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Rosario de Acuña

"La casa de muñecas"

Sección 4

Biografía de Rosario de Acuña en Wikipedia

 
 
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Música: Chopin - Op.34 no.2, Waltz in A minor
 

La casa de muñecas

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—Mira, Rafael, ven al salón—dijo la niña a su hermano—y verás lo que hay dentro de los armarios.

Al mismo tiempo abría los estantes del salón de la casa; en cada uno había mil preciosidades. Por un lado muñequitos de china, de barro y de mármol, representando las obras de arte más renombradas del mundo; por otra parte minerales, ostentando sobre el peñasco en bruto el producto en limpio; por ejemplo, sobre un pedazo de carbón un diamante, sobre un mineral de plata una moneda, sobre uno de hierro un clavo, y así todos; en otros departamentos había objetos antiquísimos, armas romanas y griegas, telas egipcias encerradas entre cristales, miniaturas sobre marfil y joyas y adornos de cientos de años; en otro estante plantas, insectos, pájaros y semillas disecados o encerrados en frascos, y en otro lado una biblioteca henchida de libros de historia natural, ciencias, viajes, filosofía, artes, oficios y agricultura. En este mismo estante se descubrían dos microscopios, dos telescopios y una caja botiquín con reactivos y preparados para disponer la disección y conservación de plantas y animales, haciendo fácil el mandarlos a los laboratorios oficiales, o de sabios, sin peligro de perderlos por la descomposición; y por último, sobre la mesa se veían Periódicos y Revistas de las cinco partes del mundo, oyéndose desde el salón el tic-tac de un reloj, que ostentaba la fachada de la casa correspondiente al jardín.

—-Y dinos, papá, dinos, ¿para qué sirve este salón con tanta cosa distinta, muebles tan ricos y tan diferentes de todos los demás de la casa?

Llegaba la hora de las respuestas, y como los padres de Rafael y Rosario querían que sus hijos, al tornar posesión de la Casa de Muñecas, lo hicieran con conocimiento de causa, les hablaron así:

—Este salón es el de recibo, o sala de visitas de la casa; como veis, es el único donde existe el lujo en el sentido de lo inútil, y la comodidad en el sentido de lo sibarítico, y voy a deciros el por qué de ambas cosas. La industria y con ella todos los obreros que la industria sostiene, morirían si los que tienen bienes de fortuita, o ganan con su trabajo suficiente dinero, no se rodearan de ciertas preciosidades; como veis, aquí hay tapices riquísimos, colgaduras, encajes y bordados del mayor precio; la sillería o cerco de divanes del salón es una verdadera joya de la industria y el arte, el tapete de la mesa representa una fortuna, y en el invierno podréis cubrir el suelo con alfombras de terciopelo y pieles de oso.

Las lámparas de aceite, que son, como veis, de bronce repujado, sirven para el estudio y lectura de noche, porque con su luz no se gasta la vista; la eléctrica para las noches de tertulia; el piano para recreo en las veladas, o distracción en las horas del descanso, y el aparato telefónico para que se pueda comunicar con la ciudad y las demás casas de campo que, como veis, rodean la vuestra, haciendo así del salón una especie de santuario de la amistad y del progreso, tan necesarios elementos para las inteligencias cultivadas, y creo que los futuros dueños de esta casa serán criaturas sumamente cultas. Esta especie de museo que adorna las paredes del salón, dentro de esos armarios que cada uno representa una obra de arte; todas estas preciosidades, son medios utilísimos para levantar la imaginación y la inteligencia de los visitantes de vuestra casa, y a par que sirven de estímulo para hacer serias, amenas e instructivas las conversaciones que aquí se tengan, sirven para estudiar en las horas de soledad y meditación; en este salón, convertido en museo del arte, de la industria y de la naturaleza, serán muy difíciles las hablillas, los chismes, las calumnias y las vanidades; y los amigos, o conocidos de los dueños de esta casa, por muy indignos que sean, al sentirse en medio de esta especie de templo de la naturaleza y de la humanidad, habrán de manifestarse sencillos, ilustrados, discretos y bondadosos, condiciones indispensables para que las visitas se conviertan en semillero de enredos y en pugilatos de soberbia y de envidia, ardides odiosos del mutuo desprestigio.

