20. Además de lo dicho, no juzgaba yo que podían bien defenderse aquellos lugares de vuestra Escritura, que los maniqueos reprendían e impugnaban; pero deseaba verdaderamente tener alguna ocasión de comunicarlos y conferirlos todos en particular con algún hombre muy docto y muy versado en la Sagrada Escritura, y ver cómo él los explicaba y entendía.
Porque ya me habían comenzado a mover, estando en Cartago, las razones de Helpidio, que públicamente predicó y disputó contra los maniqueos, habiendo alegado tales textos de la Sagrada Escritura, que no se podían resistir ni darles fácil respuesta, y la que dieron los maniqueos me había parecido muy endeble y flaca. Aun ésta no la manifestaban fácilmente en público, sino secretamente a nosotros los de su secta, diciéndonos que las Escrituras del Nuevo Testamento habían sido falseadas por no sé quiénes, que quisieron mezclar y unir la ley de los judíos con la fe de los cristianos. Pero ellos no probaban esto, ni nos mostraban algunos otros ejemplares, incorruptos y que estuviesen sin la mezcla que decían. Mas mi costumbre de no pensar ni imaginar sino cosas corpóreas y abultadas me tenía tan preso y poseído, que como si las tuviera sobre mí me oprimían y agobiaban las mismas corpulencias de las cosas, bajo de cuya pesadez anhelaba fatigado, sin poder salir a respirar el aire puro de vuestra verdad. |