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Libro Tercero:
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Capítulo L | ||
Que el hombre desconsolado debe ofrecerse en manos de Dios.
1. Señor, Dios, Padre santo, seas bendito ahora y por siempre; que como Tú quieres, así se ha hecho, y lo que haces es bueno. Alégrese en Ti tu siervo, no en sí mismo ni en otro alguno; porque Tú solo eres la verdadera alegría; Tú, mi esperanza y mi corona; Tú, Señor, mi gozo y mi gloria. ¿Qué tiene tu siervo sino lo que recibió de Ti, aun sin merecerlo? Tuyo es todo lo que me has dado y hecho conmigo. Pobre soy y lleno de trabajos desde mi juventud; y mi alma se entristece algunas veces hasta llorar, y otras veces se llena de turbación a causa de las pasiones que la combaten. 2. Deseo el gozo de la paz: pido la paz de tus hijos que son recreados por Ti en la luz de la consolación. Si me das paz, si derramas en mi santo gozo, rebosará de júbilo el alma de tu siervo, y cantará devota tus alabanzas. Pero si te apartares, como sueles hacerlo muchas veces, no podrá correr por el camino de tus mandamientos, sino que doblará las rodillas para herir su pecho; porque no se hallará como en los días anteriores cuando resplandecía tu luz sobre su cabeza, y debajo de la sombra de tus alas era defendida de las tentaciones impetuosas. 3. Padre justo, santo y digno de ser por siempre alabado, llegó la hora en que tu siervo debe ser probado. Padre amabilísimo, justo es que tu siervo padezca algo por Ti en esta hora. Padre por siempre adorable, ya ha llegado la hora que habías previsto desde la eternidad, en que tu siervo debe verse abatido durante algún tiempo en el exterior, sin dejar por eso de vivir interiormente contigo. Vilipendiado sea y humillado un poco, y abatido delante de los hombres; sea consumido de pasiones y enfermedades, con tal que resucite contigo a la aurora de una nueva luz, y sea ilustrado en las cosas celestiales. Padre santo, así lo ordenaste, así lo quisiste, y lo que mandaste se ha hecho. 4. Esta es, pues, la gracia que dispensas a tu amigo: que padezca y sea atribulado por tu amor en este mundo todas las veces y por todos los que permitieres. Nada se hace en la tierra sin causa, ni sin tu consejo y providencia. Bueno es para mí, Señor, que me hayas humillado, para que aprenda tus justificaciones y destierre de mi corazón toda soberbia y presunción. Provechoso es para mí que la confusión haya cubierto mi rostro, para que así busque el consuelo mas bien en Ti que en los hombres. También aprendí en esto a temblar de tu inescrutable juicio, que afliges así al justo como al malo, aunque no sin equidad y justicia. 5. Gracias te doy porque no me escaseaste los males, sino que me afligiste con amargos azotes, enviándome dolores y angustias interiores y exteriores. No hay quien me consuele debajo del cielo sino Tú, Señor Dios mío, Médico celestial de las almas, que hieres y sanas, pones en graves tormentos, y libras de ellos. Sea tu corrección sobre mí, y tu mismo castigo me ensenará. 6. Padre amado, vesme aquí en tus manos: yo me inclino bajo la vara de tu corrección. Hiere mis espaldas y mi cerviz para que enderece mis torcidas inclinaciones a tu voluntad. Hazme piadoso y humilde discípulo, como sueles hacerlo, para que camine siempre conforme a tu voluntad. Me entrego enteramente a Ti con todas mis cosas para que las corrijas; pues más vale ser corregido aquí que en la otra vida. Tú sabes todas y cada una de las cosas, y nada se te esconde de la humana conciencia. Conoces las cosas venideras antes de que sucedan; y no necesitas que nadie te enseñe o avise lo que se hace en la tierra. Tú sabes lo que conviene para mi aprovechamiento, y cuánto sirve la tribulación para purificar el orín de los vicios. Haz conmigo tu voluntad y gusto, y no deseches mi vida pecaminosa, que nadie conoce mejor y con más claridad que Tú. 7. Concédeme, Señor, saber lo que se ha de saber; amar lo que se debe amar; alabar lo que a Ti es agradable; estimar lo que te parece precioso; aborrecer lo que es feo a tus ojos. No permitas que juzgue conforme a las apariencias que se ofrecen a mis ojos, ni decida según el oído de los hombres ignorantes; sino dame gracia para que sepa discernir con verdadero juicio entre lo visible y lo espiritual, y buscar sobre todas las cosas el beneplácito de tu voluntad. 8. Se engañan a menudo los sentidos de los hombres en sus juicios; y los mundanos se engañan también amando exclusivamente lo visible. ¿Qué tiene de mejor el hombre porque otro le alabe? El falso engaña al falso, el vano al vano, el ciego al ciego, el débil al débil, cuando le ensalza; y, en realidad, cuanto más vanamente le alaba, tanto más le confunde. Porque cuanto es cada uno en tus ojos, tanto es y no más, dice el humilde San Francisco. |
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