—Pero, papá, en este salón tanta comodidad y riqueza en el mueblaje y en las demás habitaciones tanta modestia y tanta austeridad y escasez de muebles. ¿Por qué así?

—Porque, hijos míos, el hombre y la mujer, para que sean vigorosos, inteligentes y útiles a los demás y a sí mismos, no necesitan ni el lujo, ni la comodidad, sino todo lo contrario, la modestia y la austeridad; así, pues, si durante las horas de una velada o de una reunión de amigos, utilizan y usan muebles y objetos suntuosos que es necesario que compren (cada familia con arreglo a sus rentas), para favorecer la industria, el comercio y el arte y para hacer amenas las horas que sus amigos les dediquen, para la vida usual, cotidiana de la familia, para el bien de su salud, de su razón, y de su moralidad, es preciso que sean templados, sobrios y aptos para resistir durezas y privaciones de refinamientos sensuales; y para que veáis, hijos míos, que a este fin obedece vuestra casa de muñecas, veamos el comedor: observad en él sobre todo una carencia total de objetos que puedan convertirse en nidos de suciedad: la vajilla blanca y lisa, y la cristalería lisa y trasparente; la mesa sin barnizar, para que se pueda limpiar con lejía o jabón; el aparador de hierro sin cajones ni escondrijos, donde tan fácilmente pueden meterse restos de fruta, de comida, de pan y demás cosas que tanto pueden inficionar la atmósfera, que debe ser purísima en el sitio destinado a ingerir los alimentos; todo lo que pusiéramos en este comedor, además de lo que hay, sobraría para el objeto a que está destinada la pieza, que es el de comer: ved al mismo tiempo que la cocina de vuestra casa de muñecas está encima y no debajo.

—En efecto, papá—dijo Rosario— ya me había chocado mucho esta novedad.

—Habiendo en los tiempos presentes mil medios para que las aguas sucias se viertan por cañerías y las limpias asciendan hasta los últimos pisos, las cocinas, en las casas donde haya que aprovechar el terreno, es mejor y más higiénico que estén en los últimos pisos; todos los miasmas, los tufos, olores y vahos, tienden a subir, y, por tanto, estando la cocina en los pisos altos se libra la casa de atmósferas impuras, y a la vez se proporciona a las cocinas luz más viva, dotándolas con esto de una condición indispensable para que su limpieza sea tan exquisita como debe serlo en ese maravilloso taller donde se produce el vigor de la vida.

1120Vamos, ahora, a ver el cuarto de baño. Como toda la casa, se signe en este cuarto el mismo procedimiento de reunir lo útil y exclusivamente necesario para que la familia viva sana, inteligente y tranquila: sobre la pila veis un trapecio que está puesto para que, antes del baño o cuando se está en él, puedan ejercitarse los músculos con algunos ejercicios, lo cual puede contribuir al desarrollo físico de los niños, y mantener en constante elasticidad el organismo de los adultos: observad al mismo tiempo que todas las habitaciones de la casa carecen de esquinas, es decir, todas las habitaciones presentan forma redondeada.

—¿Y para qué están así, papá?—dijo Rosario que era la que había observado antes esta particularidad de la casa.

—Esto obedece a dos fines; el primero la facilidad de la limpieza en las habitaciones; con la facilidad de la limpieza es menor el trabajo de los criados, de que luego os hablaré, y aún se necesitan menos criados; de todos modos es mayor el aprovechamiento del tiempo cuanto más se simplifican los quehaceres, y por lo tanto se hace más larga la existencia, porque, habéis de saber, hijos míos, que vivir mucho no significa tener muchos años, sino haber descansado muy poco tiempo, o mejor dicho, haber trabajado mucho; en segundo lugar la utilidad que tienen las habitaciones sin esquinas, es por lo siguiente: las corrientes de aire que circulan por las habitaciones de las casas, se hacen menos violentas y menos perniciosas para la salud...

—¿Y por qué, papá?—interrumpió el niño.

—Porque en las esquinas chocan las corrientes y chocando se hacen más rápidas en virtud de una ley física que ya sabréis cuando tengáis más años; la rapidez de las corrientes de aire confinado en estrecho espacio perjudica mucho a las criaturas.

