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Libro Tercero:
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Capítulo XLIII | ||
Contra la vana ciencia del mundo.
1. Hijo, no te muevan los dichos agudos y elegantes de los hombres: porque el reino de Dios no está en las palabras, sino en la virtud. Atiende a mis palabras, que encienden los corazones y alumbran los entendimientos, inspiran la compunción y traen muchas consolaciones. Nunca leas para parecer más letrado o más sabio. Estudia en mortificar los vicios, porque más te aprovechará esto que saber muchas cuestiones difíciles. 2. Cuando hubieres acabado de leer y conocer muchas cosas, te conviene siempre volver a un principio. Yo soy el que enseñó al hombre la ciencia, y doy a los humildes más claro conocimiento que el que ningún hombre puede enseñar. Aquel a quien Yo hablo, luego será sabio, y aprovechará mucho en su espíritu. ¡Ay de aquellos que quieren aprender de los hombres curiosidades, y no se cuidan de buscar los medios de servirme! Tiempo vendrá en que aparecerá el Maestro de los maestros, Cristo, Señor de los Ángeles, para oír las lecciones de todos: esto es, para examinar la conciencia de cada uno. Y entonces escudriñará a Jerusalén con luces, y se pondrán de manifiesto los secretos de las tinieblas, y enmudecerán los argumentos de las lenguas. 3. Yo soy el que en un momento levantó al espíritu humilde para que entienda más doctrinas de verdad eterna, que si hubiese estudiado diez años en las escuelas. Yo enseño sin ruido de palabras, sin confusión de pareceres, sin fausto de honores, sin oposición de argumentos. Yo soy el que enseña a despreciar lo terreno, a no hacer caso de las cosas presentes, a buscar y saber las eternas, a huir de los honores, a sufrir las contradicciones, a poner toda la esperanza en Mí, a no desear nada fuera de Mí, y a amarme ardientemente sobre todas las cosas. 4. Así fue cómo uno, amándome entrañablemente, aprendió cosas divinas, y hablaba maravillas. Más aprendió con abandonar todas las cosas, que con estudiar sutilezas. Pero a unos hablo cosas comunes; a otros, especiales. Me manifiesto suavemente a unos por medio de señales y figuras; y a otros les revelo los misterios con abundante luz. Los libros dicen lo mismo para todos, mas no a todos instruyen igualmente. Yo soy interiormente el Doctor de la verdad, el escudriñador de los corazones, el penetrador de los pensamientos, el impulsor de las acciones, repartiendo a cada uno según le juzgo digno. |
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