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San Agustín en AlbaLearning

San Agustín

"Confesiones"

Libro 4

Capítulo 15

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Confesiones

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Confesiones

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Capítulo 15

Por estar oscurecido su entendimiento con las ideas o imaginaciones corpóreas, no podía alcanzar a conocer las criaturas espirituales

 

24. Mas como yo, ¡oh Dios mío todopoderoso!, único autor de todas las maravillas, como yo no veía aún en el arte de vuestra sabiduría el principio y fundamento de todo aquel grande asunto, iba corriendo mi ánimo las formas corpóreas y definía lo Hermoso, distinguiéndolo de lo Conveniente, diciendo: Que aquello era lo que por sí mismo agradaba; y estotro era lo que solamente agradaba por el respeto que tenía a alguna otra cosa, lo cual confirmaba con varios ejemplos tomados de cosas corporales. Pasé de aquí a considerar la naturaleza de nuestra alma; pero la falsa opinión de que estaba preocupado acerca de las criaturas y cosas espirituales no me dejaba conocer claramente la verdad. Veníaseme a los ojos con bastante ímpetu la fuerza de la verdad; y yo apartaba mi vacilante pensamiento de todo lo incorpóreo, empleándole en considerar lineamientos, colores y cosas corpulentas y abultadas. Y no pudiendo hallar en mi alma semejantes cosas, me parecía que no me era posible ver ni conocer a mi alma.

Y como yo amase en la virtud la paz y aborreciese en el vicio la discordia, notaba en aquélla una especie de unidad, y en estotro una cierta división. Y en aquella unidad me parecía que consistía el alma racional y la naturaleza de la verdad y la del sumo bien. Y en esta división pensaba yo, desventurado de mí, que consistía no sé qué sustancia de vida irracional, y la naturaleza del sumo mal, que no solamente era sustancia, sino también verdadera vida, pero no creada por Vos, Dios mío, que habéis creado todas las cosas. A la primera la llamaba unidad, como que era un solo espíritu sin distinción de sexo; y a la segunda la llamaba cualidad, porque la subdividía en ira e intemperancia, atribuyendo a aquélla los delitos y a estotra los vicios, sin saber en esto lo que me hablaba. Porque ni sabía ni había llegado a comprender que el mal no es sustancia alguna, ni nuestra alma puede ser el bien sumo e inconmutable.

25. Así, pues, como es cierto que el cometerse unos delitos proviene de que el principio de los movimientos del alma está viciado y prorrumpe en sus acciones sin guardar orden ni moderación, y que otros delitos provienen de la inmoderada inclinación a los deleites sensuales, así también, estando viciada la parte superior y racional del hombre, suceden los errores y falsas opiniones, que afean y manchan lo mejor y más puro de su vida; y de este modo se hallaba entonces mi entendimiento, ignorando yo que mi alma tenía necesidad de ser ilustrada por otra luz superior para ser participante de la verdad, y que ella por sí misma no era la naturaleza de la verdad. Vos, Señor mío y mi Dios, sois esta luz que ilustrará mi entendimiento, y con vuestra luz se desharán sus tinieblas, pues nada  tenemos sino lo que hemos recibido y participado de vuestra plenitud. Vos sois la verdadera luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, porque ni en Vos puede haber la más leve mutación ni la más instantánea oscuridad.

26. Entretanto yo me esforzaba por llegar a Vos; mas como Vos resistís a los soberbios, era repelido de Vos para que sólo percibiese las amarguras de lo que causaba mi muerte.

Porque, a la verdad, ¿qué mayor soberbia que atreverme a decir con extremada locura que yo era naturalmente lo mismo que Vos sois? Yo me conocía mudable; tanto, que deseando ser sabio, deseaba mudarme de malo en bueno; y no obstante, más quería que a Vos os tuviesen por mudable, que el que a mí me juzgasen de otra naturaleza que la que Vos tenéis.

Por eso era repelido de Vos, que resistíais al vano orgullo y engreimiento mío; me ocupaba en imaginarlo todo con formas corpóreas; y no obstante ser yo de carne, reprendía y acusaba a la carne, y mi espíritu, que andaba vagueando, no acertaba a volverse a Vos, antes iba extraviándose más y más hacia las cosas que ni tienen ser en Vos, ni en mí, ni en cuerpo alguno, y que bien lejos de ser obras que producía vuestra verdad, eran fingidas por mi vana imaginación, a semejanza de las que veía en otros cuerpos.

Como ignorante y hablador que era, decía a vuestros pequeñuelos fieles y convecinos míos, de cuya virtud y fe estaba yo muy lejos: ¿En qué consiste que yerre un alma que ha creado Dios? Y no quería que a esto se me replicase diciendo: Y Dios, ¿cómo puede errar? Más quería confesar que vuestra sustancia inconmutable erraba violentada, que el que la mía, siendo mudable, errase voluntariamente, confesando que erraba en pena y castigo suyo.

27. Tendría yo veintiséis o veintisiete años de edad cuando escribí aquellos libros, revolviendo en mi imaginación las ideas y fantasmas corporales que no cesaban de hacer ruido a los oídos de mi corazón, los que yo procuraba aplicar, ¡oh Verdad dulcísima!, y tener atentos al sonido de vuestra interior melodía, meditando en lo Hermoso y en lo Conveniente, pero deseando permanecer en esta atención para oírlos y alegrarme mucho por escuchar la voz del Esposo, no podía conseguirlo, porque las voces de mi error arrebataban hacia afuera, y con el peso de mi soberbia caía hacia lo más bajo. Porque Vos, Señor, no dabais a mi oído gozo ni alegría, ni se alegraban mis huesos, porque no eran humillados.

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