Una hora después, delante
de la cama de don César,
a la luz de una bujía
que ardía sobre una mesa,
don Luis, don Guillén, don Diego
y Per Antúnez de Anievas
meditaban, relatada
la siciliana tragedia.
Per Antúnez era un hombre
de edad y estatura medias,
en casa de los Tenorios
de alta estima y de gran cuenta.
Su padre y abuelo habían
asistido en paz y en guerra
a los ascendientes de estos
cuatro Tenorios: él era
de don Gil el mayordomo,
de don Diego el ayo: y yedra
de los Tenorios, a ellos
iba unida su existencia.
Hombre de honradez sin tacha,
de valor a toda prueba,
de extremado atrevimiento
y de perspicacia extrema,
toda esta noble familia
su confianza le acuerda,
y como de ella le tratan
y de ella él se considera.
De don Diego como egida
fue con don Gil, y en la huesa
al dejarle allá, a Sevilla
dio con don Diego la vuelta:
y vuelve en la convicción
de que por derecho hereda
el de servir al que quede
con la autoridad suprema:
a don Diego por ser vástago
de la rama primogénita
y a don César por mayor
de los Tenorios que quedan.
Antúnez les ha contado
de don Gil la muerte, y cuenta
les ha dado de sus horas
y voluntad postrimeras.
Su testamento aún cerrado
puso a la luz de la vela
sobre la mesa después
de su narración, y espera...
que sus hermanos y su hijo,
bajo la impresión funesta
de la muerte de don Gil,
la lloren como la sientan.
Tras largo espacio pasado
en silencio, fue don César
el primero que osó el diálogo
entablar de esta manera:
CÉSAR
Por la relación del hecho
aquí por Antúnez hecha,
resulta que ha sido Gil
asesinado en contienda
nocturna, entablada a posta,
para que se hallara en ella
al volver a su morada,
de su casa ante la puerta.
ANTÚNEZ
Así fue.
CÉSAR
Al interponer
su autoridad, mano experta
le dio, preparada a dárselas,
mis dos estocadas mesmas.
ANTÚNEZ
En la garganta y el pecho:
iguales a las dos vuestras.
CÉSAR
Como en España, en Sicilia
la justicia en la impotencia
llegó tarde: quedó impune
quien se las dio, y tras de luenga
enfermedad, triste cabo
dio don Gil a su existencia.
ANTÚNEZ
Así es.
CÉSAR
Pues procuremos,
ya que justicia en la tierra
no hay por lo visto, que al menos
venganza su muerte tenga.
Y como acá en mis adentros
tengo yo sospechas
de la causa de su muerte
y de mis heridas, mientras
de ellas me curo y me pongo
de su autor sobre las huellas,
abramos el testamento
por si da luz para verlas.
El testamento era breve:
don Gil en su hora postrera
prohibía su venganza
y perdonaba su ofensa,
Virtud rara en aquel tiempo
en los que de tal manera
morían; mas que en don Gil
se comprende: su dolencia
fue larga: la religión
se sentó a la cabecera,
y a Dios volviendo su espíritu,
murió como Cristo ordena.
Daba a su viuda Beatriz
cinco mil doblas zahenas,
marcando las propiedades
de que la hacía heredera.
Dejaba a su hijo don Diego
todo el resto de su herencia,
y de él y ella a sus hermanos
por tutores y albaceas,
mandándoles que habitaran
y que jamás la vendieran
la casa de que Don Pedro
hizo a su copero ofrenda.
Y esta era obligada cláusula
de los testamentos de esta
raza, desde el del copero
del rey hasta el de la fecha.
Así es que ningún Tenorio
podía la casa en venta
poner mientras de su raza
un individuo existiera,
alguno de la cual siempre
habitar debía en ella
y en los mismos aposentos
en que el copero viviera.
Por consiguiente, los cuartos
do la viuda se aposenta
pertenecen, como jefe
de la familia, a don César.
Como tal pertenecieron
a don Gil; mas su vivienda
no pertenece a su viuda
en quien él hijos no deja.
