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"La marca en la pared - The mark on the wall" |
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Biografía de Virginia Stephen Woolf, en Wikipedia |
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LA MARCA EN LA PARED | ||||||
LA MARCA EN LA PARED
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LA MARCA EN LA PARED
| THE MARK ON THE WALL | |
Quizá fue a mediados de enero del presente año cuando levanté la vista y vi por primera vez la marca en la pared. A fin de concretar el día es preciso recordar lo que una vio. Por esto, ahora, pienso en el fuego, la constante película de luz amarilla sobre la página del libro, los tres crisantemos en el redondeado cuenco de vidrio sobre la repisa de la chimenea. Sí, seguramente era invierno, y acabábamos de tomar el té, por cuanto recuerdo que fumaba un cigarrillo, cuando levanté la vista y vi la marca en la pared por primera vez. Levanté la vista, a través del humo del cigarrillo, y mi vista se fijó durante unos instantes en los carbones ardiendo, y a la mente me vino aquella vieja fantasía de la bandera roja ondeando en lo alto de la torre del castillo, y pensé en la cabalgata de los caballeros rojos ascendiendo por la ladera de la negra roca. Con cierto alivio por mi parte, la visión de la marca interrumpió mi fantasía, ya que se trata de una fantasía vieja, mecánica, quizá nacida en mi infancia. La marca era pequeña y redonda, negra sobre el blanco de la pared, situada seis o siete pulgadas más arriba de la repisa de la chimenea.
| PERHAPS IT WAS the middle of January in the present year that
I first looked up and saw the mark on the wall. In order to fix a date it is necessary to remember what one saw. So now I think of the fire; the steady film of yellow light upon the page of my book; the three chrysanthemums in the round glass bowl on the mantelpiece. Yes, it must have been the winter time, and we had just finished our tea, for I remember that I was smoking a cigarette when I looked up and saw the mark on the wall for the first time. I looked up through the smoke of my cigarette and my eye lodged for a moment upon the burning coals, and that old fancy of the crimson flag flapping from the castle tower came into my mind, and I thought of the cavalcade of red knights riding up the side of the black rock. Rather to my relief the sight of the mark interrupted the fancy, for it is an old fancy, an automatic fancy, made as a child perhaps. The mark was a small round mark, black upon the white wall, about six or seven inches above the mantelpiece. | |
Con cuánta rapidez se arremolinan nuestros pensamientos alrededor de un objeto nuevo, levantándolo un poco, de la misma manera en que las hormigas transportan una pajilla muy febrilmente, y luego la abandonan... Si aquella mancha era una marca dejada por un clavo, el clavo no pudo ser colocado allí para colgar un cuadro, sino para una miniatura, la miniatura representando a una señora de blancos rizos empolvados, empolvadas mejillas y labios como claveles rojos. Una falsificación, desde luego, por cuanto la gente que vivía en esta casa antes que nosotros hubiera escogido pinturas así, una vieja pintura para una vieja estancia. Era gente así, gente muy interesante, y si pienso en ella tan a menudo y en tan extraños lugares, ello se debe a que jamás la volveré a ver, ni sabré qué fue de ella. Dejaron esta casa porque querían cambiar el estilo de sus muebles, eso fue lo que él dijo, y estaba él en trance de decir que, a su parecer, el arte debe tener ideas detrás, cuando fuimos separados, tal como se queda separado de la vieja dama en trance de verter el té y del joven a punto de golpear la pelota de tenis en el jardín trasero de la villa en el barrio residencial, cuando se pasa rápidamente en tren. |
How readily our thoughts swarm upon a new object, lifting it a little way, as ants carry a blade of straw so feverishly, and then leave it.... If that mark was made by a nail, it can't have been for a picture, it must have been for a miniature–the miniature of a lady with white powdered curls, powder-dusted cheeks, and lips like red carnations. A fraud of course, for the people who had this house before us would have chosen pictures in that way–an old picture for an old room. That is the sort of people they were–very interesting people, and I think of them so often, in such queer places, because one will never see them again, never know what happened next. They wanted to leave this house because they wanted to change their style of furniture, so he said, and he was in process of saying that in his opinion art should have ideas behind it when we were torn asunder, as one is torn from the old lady about to pour out tea and the young man about to hit the tennis ball in the back garden of the suburban villa as one rushes past in the train. |
