Yo sé de cierto señor
algo regalado y tierno
que, acostándose el invierno,
después que el calentador
la cama le sazonaba,
se levantaba en camisa,
y dando causa a la risa,
desnudo se paseaba.
Burlábase de él su gente
y juzgaba a desvarío
que tiritase de frío
y diese diente con diente
quien abrigarse podía;
mas él, después de haber dado
sus paseos, casi helado
a la cama se volvía,
diciendo: —Para estimar
el calor que ahora adquiero
es necesario primero
el frío experimentar.
(La fingida Arcadia, jornada 1ª) |