Don César que, con porfía
que nada hay que ataje o venza,
buscaba de su vergüenza
y su venganza la vía,
de hierro allí en fuertes cajas
y en sendos sacos de cuero
encontró mucho dinero
y muy valiosas alhajas.
Comprendido el mecanismo
del secreto entablerado,
hasta el último cuadrado
desmontó y halló lo mismo.
No fue el rey Don Pedro avaro;
mas tuvo que ahuchar dinero,
porque a un rey tan caballero
le costó el vivir muy caro.
Morisma, clero y nobleza
contra él por tan varios modos
fueron, que hubo contra todos
menester brío y riqueza.
El brío con él nació:
y la riqueza en sus raros
y arduos casos, sin reparos
la hubo donde la encontró.
¿Fue ésta allí depositada
propiedad suya por él?
¿La hizo su muerte en Montiel
quedar donde está olvidada?
¿Fue regalada o legada
a su buen copero fiel?
Ni en tradición ni en papel
consta: nadie sabe nada.
Ante su tesoro inmenso,
que ni su ambición complace
ni sus dudas satisface,
quedó don César suspenso;
pues del cuarto es cosa cierta
que en el friso que sepulta
tesoro tal, no se oculta
pasadizo, trampa o puerta.
Don César que oro no busca
ni riquezas necesita,
cuya avaricia no excita
aquella fortuna brusca,
y que aferrado a una idea
va tenaz sobre otra pista,
del oro apartó la vista
y... volvió a la chimenea.
Mas buscó en vano si existe
de los Ulloas el paso
en ella: si existe acaso
allí, a la inspección resiste.
Conque al fin, con más premura
por la adquirida destreza,
volvió a armar pieza por pieza
la arabesca ensambladura,
y mientras la reponía
tenaz tornillo a tornillo,
este discurso sencillo
fijo en su idea se hacia:
«Que proviene este tesoro
de Don Pedro es evidente,
y no hay Ulloa viviente
que haya husmeado aquí tanto oro.
»Déjole, pues, donde está,
pues estuvo aquí seguro;
mas por si un día en apuro
se ve un Tenorio quizá,
»yo dejaré a mi heredero
de tal secreto la clave,
y pues cuál fue no se sabe
de Don Pedro el justiciero
la voluntad, culpa grave
no será que un venidero
Tenorio haya su dinero
si en la conciencia le cabe.»
Y después de concluir
su tarea, de hito en hito
contemplándola al partir
por si en ella a apercibir
llega falta o requisito,
tornando al plan favorito
dijo del cuarto al salir:
«¿Pero aquel hombre maldito
por dónde pudo venir?»
Y sobre el caso discurre
y dar en el quid espera,
y aunque no se desespera,
de esperar tanto se aburre.
Y de los nuevos cerrojos
puestos al áureo postigo
duerme seguro al abrigo
soñando con trampantojos.
Y bebe de su tisana,
a cuya acción bienhechora
duerme en paz, y que mejora
percibe cada mañana.
Mas siempre fijo en su idea
pasaba uno y otro día
en trazar cómo podría
desmontar la chimenea.
Tan sólo le detenía
pensar que, aunque terco y bravo,
él solo llevar a cabo
trabajo tal no podría:
y aunque al fin lo consiguiera
con trabajo sobrehumano,
debía al cabo su hermano
sentir el ruido que hiciera.
Conque era preciso dar
con un medio tan secreto
como lo exige el objeto
que él solo debe lograr;
mas como él solo sin duda
no es bastante a tal empresa,
y como al par le interesa
no pedir de nadie ayuda,
secreto y dificultad
colocan en conclusión
de su plan la ejecución
en la imposibilidad. |