La noche de esta verbena,
y de la plaza en que pasa
desde el balcón de una casa,
miraba su alegre escena
una dama, cuyos traje,
apostura y compañía
acusaban jerarquía
superior y alto linaje.
La casa, por el espacio
que ocupa, por su fachada,
su ventanaje y portada,
tiene el aire de un palacio.
Con la dama del balcón
ocupan su barandal
tres hombres de aire glacial,
mas de grande distinción:
y aunque su traje y su porte
son sencillos y severos,
se ve que son caballeros
de raza y gente de corte.
Por el aire que se dan
hermanos parecen ser,
y guardando a la mujer
más que sirviéndola están.
Los tres son de edad madura,
aunque ninguno es anciano:
la dama es... un ser humano,
mas ¡qué ser!, ¡qué criatura!
Al mirarla no es posible
no admirarla: es una perla;
mas valuarla sólo al verla
tampoco: es incomprensible.
Tiene en su faz del diamante
los fugitivos destellos,
y es tan varia como aquéllos
la expresión de su semblante.
Como tipo de hermosura
es el tipo más perfecto:
no hay descuido, no hay defecto
ni lunar en su figura.
En tamaño y proporciones
es la estatua más perfecta:
su cabeza es tan correcta
como puras sus facciones.
Mas la gracia no la quita
su perfección modelada,
antes la tiene extremada,
imponderable, infinita.
De diamantes con un broche
recoge una cabellera
que envuelve su forma entera
cuando la suelta de noche.
Sus riquísimas pestañas
las mejillas la sombrean:
sus miradas centellean
luz que abrasa las entrañas.
Blanca como una paloma;
ligera, grácil, gentil,
cual mariposa de abril
que el sol en un lirio toma,
bella es como el mar en calma:
mas, semillero de antojos,
tiene la gloria en los ojos
con el infierno en el alma.
Vista, encanta y enamora;
si sonríe, magnetiza;
si se la contempla, hechiza;
si se la habla, se la adora.
Su boca de encantos llena,
cuando una frase pronuncia,
en ella el preludio anuncia
del cantar de la sirena.
Quien la escucha se extasía
y arrobado la oye y calla,
que en su voz flexible se halla
el germen de la armonía.
Mujer en fin andaluza,
de esas que al mundo echa Dios
rara vez, trayendo en pos
un demonio que la azuza.
Tipo extraño de mujer
que el demonio a largos plazos
crea y en sus propios brazos
viene a la tierra a traer:
y al colocarla en el suelo,
por sí mismo la coloca
en los ojos y en la boca
una red con un señuelo,
para coger en sus lazos
a los hombres, y perder
sus almas después de hacer
sus corazones pedazos.
Tal es la alma criatura
que esta noche de San Juan,
armada del talismán
de su infernal hermosura,
presencia desde un balcón
la verbena de Sevilla,
siendo encanto y maravilla
de toda su población. |