estaban tan próximas, para que se hablase de mí y fuese reputado por persona de provecho o por un grande hombre. ¿Y qué necesidad tenía yo de darles motivo de hablar así, de que se pensase de mí con variedad, de que se disputase sobre mi intención y se hablase mucho y mal de nuestro bien? 4. Fuera de que también en aquel mismo verano experimentaba que el pulmón se me había comenzado a fatigar y ceder a mi excesiva aplicación y trabajo; con la difícil respiración y dolores del pecho significaba estar algo lastimado, por manera que no me dejaba hablar en voz alta ni por mucho tiempo. Eso al principio me dio algún cuidado, viéndome casi obligado ya por necesidad a dejar la carga de enseñar la retórica, o a lo menos a interrumpir por algún tiempo la enseñanza, mientras procurase curarme y convalecer. Pero bien sabéis, Dios mío, que luego que en mi corazón nació y se confirmó aquel deseo de dejarlo todo y entregarme únicamente a Vos y a meditar que Vos sois mi Dios y mi Señor, comencé también a alegrarme, por tener esta excusa verdadera con que templar el sentimiento de los hombres, que por el amor de sus hijos no querían que yo me viese nunca libre de la obligación y cargo de enseñarlos. Lleno, pues, de esta alegría, iba aguantando aquel espacio de tiempo, hasta que se acabase de pasar, que no sé si eran veinte días cabales los que faltaban; pero los toleré constantemente, pues aunque ya me había dejado la codicia, que era la que me ayudaba a llevar aquel pesado empleo, sucedió la paciencia en su lugar a darme fuerzas para que el peso no me oprimiese enteramente llevándolo yo solo. Puede ser que algunos de vuestros siervos y hermanos míos digan que hice mal y pequé en aguardar aquel poco tiempo, que teniendo ya mi corazón lleno de deseos y determinaciones de seguir la milicia cristiana, no debía haber permanecido ni estar sentado siquiera por una hora en la cátedra de la mentira. No porfío sobre esto. Pero vuestra infinita misericordia, Dios y Señor mío, ¿no me ha perdonado ya también este pecado, justamente con todos los demás, tan horrendos y mortales, en las santas aguas del Bautismo? |
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