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Carmen de Burgos y Seguí "Colombine" Capítulo 4
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Biografía de Carmen de Burgos y Segui en AlbaLearning | |
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Música: Liszt - La Cloche Sonne |
El suicida asesinado |
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IV | ||
Aunque sin gran fe de conseguir nada, porque conocía el miedo de la gente a enredarse en declaraciones y cosas de juzgado, el joven policía había hecho citar para ver el cadáver a todos los hosteleros de las cercanías. O ninguno lo conocía o no quiso darse por entendido. La justicia, con sus procedimientos, se hacía una cosa indeseable que trataban de evitar todos. Al fin, un mozo de cuartos de un hotel de Monte-Estoril, exclamó: —¡Yo lo conozco! ¡Pobre señorito Francisco. Tan bueno como era! Gracias a aquello se logró identificarle. Manuel había conseguido el primer triunfo. No se había equivocado en sus deducciones. El muerto era portugués, pertenecía a una familia hidalga de Braganza. Hijo único, heredero de una gran fortuna, todo hacía suponer que su muerte debía ser un asesinato. La madre insistía en esa suposición, igual que él. —Mi hijo era un santo—decía—; jamás me dio un disgusto; fuera del de no querer habitar nunca con nosotros en nuestra casa solariega. —¿Hacía mucho que faltaba de allí? —Un par de años ya. —¿Y a qué lo atribuía? —Decía que no le gustaba Braganza. Tenemos allí un palacio del siglo XVIII, con un gran parque lleno de abóles seculares, criados, todas las comodidades y no quería estar allí. No le gustaba más que vivir al lado del mar. Sólo en invierno solía acompañarnos a Sierra de la Estrella, porque decía que la Sierra, nevada, le recordaba el mar. —¡Es extraño! —Un sino fatal. No me cabe duda de que mi pobre hijo ha sido asesinado. —¿Tenía dinero consigo? —No le faltaba jamás. —¿Y alhajas? —Su reloj. No era aficionado. —¿Padecía alguna enfermedad, algo que le disgustara de la vida? —No. —¿Amores? —No le he conocido. ningunos que no fuesen triviales, sin impotancia. —Hay que investigar su vida en estos últimos tiempos. Interesado profundamente, Manuel comenzó la peregrinación en pos de los recuerdos de Francisco Mendoza. Era el seguirlo un viaje por todo el litoral. El joven había vivido en la playa de la Granja, en Buhorcos, en Figueiras, en Sayos y en la Playa de la Roca. De norte a sur. Desde Oporto al Algarve. Siempre había vivido al lado del mar. Él, en los últimos tiempos, había habitado en Estoril, seducido por aquel ambiente claridulce, apacible; por la belleza de sus bosques de pinos, del magnífico parque florido, que da la idea de pasear sobre el lienzo de un enorme cuadro. Su vida allí era sencilla. Salía poco de su cuarto. Escribía mucho. Casi nunca iba a Lisboa. No se le conocían amigos íntimos ni amores. —¿Jugaba? —No iba jamás al casino. —¿Bebía? —Sólo vino y le duraba la botella dos días. —¿Tenía buena salud? —Excelente, y buen apetito. Pensó en la cocaína y en la morfina. —¿Hacía una vida regular? —Siempre se levantaba, se acostaba y comía a las mismas horas. —¿Notaban en él algo anormal? —Nunca. Era sencillo, afable, hablaba con todos! —Todos estos detalles—decía Manuel—me afirman en la idea de que ha sido asesinado durante un paseo a la Boca del Infierno. Pero, ¿por quién? —Busque usted—suplicaba la madre—. Puede que se trate de un accidente, de un mareo, como dicen algunos, pero el corazón me dice que a mi pobre hijo le han asesinado. Manuel seguía buscando. La víctima se había ido de Monte Estoril a las Macas, y de allí a la Creiceira y Arenas do Mar. Era allí donde se perdía la pista y aquel lugar estaba demasiado lej os de la "Boca del Infierno" para que hubiese podido ir a pie. Además, hacía ya tiempo que se marchó de allí. En vísperas de su muerte habitaba en Lisboa en un gran hotel, y se proponía ir a visitar a su madre. Sin duda, había ido desde Lisboa a la Boca del Infierno. ¿Con qué objeto? ¿Solo? Ese era el misterio que era preciso descubrir. Manuel visitaba todos los sitios donde el muerto había vivido, buscando, investigando. Se diría que le conocía ya, que vivía en su compañía. Le llamaba la atención aquella afición extravagante de vivir al lado del mar siempre. Notaba que en las playas más solitarias, en los lugares en que el mar era más salvaje, más potente, se detenía más. Le desorientaba aquel extraño capricho de un muchacho joven y feliz. |
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