Duerme en paz - J. C. Zenea

Atendite et videte,
si est dolor sicut dolor meus!


¡Que no tenga yo un elíxir
para volverte la vida,
para dar brillo a tus ojos
y a tu labio una sonrisa!

¡Que no pueda con mis besos
calentar tus manos frías,
y hacer brotar con mi llanto
las rosas de tus mejillas!

¿Que te hable y no me respondas!
¡Que no sientas mis caricias...
cuando no ha mucho que al verme
gozosa te estremecías!

¿Es posible que hayas muerto?
¿Estás acaso dormida?...
Muerta estás!... que si durmieras
en sueños me escucharías!

Muerta estás... y aquella falta
en verdad que no era digna
de esta expiación horrorosa,
de esta pena inmerecida!

Por culpable que hayas sido
derecho a existir tenías,
porque yo sé que eres buena
y además eras tan niña!

Pudo la ley revocarse
si un alma el cielo quería,
y la segur destructora
herir mi cerviz altiva,

pues castigar tus errores
es igual, amada mía,
a hollar la violeta humilde
porque un suave olor prodiga.

Yo al fin no aguardo por cierto
riquezas, glorias, ni dichas,
y donde está mi esperanza
mejor mi cuerpo estaría.

Pero tú, tú que expirando
suplicabas compasiva,
que el fruto de tus amores
permaneciera a tu vista;

tú, mi bien, que suspirabas
por un poco más de vida,
y con miedo de la tumba
en mi seno te escondías;

¡Ah! tú no debiste entonces
en convulsión repentina,
extenderte sobre el lecho,
quedarte pálida y fría!

Nueva-York, 1854

00:00 02:59

Tamaño de Fuente
Tipografía
Alineación

Velocidad de Reproducción
Reproducir siguiente automáticamente
Modo Noche
Volumen
Compartir
Favorito

17713

7110

4360

J. C. Zenea

Autor.aspx?id=472

Duerme en paz

ObraVersion.aspx?id=4360

Atendite et videte,
si est dolor sicut dolor meus!


¡Que no tenga yo un elíxir
para volverte la vida,
para dar brillo a tus ojos
y a tu labio una sonrisa!

¡Que no pueda con mis besos
calentar tus manos frías,
y hacer brotar con mi llanto
las rosas de tus mejillas!

¿Que te hable y no me respondas!
¡Que no sientas mis caricias...
cuando no ha mucho que al verme
gozosa te estremecías!

¿Es posible que hayas muerto?
¿Estás acaso dormida?...
Muerta estás!... que si durmieras
en sueños me escucharías!

Muerta estás... y aquella falta
en verdad que no era digna
de esta expiación horrorosa,
de esta pena inmerecida!

Por culpable que hayas sido
derecho a existir tenías,
porque yo sé que eres buena
y además eras tan niña!

Pudo la ley revocarse
si un alma el cielo quería,
y la segur destructora
herir mi cerviz altiva,

pues castigar tus errores
es igual, amada mía,
a hollar la violeta humilde
porque un suave olor prodiga.

Yo al fin no aguardo por cierto
riquezas, glorias, ni dichas,
y donde está mi esperanza
mejor mi cuerpo estaría.

Pero tú, tú que expirando
suplicabas compasiva,
que el fruto de tus amores
permaneciera a tu vista;

tú, mi bien, que suspirabas
por un poco más de vida,
y con miedo de la tumba
en mi seno te escondías;

¡Ah! tú no debiste entonces
en convulsión repentina,
extenderte sobre el lecho,
quedarte pálida y fría!

Nueva-York, 1854

Audio.aspx?id=7110&c=1C3B28&f=030534

179

2 minutos 59 segundos

0

0

Esta página web usa cookies

Utilizamos cookies propias y de terceros para gestionar el sitio web, recabar información sobre la utilización del mismo y mejorar nuestros servicios. Más información.