A la mañana siguiente, cuando después de una noche de insomnio algunos de la partida visitaron la residencia del húngaro, la encontraron cerrada y desierta. Él y el shamano habían desaparecido. Muchos son los habitantes de aquella ciudad que recuerdan el caso todavía; el inspector de policía, coronel S., murió algunos años después en la completa seguridad de que el noble viajero era el diablo. La consternación general creció de punto al ver convertida en llamas la mansión Izvertzoff aquella misma noche. El arzobispo ejecutó la ceremonia del exorcismo; pero aquel lugar se considera maldito hasta ei presente. En cuanto al Gobierno, investigó los hechos y... ordenó el silencio.
Publicado en la revista: Por esos mundos (Madrid). 31-1-1926 |