Habréis observado también: primero, que en ninguna puerta ni ventana hay colgaduras ni cortinajes, objetos completamente inútiles para la existencia sana é inteligente de la familia; y segando, que toda la casa por dentro, está revestida de cal y enlucida de mía manera tosca y brillante, y por fuera revocada con estuco impermeable, o sea refractario al agua.

—¿Y para qué?—dijo la niña.

—Para que sea factible de encalarla por dentro cada dos o tres años, y para que las lluvias resbalen por el exterior sin que den humedades a la casa. Se sabe, hijos míos, que las paredes de las habitaciones recogen, absorben y detienen todos los miasmas (olores), partículas y temperaturas que se desprenden del cuerpo de las criaturas y seres vivos, y se sabe que la cal es un producto que tiene la propiedad o la condición de absorber todos estos miasmas, librando de impurezas el ambiente; así, pues, con las paredes encaladas no hay que tener cuidado a que aniden en ellas restos que pudieran contaminar el aire: esos medallones pintados al fresco, y que tan bonitos paisajes nos ofrecen, sólo adornan la pared, rompiendo la monotonía de lo blanco, sino que son como un recuerdo vivo de las hermosuras del planeta sobre el cual habitamos; y a la vez que animan las habitaciones con sus colores, sin peligro de transformarse en nidos de polvo, de insectos, o de sombras, hablan a la imaginación el doble lenguaje de la Naturaleza y del arte.

—Y dime, papá, estas puertas con tiradores, picaportes y rebordes cubiertos de cristal, ¿para qué están así?

—Para que ofrezcan mayor garantía de limpieza; el cristal es un cuerpo muy duro y terso, y difícilmente se le pega nada, bastando pasarlo una esponja húmeda y después un paño para que esté limpio; de este modo se evita que las puertas y ventanas ostenten esas manchas o estrías roñosas que acusan el paso de las manos que las cierran y las abren; y ya que de ventanas hablamos, ved todas las de vuestra casa al Levante y al Poniente, con el objeto de que el sol no deje nunca de bañar las habitaciones; porque, sabedlo para siempre, el sol es la mitad de la vida del hombre, así como la otra mitad es el aire.

Veamos el piso superior, y observad de camino la escalera, de hierro colado, para que ofrezca dos resultados: duración y limpieza. Ved al mismo tiempo el enlosado de la casa de pequeñas baldosas de mármol rojas y negras, unidas entre sí y por debajo, con un cemento especial que hace casi invisibles las junturas; estos suelos, sobre no dar de sí ninguna partícula de polvo y limpiarse con suma facilidad, tienen la ventaja de su color oscuro.

—¿Y qué ventaja es la del color?

—La de que no refleje la deslumbradora blancura de las paredes; la luz. para no herir violentamente a los ojos, ha de venir de arriba; estos suelos oscuros amortiguan el resplandor y devuelven una semi-oscuridad que neutraliza los efectos de la radiosa luz que observáis en toda la casa; así veis que las habitaciones, a pesar de su blancura, son alegres, pero no obligan a guiñar los ojos: por la misma razón las puertas están pintadas de oscuro. Veamos esta antesala con su magnífica chimenea....

—Que por cierto—interrumpió Rafael—no me explico por qué es para leña, así como todas las demás de la casa.

—Pues yo te lo voy, a explicar— contestó su madre;—lo primero de todo hay que tener en cuenta que España es un país meridional, donde los fríos nunca adquieren una intensidad tan cruda que hagan precisos los sistemas de calefacción por tuberías diseminadas, desde un centro único, a toda la casa, único sistema verdaderamente digno de la civilización moderna, pues los demás (estufas o calentadores de cok, gas, etc.), son más que un semillero de gases metílicos que envenenan, con mayor o menor lentitud, a la familia, bajo el poco racional pretexto de la economía; y, en segundo lugar, hay que no olvidarse que el calor de las habitaciones, para que éstas sean únicamente abrigadas y no comprometedoras de la salud, debe pasar de 10 grados más que la temperatura ambiente externa, para lo cual, en España, basta con una chimenea de leña.

—¿Y cómo no las hay más que en el salón, el comedor y la antesala de arriba?

