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Carmen de Burgos y Seguí "Colombine" Capítulo 2
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Biografía de Carmen de Burgos y Segui en AlbaLearning | |
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Música: Brahms - Klavierstucke Op.76 - 4: Intermezzo |
La herencia de la bruja |
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II | ||
Las dos amigas se abrazaron llorando. Nieves, aunque no había visto a su madre más que una vez en treinta años, se creía obligada a un gran duelo recordando la supuesta ternura que la vieja bruja debía haber tenido con ella en los días de su lactancia, y sollozaba con angustiosa desesperación. — ¡Madre!... iMadre mía!... ¡Madre de mi alma! Nicolasa lloraba de-buena gana al ver a su amiga llorar; y Celia y su marido permanecían silenciosos con aire entrístecido, de circunstancias. El que peor papel hacía era Juaníto Barragán, del que nadie se ocupaba, y que se esforzaba por compungirse en un duelo en el cual estaba obligado a tomar parte, sin conocer a la difunta. Se acercó a su mujer que sollozaba en brazos de Nícolasa y cogiéndola del hombro le dijo con su acento andaluz: — Nena... nenita... te vas a poner mala. Todos repararon en él entonces. Tenía un tipo de gitano, alto, seco, como si las articulaciones fuesen de goznes. El color moreno, el bigote negro y larguísimo, los ojos de endrina brillantes, la cabellera de ébano, muy reluciente. Parecía que se le iba a caer la ropa, que se iba a desarticular. Nieves se repuso y presentó: — Juanito ... Mi marido. Él no se anduvo con cumplimientos, y empezando por Nicolasa dió un familiar abrazo a cada uno, que a Celia le pareció que apretaba demasiado. Nieves les explicó que el pobrecito venía malo. Un picaro dolor de reuma en una pierna le había hecho sufrir todo el camino. Siempre estaba delicado y teniendo que cuidarlo. — Porque él es el viejo y yo tengo los años— añadió con coquetería, haciendo que todos protestaran. — iVaya una vieja! — Estás admirable. — No pasan por usted lo s años. Juanito había aceptado de buen grado su papel de enfermo, con el deseo de irse pronto a la cama y evitar conversaciones. No cesaba de quejarse y de vez en cuando le decía a su mujer, con un tono de niño mimado, que no puede pronunciar bien: —iAy mi patita! iCòmo me endole! Pero cuando el olor apetitoso de los guisos que los esperaban llegó a su nariz, empezó a arrepentirse de su enfermedad. —Hay que darle una fricción de bálsamo tranquilo— recomendó Celia. — Un poco de magnesia y que no cene— dijo Nicolasa. Nieves había cedido a enjugar sus lágrimas y sentarse a la mesa. Entonces Juanito tomó su partido y salió cantando y bailando, como si estuviese en una fiesta: — ¿Dónde está la mía cuchara? ique ya no me endole la pata ni nadal El dolor fingido de todos cedió paso a la franca carcajada y la cena se impuso, con la alegría de los manjares sabrosos regados por el mejor vino. Juanito se les hizo a todos simpático con aquel rasgo, que los libraba de gemir y suspirar en falso, por una difunta a la que ni querían ni estimaban. A los postres todos felicitaban sinceramente a Nieves por tener aquel marido que le alegrase la existencia. Sólo ella, por un raro contraste, parecía entristecerse más cuanto más le alababan a su esposo. Al separarse abrazó efusivamente a Nicolasa, murmurando en su oído: — Soy muy desdichada, ya te contaré... Nicolasa vió marchar a las dos parejas, y moviendo la cabeza con ese aire del que se afirma en una idea, murmuró: — iClaro! En un segundo matrimonio, ¿cómo va a ser feliz? |
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