Pero el actual testamento
previene en cláusula expresa
que la doña Beatriz,
mientras viuda permanezca,
podrá habitar en sus cámaras
con su servidumbre y rentas
propias, libre y con derechos
a absoluta independencia.
Nadie objetó nada en contra,
todos a cumplir entera
la voluntad de don Gil
obligados en conciencia;
y viendo que comenzaba
la luz del alba en las rejas
a reflejar, como jefe
de casa ya, habló don César:
«Id a reposar, don Diego,
con Per Antúnez; que mientras
inexcusable tributo
dais a la naturaleza,
nosotros resolveremos
con calma lo que convenga.»
La orden era positiva:
de la familia cabeza
era ya don César y
debíasele obediencia.
Don Diego y Antúnez fuéronse:
y estando ya en pie y alerta
la servidumbre, y hallándose
su cámara ya dispuesta,
quedáronse en ella a solas
con su cansancio y su pena.
Y a solas con sus hermanos
así que se vio don César,
dijo hacia el lecho atrayéndoles
con una imperiosa seña:
«El testamento de Gil
opino por que no vea
ella.» Al oír tal fruncieron
sus dos hermanos las cejas.
LUIS
¡Villanía!
CÉSAR
No: yo insisto
en que con alguien de afuera
comunica: y ha llegado
la ocasión de hacer la prueba.
LUIS
Ya es libre: con rentas Gil
e independiente la deja.
CÉSAR
Sólo ha que lo es dos semanas
y un año ha que nos afrenta.
LUIS
Es una mujer.
CÉSAR
Es una
infame.
LUIS
La pasión te ciega,
César.
CÉSAR
No: sé lo que digo.
LUIS
Tú lo crees; pero ¿y si yerras?
Don César, la voz bajando,
díjoles casi a la oreja:
«¿Y si está encinta?»
LUIS y GUILLÉN
¡Deliras!
CÉSAR
Yo necesito en pie verla:
cosa que sé que hace meses
no logra ni aun su doncella.
LUIS
Tienes una idea fija,
hermano, con la que sueñas
siempre.
CÉSAR
Mis largos insomnios
dar me han hecho en tal idea:
y a fuerza de coger hilos
y de atar cabos a fuerza,
tengo el del ovillo.
LUIS
Tienes
recelos.
CÉSAR
Casi evidencias.
LUIS
Pues andemos con gran tiento.
CÉSAR
Sí, por Dios; pero no a tientas;
y pues tenemos ya el cabo,
devanemos la madeja
antes que nos la enmarañe.
LUIS
¡Sí, por Dios!.. Mas no te vendas.
CÉSAR
¿Qué es venderme?
LUIS
Hablemos claros
de una vez, aunque lo sientas:
o das en loco o tú la amas:
de cualquier modo que sea,
lo mejor es que acabemos:
líbrate y líbranos de ella.
CÉSAR
¿Que la amo?... ¡Cristo! La odio.
LUIS
Los extremos se tropiezan
y el amor y odio violentos
sin saber cómo se truecan.
CÉSAR
¡Luis!
LUIS
Nadie se ve a sí mismo,
y estamos viéndote, César.
Venguémonos de los hombres,
puesto que en ello hombres entran;
pero de hombres en secretos
no metamos a las hembras:
pues va a ser secreto a voces,
y el que las da no se venga.
CÉSAR
Yo os probaré...
LUIS
Mas no ahora:
reposa: nos amedrenta
tu agitación: tranquilízate;
tiempo tenemos, ten flema.
Don César, o convencido
por la razón, o sin fuerzas
por su debilidad física,
no habló más y se dio a buenas.
En su lecho colocáronle
cómodamente, y la espesa
colgadura ante él corriendo,
le instaron por que durmiera.
Quedóse su cuerpo inmóvil,
muda se quedó su lengua;
mas quedó su inquieto espíritu
dando a su esperanza vueltas.
Sus hermanos ocupando
dos sillones de vaqueta,
en la cámara inmediata
se pusieron de él en vela:
y esperando que al influjo
de la fatiga se duerma,
se quedaron en silencio
al de su propia tristeza. |