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Pero, en lo referente a la marca, realmente no estoy segura. A fin de cuentas, no creo que fuera una marca dejada por un clavo; era demasiado grande, demasiado redondeada. Hubiera podido levantarme, pero si me levantaba y la miraba, había diez probabilidades contra una de que no supiera averiguarlo con certeza; debido a que, cuando se hace una cosa, una nunca sabe cómo ocurrió. Oh, sí, el misterio de la vida, la inexactitud del pensamiento... La ignorancia de la humanidad... Para demostrar cuan poco dominio tenemos sobre nuestras posesiones —cuan accidental es nuestro vivir, después de tanta civilización—, séame permitido enumerar unas pocas cosas entre todas las que perdemos a lo largo de nuestra vida, comenzando por la pérdida que siempre me ha parecido la más misteriosa entre todas: ¿qué gato es capaz de masticar o qué ratón es capaz de roer, tres estuches azul pálido de herramientas para encuadernar libros? Luego vinieron los casos de las jaulas de pájaros, de los aros de hierro, de los patines metálicos, del recipiente para carbón estilo Reina Ana, del tablero de bagatela, del organillo... todo ello desaparecido, y también las joyas. Ópalos y esmeraldas, enterrados están entre las raíces de los nabos. ¡Qué difícil e irritante asunto es la certeza! Lo increíble es que lleve ropas puestas y esté rodeada de sólidos muebles en este instante. En realidad, si se quiere comparar la vida a algo, debe compararse a que la lancen a una por el túnel del metro a cincuenta millas por hora, para acabar en el otro extremo, sin siquiera una horquilla en el pelo. ¡Que la lancen a una a los pies de Dios totalmente desnuda! ¡Cruzar, rodando los prados de asfódelo igual que los paquetes de papel castaño son lanzados por el tobogán en correos! Con el cabello al viento, como la cola de un caballo de carreras. Sí, esto parece expresar la rapidez de la vida, el perpetuo destrozo y reparación, todo tan al azar, tan sin sentido... |
But as for that mark, I'm not sure about it; I don't believe it was made by a nail after all; it's too big, too round, for that. I might get up, but if I got up and looked at it, ten to one I shouldn't be able to say for certain; because once a thing's done, no one ever knows how it happened. Oh! dear me, the mystery of life; The inaccuracy of thought! The ignorance of humanity! To show how very little control of our possessions we have–what an accidental affair this living is after all our civilization–let me just count over a few of the things lost in one lifetime, beginning, for that seems always the most mysterious of losses–what cat would gnaw, what rat would nibble–three pale blue canisters of book-binding tools? Then there were the bird cages, the iron hoops, the steel skates, the Queen Anne coal-scuttle, the bagatelle board, the hand organ–all gone, and jewels, too. Opals and emeralds, they lie about the roots of turnips. What a scraping paring affair it is to be sure! The wonder is that I've any clothes on my back, that I sit surrounded by solid furniture at this moment. Why, if one wants to compare life to anything, one must liken it to being blown through the Tube at fifty miles an hour–landing at the other end without a single hairpin in one's hair! Shot out at the feet of God entirely naked! Tumbling head over heels in the asphodel meadows like brown paper parcels pitched down a shoot in the post office! With one's hair flying back like the tail of a race-horse. Yes, that seems to express the rapidity of life, the perpetual waste and repair; all so casual, all so haphazard....
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Pero después de la vida. El lento arrancar de gruesos tallos verdes, de manera que el cáliz de la flor, al inclinarse, no arroje sobre una un diluvio de luz roja y morada. A fin de cuentas, ¿por qué no habría una de nacer allá, tal como nació aquí, indefensa, sin habla, incapaz de centrar la vista, a tientas entre las raíces del césped, entre los dedos de los pies de los Gigantes? Y en lo tocante a decir lo que son árboles, lo que son hombres y mujeres, o si semejantes entes existen, no se estará en condiciones de hacerlo en el curso de cincuenta años aproximadamente. No habrá nada, salvo espacios de luz y de tinieblas, cruzados por recias vallas, y quizá, bastante arriba, marcas en forma de rosa de confuso color —oscuros rosados y azules— que, al paso del tiempo, se harán menos confusas, se convertirán en... No sé en qué. |
But after life. The slow pulling down of thick green stalks so that the cup of the flower, as it turns over, deluges one with purple and red light. Why, after all, should one not be born there as one is born here, helpless, speechless, unable to focus one's eyesight, groping at the roots of the grass, at the toes of the Giants? As for saying which are trees, and which are men and women, or whether there are such things, that one won't be in a condition to do for fifty years or so. There will be nothing but spaces of light and dark, intersected by thick stalks, and rather higher up perhaps, rose-shaped blots of an indistinct colour–dim pinks and blues–which will, as time goes on, become more definite, become–I don't know what.... | |
Pero esa marca en la pared no es un agujero, ni mucho menos. Puede haber sido causada por una sustancia redonda y negra, como un pequeño pétalo de rosa, resto del pasado verano, ya que no soy un ama de casa muy esmerada —y, como demostración, basta mirar, por ejemplo, el polvo en la repisa del hogar, polvo que, según dicen, enterró a Troya tres veces, y sólo algunos fragmentos de cerámica se resistieron a ser aniquilados, lo cual parece cierto. |
