— Ya que hemos hablado de lo que padecen los adelantados, voy a decirte una cosa, querido Sebastián. No hay nada más horrible que los hombres que se adelantan.
¡Ay de aquellos que debiendo nacer en el año tres mil, nacen en el mil novecientos!
Yo compadezco mucho a los adelantados y para ellos escribí la Parábola del Águila Azul que voy a narrarte ahora:
Sucedió hace muchos años que en la Montaña de las Águilas, donde todas eran más o menos iguales, nació una que tenía las alas mucho más fuertes y los ojos mucho más poderosos.
Ella conocía sus facultades y he aquí que un día se le ocurrió a esta Águila emprender un viaje más allá del sol.
Empezó a volar, a volar... hasta que se perdió de vista.
Nadie supo nunca a donde se había ido y fueron pasando los años y los años, cuando un buen día, después de mucho tiempo, regresó a la montaña de sus hermanas.
Mas he aquí que esta águila quien sabe por donde habría andado que sus alas se habían puesto completamente azules y las demás águilas no la reconocían.
— Pero si soy vuestra hermana, exclamaba el Águila Azul, aquella que partió en viaje hace tantos años.
— No, decían las otras, tú no eres águila. Quién sabe que pájaro raro eres. Nosotras no te admitimos en nuestra montaña. Vete. Vete.
— Yo que esperaba que me ibais a recibir con los brazos abiertos, decía el Águila Azul. Yo que tenía que contaros tantas cosas que han visto mis ojos. Yo que os hubiera enseñado y servido tanto y vosotras renegáis de mí.
— Sí, sí, renegamos de ti. Tú no eres águila. Vete. Tus alas son azules y las nuestras son color roca. Tú no eres águila. Vete.
— Pero, hermanas, mis alas se han puesto azules porque he volado más alto que vosotras. Venid conmigo, yo os ayudaré, y veréis que vuestras alas también se pondrán azules.
— No, no, exclamaban las otras, tú no eres águila y nosotras estamos bien así. Vete tu sola. Nosotras no te admitimos. Vete a otra otra parte, pájaro raro.
— Pero mirad, ¿no es más bello mi plumaje que el vuestro?
— Tal vez. Pero no es de águila. No es como el nuestro color de roca. Vete. Vete.
Y he aquí que entonces el Águila Azul desesperada voló a una cumbre cercana y comenzó a sacarse a picotazos las plumas azules de sus alas para que así sus hermanas no la negaran y poder vivir tranquila entre ellas sin causarles la molestia de ser la excepción.