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"Amnesia" Capítulo 6
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Biografía de Amado Nervo en AlbaLearning | |
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Música: Debussy - Reflets dans l'eau |
Amnesia |
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Después de una noche más tranquila, mi mujer dio signos de despertar. El miedo me sobrecogió de nuevo. ¿Quién iba a volver a la luz, Luisa o Blanca? Pero una blanda sonrisa me tranquilizó: era Blanca sin duda, que, mimosa, enredaba sus brazos a mi cuello y me besaba, con aquel beso fervoroso de siempre. Ninguna huella quedaba en su rostro de la crisis de la víspera. Sus primeras palabras fueron afectuosas y dulces como de costumbre. Yo había ya tomado una resolución; no más Italia. No volvería a ver con ella cuidad ni comarca ninguna que Luisa y yo hubiésemos visto juntos. Embarcaríamos en Nápoles con rumbo a Barcelona. Al día siguiente estábamos en el Hotel de Santa Lucía de Nápoles. Recordé las horas pasadas en mi «primer viaje de bodas» por la bahía de ensueño; nuestras excursiones a la gruta azul, a Pompeya... a Pompeya sobre todo. Luisa me había echado a perder mi éxtasis en las calles solitarias de la ciudad única. Ni entendía nada de aquello ni podía sentir la imperiosa evocación del pasado. En vano me afanaba yo por reconstruirle la vida romana. Bostezaba, se impacientaba, y acabó por insistir en que volviésemos a Nápoles, temprano «para tomar el té» con una amiga que la aguardaba en el hall del hotel. Acaso Blanca, con su sencillez afectuosa, con su simplicidad, fuese mejor compañera de ensoñaciones que «la otra». No sabía de historia más que lo que yo le desmigajaba, pero sabría en cambio callar y acompañarme plácidamente por las vías milenarias. No me atreví sin embargo a intentar la excursión, por miedo a una nueva desgarradura del pasado y preparé nuestro embarque en el vapor italiano que regresaba a Barcelona. La naturaleza me ayudaba en mí propósito. Una lluvia persistente volvía grises y monótonos todos los paisajes, todas las perspectivas. Ya en el Mediterráneo lució empero el sol y el cielo se volvió de una incomparable limpidez. Azul y manso se mostró el mar. Parecíamos navegar a través de un ensueño de turquesas. La travesía fue un encanto. El vapor se detuvo en Génova, la marmórea, y en la vivaz y alegre Marsella. El panorama de las costas de Francia era por todo extremo embelesador. Pasábamos las horas muertas Blanca y yo junto a la borda. Leíala yo narraciones sencillas y hermosas. ¡Parecíame tan feliz!, y la sentía con regocijo de todas mis entrañas y de todo mi espíritu, tan mía! En las pocas noches que pasamos a bordo, la luna unió su magia a toda la magia que nos circundaba. Una excelente orquesta tocaba en el gran salón y después, como el ambiente era tibio, sobre cubierta. Las mujeres vestían trajes claros y vaporosos. Blanca y yo íbamos a buscar nuestro sitio predilecto, hacia popa, y en cierto rinconcito, permanecíamos silenciosos, inadvertidos, con una de sus manos en una de las mías. La música nos llegaba de lejos y sus melodías juntábanse a la cadencia leve de las olas. No recuerdo de noches tan felices, en recogimiento mayor y más completo éxtasis. Pensé muchas veces que fuese cual fuese en adelante mi destino, yo ya no tenía el derecho de quejarme. El ánfora de mi alma había sido colmada de esencia. Un piadoso e invisible Ganímedes echaba en mi crátera, hasta verterlo, el más generoso de sus vinos. Sentía yo ya que el alma de Blanca, en un inalterable y celeste reposo, identificábase con la mía. ¿El alma de Blanca? Sí, el alma de Blanca, que era al propio tiempo, el alma de Luisa, purificada por el amor que ésta no había acertado a sentir... Un espíritu harto apegado a las mezquindades de la vida, por misericordioso decreto supremo habíase dormido en los senos de la Amnesia, y despertando había desnudo ya de toda su miseria, lavado ya de toda su vileza... ¿Para siempre? Quién sabe, ¡pero a qué temer! ¿Aquellas horas no valían, por ventura, la eternidad? El éxtasis, ¿no es la evasión por excelencia de las redes del tiempo y del espacio? Los bienaventurados no son felices durante toda la eternidad, según nuestra expresión oscura, que atribuye al no-tiempo duración. De Dios ha dicho Santo Tomás de Aquino que es un Acto Puro. Su contemplación es también un acto: no una sucesión de actos que pudiesen estar medidos por instantes, por días, años, siglos o milenarios. Una vez que el alma escapa a los sentidos (y en vida suele escapar por medio del éxtasis) el tiempo deja de estar en su plano. Su ser es algo distinto de la sucesión y de la duración. Nosotros aquí nos imaginamos contar su bienaventuranza al compás de nuestros relojes..., pero ella es la manumisa y no cae ya bajo esa férula... Por los siglos de los siglos evolucionarán los universos, mas las almas emancipadas siempre se hallan en el mismo instante, indivisible y sin duración. Y aún él siempre sobra aquí. Basta decir están, o mejor acaso, son. Los grandes amores tienen la noción inexpresable de estas cosas y yo la tenía y de seguro la tenía Blanca a mi lado. Al volver al plano de la duración, uníamos los dos cabos sueltos de tiempo y nos dábamos cuenta de las horas transcurridas. Con la mirada vaga y los pies poco firmes, como el niño que se ha quedado traspuesto en un sillón y a quien se lleva a la cama, descendíamos casi automáticamente a nuestros camarotes, donde un sueño blando sustituía al blando éxtasis. ¡Con qué tristeza volví a pisar tierra en Barcelona! Era el final de un corto ensueño. ¿Corto? ¡No!, de un ensueño en que habíamos aprisionado toda la eternidad. |
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