Por las calles que henchía la muchedumbre, viendo los farolillos de colores, las banderas movidas por el viento y los cohetes que subían al cielo, caminábamos juntos él y yo. Sonaban aún los últimos disparos de cañón que anuncian la apertura del Congreso. Absortos en nuestras mutuas confidencias, fuimos huyendo del bullicio a las calles sombrías de la Alameda. ¡Diputado...! ¡Ya era diputado el compañero de mis buenos días! ¡Bien que lo merecía mi pobre amigo! La gloria tocaba diana en su espíritu; y la fortuna aparecía ante sus ojos como un dócil corcel que se inclina para que lo monte el caballero. Ése había sido el sueño de su vida. Hablar en la tribuna; tener espacio en donde abrir las alas; oír el ruido estrepitoso del aplauso que es para el orador el triunfo hecho carne, el triunfo que se mueve y grita y clamorea y resuella y nos calienta el rostro con su vaho... ¡Ya había llegado! Sentía sus alas e imaginaba ¡soñador! que todo lo que tiene alas vuela y sube. Iba a reñir sus primeros combates; a conquistar renombre de paladín; ¡a asaltar tal vez un ministerio!
Yo escuchaba sus nobles proyectos, oía el aletear de la esperanza dentro de aquel espíritu entusiasta. Pensativo, imaginaba yo los mil obstáculos con que había de tropezar en el camino; la decepción que experimenta el hombre habituado a filtrar un pensamiento por el cañón angosto de la pluma, cuando no encuentra la palabra en la tribuna, y el pensamiento ingrato se le escurre o se queda enredado en la sintaxis; cuando su voz tartamudea y sus oídos escuchan el malicioso cuchichear de los oyentes, la frialdad de las gentes; la atmósfera de invierno en que se hielan todos los pensamientos entusiastas; el desengaño del pensador cuando le aplasta una masa compacta de nulidades conglutinadas, o le asesina, a fuerza de piquetes, la turba de mosquitos venenosos... Yo pensaba todo eso, pero la verdad no habló por mis labios, como habló por los de la nodriza de Julieta. ¿Para qué? Mi amigo era tan feliz en ese instante. Sus ideas subían al cielo rápidas y luminosas como los cohetes que rasgaban en esos momentos el manto obscuro de la noche. Hablamos, pues del porvenir, de la fortuna, de la gloria, de la muchacha, hermosa y tierna, que le amaba; de sus ancianos padres que le bendecían y de los pequeñuelos hermanitos cuyo sostén había de ser más tarde. Y su entusiasmo comunicativo pasó a mi alma; y a fuerza de escucharle yo también creí en todas las cosas que no existen, y cuando, al regresar de la Alameda, oímos el estruendo de las músicas y vimos el Colegio militar desfilando compacto por las calles, nos pareció que al toque de esos clarines se derrumbaban las murallas del pasado, ¡como las murallas de Jericó al sonar las trompetas de los israelitas! La vida entonces era una mujer que nos daba un beso.
Meses después, una disputa en los pasillos del teatro, un párrafo imprudente en el periódico, palabras ofensivas que se cruzan, orgullos y altiveces que se chocan, sedicentes amigos empeñados en alardear con el valor ajeno; y en seguida una mañana lánguida y lluviosa como ésta en que ahora escribo, el cupé llega, los testigos montan, azota los caballos el cochero, a escape se atraviesa la calzada por donde sólo pasan a esa hora los jinetes madrugadores y los que vuelven frescos y risueños de bañarse en la alberca: el coche se detiene de repente frente a la verde reja de un jardín, otro carruaje llega, ahijados y testigos buscan una calleja solitaria, el médico prepara los vendajes, el maestro de armas examina los floretes, y luego, a una señal, a una palmada se cruzan los dos aceros y se enroscan, el combate se empeña y mientras lejos, en la calma bendita del hogar, sueñan los padres con la gloria de su hijo o se disponen para asistir a la primera misa; mientras la novia duerme, apretando contra su pecho virginal la carta que recibió hace pocas horas; el soñador que iba camino de la dicha, el amante, el poeta, el hijo tierno, cae traspasado por el hierro del contrario, el sol rompe los densos nublazones, los pájaros gorjean entre la fronda, y las campanas de la próxima parroquia dan a los vientos su primer repique. |