— Siempre he creído deducir de vuestras palabras que es un defecto brillar y hacerse notar en medio de las cosas.
— No es un defecto, querido Sebastián, pero sí un gran peligro. Y si no fuera por el miedo a la Justicia del destino veríamos cómo padecería todo lo que resalta.
— Nunca he creído en la Justicia.
— Haces mal porque todo en la tierra es justiciero, los árboles, las piedras, los ríos y las montañas. Todo es justiciero. Voy a narrarte la Parábola de la Lagartija y no olvides que las grandes justicias son quizás imprevistas, que a veces se valen de lo más nimio, pero llegan siempre.
Escúchame:
En medio de las hojas y las flores de la pradera una hermosa lagartija brillaba al sol como brillan las piedras de colores en el fondo de las vertientes cristalinas.
Parecía que estuviera llena de lentejuelas verdes y doradas.
Si hubiese pasado por allí un hombre de experiencia, le hubiera dicho cariñosamente: — «Pequeña lagartija, échate un poco de tierra encima, mira que resaltas demasiado. Échate un poco de tierra para amortiguar tu brillo, mira que así corres un grave peligro. Ten cuidado».
Pero no pasó ningún hombre de experiencia por allí y la lagartija siguió muy tranquila sonriendo al sol.
Pasaban por aquel lugar unos muchachos estudiantes que iban de paseo y uno de ellos exclamó de repente: Mirad la lagartija ¡cómo brilla! Parece increíble.
Y otro gritó: Matémosla.
Matémosla, dijeron a coro los otros muchachos, sin pensar que esa pequeña lagartija tenía tanto derecho a la vida como ellos y aun más, pues ellos eran unos haraganes inútiles, en tanto que ella, por lo menos, servía para embellecer la vida.
Aquella hermosa lagartija no les había hecho ningún mal y su único defecto era resaltar entre todo lo que la rodeaba.
Felices con el anuncio de la cruel entretención estos haraganes con alma de verdugos comenzaron a cortar varillas de los árboles y la emprendieron contra la pobre lagartija.
Verás, decía uno, cuando le corte la cola como baila separada del cuerpo.
Mas, he aquí que la lagartija fue escondiéndose debajo de las piedras y las ramas caídas, burlando los golpes de los muchachos que en su furiosa arremetida y medio ciegos de rabia se pegaban unos a otros.
Aquí se ha escondido, gritó uno. Levantad este tronco.
Pero la lagartija, como si lo hubiera escuchado, se escapó corriendo y comenzó a trepar por un árbol que había a la orilla de un gran canal.
¡Eh! súbete detrás de ella, gritaron al más pequeño los otros amigos.
Y el más pequeño, seguido del mas grande, comenzaron a subir por el árbol, agarrándose como monos a las ramas y pegando varillazos a la lagartija que subía más y más cada vez.
De pronto, cuando estaban a una gran altura, se desgarró una rama donde se había aferrado el que iba más arriba y éste se desprendió vertiginosamente, arrastrando en su caída al que iba detrás.
Y he aquí que ambos, rebotando entre las ramas, fueron a caer en medio del canal.
En vano gritaban los otros compañeros pidiendo auxilio. El canal era muy profundo y el agua corría demasiado rápida.
Al ver desaparecer a los dos amigos bajo el agua, los muchachos se miraron consternados y temblando de pavor.
¿Qué vamos a hacer ahora? ¿qué vamos a decir? gritó uno con gesto trágico. Y huyeron como locos a través de la llanura.
Entretanto la pequeña lagartija brillaba al sol en la copa del árbol siniestro y justiciero.