—Hijo mío—siguió diciendo el padre—porque sólo en estas piezas se necesitan; en el salón para pasar la velada o el tiempo del estudio o de la tertulia convenientemente abrigados; lo mismo en el comedor durante el tiempo de las comidas, y en la antesala de arriba para que, repartiéndose el calor por igual hacia la izquierda y la derecha, llegue a las alcobas sin llevarlas más que el preciso para hacerlas sanas y no asfixiantes: ved estas alcobas, o mejor dicho, cuartos dormitorios, todos con sus dos ventanas de triples cierres, persianas, cristales y maderas; en ellos no hay otra cosa que lo necesario para dormir; las camas de bronce, en vez de colchón de muelles, verdadero tormento si es duro, y verdadero consumidor de vigores si es blando, tienen una tela metálica, y, encima de ella un solo colchón de lana hecho con dobles bastas, de modo que ofrezca cierta dureza , porque la cama, para ser verdadero sitio de reposo del cuerpo y verdadero reparador de vigores y energías, ha de ser dura y tersa: este colchón de lana se puede sustituir, en el verano, por uno de cerda vegetal, con funda de piel curtida, colchón que reúne las ventajas de ser más fresco y más limpio. Los lavabos de las alcobas, abundantes de agua, que es lo principal para lavarse, tienen, como veis, ni botes, ni cacharros de ningún género; dos cepillos: uno de dientes y otro de uñas, una pastilla de jabón superior, un frasco de agua de colonia y dos grandes esponjas correspondientes a cada una de las jofainas basta para el aseo de un cuerpo .sano, limpio y trabajador.

—¿Y las ropas de cama y mesa?— dijo Losarlo que como hija de madre hacendosa y limpia ya habla notado» la falta de ellas.

—Cuando tu padre termine su explicación abrirás los armarios del cuarto ropero y te enterarás de lo que contienen.

—Poco tengo ya que explicar; la cocina está montada con arreglo a los mayores adelantos; como veis, todo en ella es blanco, hasta el suelo; es el mejor medio de que toda ella esté siempre limpia: la pila con agua corriente en una cocina de la ultima civilización, debe ser tan necesaria como el fogón: el agua, el agua y el agua, he aquí los tres medios de sanear, hermosear y purificar una casa: en esta hermosa pila pueden lavarse los comestibles que lo requieran, sin tener que acudir al fregadero, donde pueden inficionarse con las suciedades de los platos, cacerolas y cacharros.

El cuarto de plancha y costura veis que tiene lo necesario para ambos oficios...

—Y observa, Rosario—añadió la madre—que en ese costurero hay de todo cuanto puede necesitar una familia para la recomposición y construcción {ó confección) de prendas; habla poco en favor del orden y de la economía de una mujer hacendosa y honrada el tener que mandar por dos cuartos de agujas, un metro de cinta, o media docena de corchetes; en donde sucede esto, una de dos, o los vicios masculinos quitan dinero a las necesidades de la familia, o las mujeres de la casa son unas descuidadas y manirrotas; de ambos modos resulta un desmerecimiento para la familia humana que debe ser el santuario, el compendio, la condensación de las grandes y las pequeñas perfecciones...

—Y di, papá—exclamó la niña— ¿por qué has dicho oficios al hablar de' la costura y la plancha?

—Porque lo son; y una señora, una mujer culta e ilustrada, que disponga de medios para ser dueña de un hogar y de una familia, no debe, realmente, desempeñarlos; debe aprenderlos para poder enseñárselos a sus criadas, o para saber apreciar el esmero con que estén desempeñados, y en último caso para ejecutarlos si la pobreza llama a las puertas de su casa; pero fuera de esto, la esposa, la madre, la hermana, la hija (pasado el tiempo de su educación), es una oficiala de taller de costura, de plancha o de cocina, cuya única misión consista en ganar lo que come, lo que viste y lo que la respeten a modo de jornal.

El progreso hará de estos oficios un destino especial, y la mujer del porvenir, radiosa mitad humana que entrará en los mundos de la ciencia y del arte, con representación propia, no será necesario, para que la respeten y la estimen los suyos que planche, que cosa, ni que friegue.

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