A la mañana siguiente
volviendo a leer las letras
de Per Antúnez, y el sol
rayando en el cielo apenas,
entró en aquel camarín
y empezó con circunspecta
y escrupulosa atención
a examinarle de cerca.
Era ni grande ni chica,
pero un tercio más pequeña
que todas las otras cámaras
de la amplia casa, una pieza
que formaban por dos lados
las dos paredes maestras
de uno de los cuatro ángulos
que apilara por de fuera
uno de los torreones
con que a la fábrica vieja
dio solidez y elegancia
la restauración moderna.
Dos rosetones arábigos
que las paredes espesas
taladrando, al par la sirven
de atalayas y lumbreras,
la dan una luz constante,
pues estando ambas abiertas
a Oriente y a Mediodía,
el sol se la da perpetua.
La pieza está circuida
por un friso de madera,
ejemplar primorosísimo
de morisca ataracea.
Mil polígonos istriados,
mil laberínticas grecas,
mil cúficas inscripciones
con precisión geométrica
encajadas, embutidas,
incrustadas e interpuestas
sobre un fondo de hojarasca,
cordones, lazos y trenzas
de trabajo microscópico
de sutil delicadeza,
desvanecen y extravían
examinar al quererlas.
Imposible hallar la unión
de sus infinitas piezas
ni seguir las líneas múltiples
de su estructura quimérica.
Don César se quedó absorto
como si por vez primera
viese lo que visto había
desde su niñez más tierna:
y era que nunca hasta entonces
en la estancia que contempla
creyó tener que buscar
lo que ahora busca y no encuentra.
Tanteó de la ensambladura
los tableros por doquiera,
tentó todas las labores,
golpeó donde creyó hueca
su superficie; mas sólida
la halló doquier y sin señas
de encaje o cierre, de móvil
montadura o falsa puerta.
Del ángulo en medio abría
su boca hollinosa y negra,
hecha de jaspe y de mármol,
una enorme chimenea
que, a decir verdad, juraba
con cuarto cuyas modestas
dimensiones no exigían
hogar de tamaña hoguera.
Don César contempló atento
su honda boca, fría y negra,
y su fondo: contemplándola
le fue infundiendo sospechas.
Suspicaz a inspeccionarla
se acercó, como se acerca
a husmear si hay algo vivo
una zorra a una caverna,
y examinó las junturas
de su herraje y de sus piedras,
de su puñal con la punta
sondándolas con paciencia.
Laminadas sus tres caras
de bronce porque no prenda
en ellas el fuego, empótranse
en las dos paredes gruesas.
Del piso y hogar las planchas
barreadas con cabeceras
de atornillados barrotes,
su inmovilidad demuestran.
Conque don César al cabo
de andar mucho tiempo a tientas
con cuanto de cantería,
hierro, mármol y madera
topó en el cuarto, fijóse
resueltamente en la idea
de que la mácula tiene
la ensambladura encubierta.
Resolvió, pues, desmontarla,
y si no puede, romperla,
para lo cual echó mano
de la comprada herramienta.
Preparó escoplo, martillo,
tenazas y palanqueta,
y a tantear empezó cómo,
con qué y por dónde la entra;
mas, aunque alto sentimiento
artístico no alimenta,
y aunque su seguridad
y su venganza le apremian,
antes de hacer en astillas
saltar una obra tan bella,
vuelve a tantear, vacilando,
sus marcos y sus traviesas,
tentando todas las tallas
y virolas que se elevan,
por si alguna movediza
o gira o se afloja o rueda.
Y no le pesó haber cauto
fiado a la inteligencia
y a la maña, de su intento
el éxito, y no a la fuerza;
porque tanteando en un marco
un medio agallón que encierra
un rosetón de los cuatro
que sus ángulos ostentan,
sintió que era simplemente
de un tornillo la cabeza
cuyo espigón encontraba
en el rosetón su tuerca.
Sacó tras de aquél los cuatro
que aquel tablero sujetan,
y sacudiéndole de alto
abajo, a izquierda y derecha,
desmontólo fácilmente;
pero bajo él con sorpresa
encontró una doble tabla
sólida, inmoble y entera.
Semejante resultado
sus esperanzas no esfuerza;
pero no es don César hombre
que por tan poco las pierda.
Resuelto a no desistir
el muro hasta que no vea,
siguió desmontando el friso
con mal sufrida impaciencia.
Desternilló seis tableros,
y en las tablas en que asientan
golpeando, detrás de algunas
sintió el vacío que suena;
mas no hallando de juntura
ni de ensambladura muestras,
buscó en el marco do encajan
el secreto de moverlas.
A fuerza de registrar,
de un marco dio en la haz interna
con un puntero embutido
de una ranura en la muesca.
Suponiéndole instrumento
colocado a ciencia cierta
para algo allí, y por lo tanto
de utilidad manifiesta;
buscando cómo servirse
puede de él, empezó a tientas
a buscar ojo o taladro
cuyas medidas le venían.
No hallando en fin más encaje
que el de las vacías hembras
de los tornillos, metióle
al azar en una de ellas.
Las de abajo resistieron;
pero en las de arriba apenas
forzó el puntero, una tabla
se corrió a un lado una tercia.
Corrióla del todo y vio
que encubría una alacena
que cerraba un mecanismo
de números y de letras.
Era un chapetón formado
por doce anillas concéntricas
y giratorias, cada una
de las cuales a simétricas
distancias, mas sin que formen
ni cantidad ni leyenda,
contiene letras y, números
que bien comprendió don César
que al juntarse exactamente
en combinación secreta,
al que las junte abrirán
las cerradas portañuelas.
Con que concentrando terco
de sentidos y potencias
las facultades e instintos
de la voluntad, a vueltas
comenzó con las rodajas,
los números y las letras,
absorbiendo su alma toda
en tan paciente tarea.
Dos veces, pálido de ansia
y de afán las manos trémulas,
asió el hacha para ayuda
de la torpe inteligencia,
y otras dos volvió a soltarla
y otras dos volvió a emprenderla
con las letras y las cifras,
picado de no entenderlas.
Al fin una vez los números
puestos en segunda hilera,
igual a la del postigo,
compusieron una fecha.
La fecha le recordó
un nombre, a formarle priesa
se dio, y resultó DON PEDRO
y..................................1350.
Conque a tal combinación
las cerraduras abiertas,
cedieron todas las puertas
a la primera presión. |