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Capítulo 15
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Capítulo 15 |
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Por estar oscurecido su entendimiento con las ideas o imaginaciones corpóreas, no podía alcanzar a conocer las criaturas espirituales |
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24. Mas como yo, ¡oh Dios mío todopoderoso!, único autor de todas las maravillas, como yo no veía aún en el arte de vuestra sabiduría el principio y fundamento de todo aquel grande asunto, iba corriendo mi ánimo las formas corpóreas y definía lo Hermoso, distinguiéndolo de lo Conveniente, diciendo: Que aquello era lo que por sí mismo agradaba; y estotro era lo que solamente agradaba por el respeto que tenía a alguna otra cosa, lo cual confirmaba con varios ejemplos tomados de cosas corporales. Pasé de aquí a considerar la naturaleza de nuestra alma; pero la falsa opinión de que estaba preocupado acerca de las criaturas y cosas espirituales no me dejaba conocer claramente la verdad. Veníaseme a los ojos con bastante ímpetu la fuerza de la verdad; y yo apartaba mi vacilante pensamiento de todo lo incorpóreo, empleándole en considerar lineamientos, colores y cosas corpulentas y abultadas. Y no pudiendo hallar en mi alma semejantes cosas, me parecía que no me era posible ver ni conocer a mi alma. Y como yo amase en la virtud la paz y aborreciese en el vicio la discordia, notaba en aquélla una especie de unidad, y en estotro una cierta división. Y en aquella unidad me parecía que consistía el alma racional y la naturaleza de la verdad y la del sumo bien. Y en esta división pensaba yo, desventurado de mí, que consistía no sé qué sustancia de vida irracional, y la naturaleza del sumo mal, que no solamente era sustancia, sino también verdadera vida, pero no creada por Vos, Dios mío, que habéis creado todas las cosas. A la primera la llamaba unidad, como que era un solo espíritu sin distinción de sexo; y a la segunda la llamaba cualidad, porque la subdividía en ira e intemperancia, atribuyendo a aquélla los delitos y a estotra los vicios, sin saber en esto lo que me hablaba. Porque ni sabía ni había llegado a comprender que el mal no es sustancia alguna, ni nuestra alma puede ser el bien sumo e inconmutable. 25. Así, pues, como es cierto que el cometerse unos delitos proviene de que el principio de los movimientos del alma está viciado y prorrumpe en sus acciones sin guardar orden ni moderación, y que otros delitos provienen de la inmoderada inclinación a los deleites sensuales, así también, estando viciada la parte superior y racional del hombre, suceden los errores y falsas opiniones, que afean y manchan lo mejor y más puro de su vida; y de este modo se hallaba entonces mi entendimiento, ignorando yo que mi alma tenía necesidad de ser ilustrada por otra luz superior para ser participante de la verdad, y que ella por sí misma no era la naturaleza de la verdad. Vos, Señor mío y mi Dios, sois esta luz que ilustrará mi entendimiento, y con vuestra luz se desharán sus tinieblas, pues nada tenemos sino lo que hemos recibido y participado de vuestra plenitud. Vos sois la verdadera luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, porque ni en Vos puede haber la más leve mutación ni la más instantánea oscuridad. 26. Entretanto yo me esforzaba por llegar a Vos; mas como Vos resistís a los soberbios, era repelido de Vos para que sólo percibiese las amarguras de lo que causaba mi muerte. Porque, a la verdad, ¿qué mayor soberbia que atreverme a decir con extremada locura que yo era naturalmente lo mismo que Vos sois? Yo me conocía mudable; tanto, que deseando ser sabio, deseaba mudarme de malo en bueno; y no obstante, más quería que a Vos os tuviesen por mudable, que el que a mí me juzgasen de otra naturaleza que la que Vos tenéis. Por eso era repelido de Vos, que resistíais al vano orgullo y engreimiento mío; me ocupaba en imaginarlo todo con formas corpóreas; y no obstante ser yo de carne, reprendía y acusaba a la carne, y mi espíritu, que andaba vagueando, no acertaba a volverse a Vos, antes iba extraviándose más y más hacia las cosas que ni tienen ser en Vos, ni en mí, ni en cuerpo alguno, y que bien lejos de ser obras que producía vuestra verdad, eran fingidas por mi vana imaginación, a semejanza de las que veía en otros cuerpos. Como ignorante y hablador que era, decía a vuestros pequeñuelos fieles y convecinos míos, de cuya virtud y fe estaba yo muy lejos: ¿En qué consiste que yerre un alma que ha creado Dios? Y no quería que a esto se me replicase diciendo: Y Dios, ¿cómo puede errar? Más quería confesar que vuestra sustancia inconmutable erraba violentada, que el que la mía, siendo mudable, errase voluntariamente, confesando que erraba en pena y castigo suyo. 27. Tendría yo veintiséis o veintisiete años de edad cuando escribí aquellos libros, revolviendo en mi imaginación las ideas y fantasmas corporales que no cesaban de hacer ruido a los oídos de mi corazón, los que yo procuraba aplicar, ¡oh Verdad dulcísima!, y tener atentos al sonido de vuestra interior melodía, meditando en lo Hermoso y en lo Conveniente, pero deseando permanecer en esta atención para oírlos y alegrarme mucho por escuchar la voz del Esposo, no podía conseguirlo, porque las voces de mi error arrebataban hacia afuera, y con el peso de mi soberbia caía hacia lo más bajo. Porque Vos, Señor, no dabais a mi oído gozo ni alegría, ni se alegraban mis huesos, porque no eran humillados. |
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