And yet that mark on the wall is not a hole at all. It may even be caused by some round black substance, such as a small rose leaf, left over from the summer, and I, not being a very vigilant housekeeper–look at the dust on the mantelpiece, for example, the dust which, so they say, buried Troy three times over, only fragments of pots utterly refusing annihilation, as one can believe. |
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El árbol junto a la ventana golpea muy levemente el vidrio... Quiero pensar tranquilamente, en calma, anchamente, sin ser jamás interrumpida, sin tenerme que levantar jamás del sillón, deslizarme fácilmente de una cosa a otra, sin sensación de hostilidad, de obstáculos. Quiero hundirme más y más, lejos de la superficie, con sus duros y separados hechos. Para tranquilizarme, voy a fijarme en la primera idea que se me ocurra... Shakespeare... Importa tanto como cualquier otro. Un hombre que se sentaba firmemente en un sillón, y contemplaba el fuego, de modo que... un diluvio de ideas caía perpetuamente desde un cielo muy alto sobre su mente. Apoyaba la frente en la palma de la mano, y la gente miraba por la puerta abierta, ya que esta escena ocurre, supuestamente, en una noche de verano... Pero cuan aburrido es esto, esta novela histórica... No me interesa nada. Me gustaría encontrar unos pensamientos agradables, unos pensamientos que fueran un camino que indirectamente me reportara prestigio, ya que éstos son los pensamientos más agradables, y se encuentran muy a menudo incluso en la mente de la gente de modesto color ratonil, que sinceramente cree que no le gusta oír que les canten alabanzas. No son pensamientos que la alaben a una directamente; esto es lo bueno. Todos ellos son pensamientos como el siguiente: |
The tree outside the window taps very gently on the pane.... I want to think quietly, calmly, spaciously, never to be interrupted, never to have to rise from my chair, to slip easily from one thing to another, without any sense of hostility, or obstacle. I want to sink deeper and deeper, away from the surface, with its hard separate facts. To steady myself, let me catch hold of the first idea that passes.... Shakespeare.... Well, he will do as well as another. A man who sat himself solidly in an arm-chair, and looked into the fire, so–A shower of ideas fell perpetually from some very high Heaven down through his mind. He leant his forehead on his hand, and people, looking in through the open door,–for this scene is supposed to take place on a summer's evening–But how dull this is, this historical fiction! It doesn't interest me at all. I wish I could hit upon a pleasant track of thought, a track indirectly reflecting credit upon myself, for those are the pleasantest thoughts, and very frequent even in the minds of modest mouse-coloured people, who believe genuinely that they dislike to hear their own praises. They are not thoughts directly praising oneself; that is the beauty of them; they are thoughts like this:
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«Entonces entré en el cuarto. Estaban hablando de botánica. Dije que había visto una flor que crecía en un montón de tierra, en el solar de una vieja casa de Kingsway. La semilla, dije, seguramente fue sembrada durante el reinado de Carlos I. ¿Qué flores había en el reinado de Carlos I?» Esta fue mi pregunta. (Pero no recuerdo la contestación.) Altas flores con bolas moradas quizás. Y así sucesivamente. Todo el tiempo no hago más que evocar mi figura en mi mente, amorosamente, furtivamente, sin adorarla a las claras, ya que, si lo hiciera, me reprimiría, e inmediatamente alargaría la mano en busca de un libro para protegerme a mí misma. De hecho, es curioso ver cuan instintivamente una protege de la idolatría a la propia imagen, así como de cualquier otro tratamiento que pudiera ponerla en ridículo, o que la alejara tanto del original que no se pudiera creer en ella. ¿O quizá no sea tan curioso, a fin de cuentas? Desde luego, es asunto de gran importancia. Cuando el espejo se rompe, la imagen desaparece, y la romántica figura, rodeada de un bosque de verdes profundidades, deja de existir, y sólo queda la cáscara de aquella persona que es lo que los demás ven, ¡y cuan sofocante, superficial, pelado y abrupto se vuelve el mundo! Un mundo en el que no se puede vivir. Cuando nos miramos los unos a los otros en los autobuses o en los vagones del metro, miramos el espejo; y esto explica la vaguedad y el vidriado brillo de nuestros ojos. Y en el futuro los novelistas se darán más y más clara cuenta de la importancia de estos reflejos, por cuanto, desde luego, no hay un solo reflejo, sino un número infinito de ellos. Estas son las profundidades que explorarán, éstos son los fantasmas que perseguirán, apartándose más y más de la descripción de la realidad, en sus historias, dando por supuesto el conocimiento de ellas, tal como hacían los griegos y quizá Shakespeare... Pero estas generalizaciones carecen de todo valor. Traen a la memoria artículos de fondo, ministros del gobierno; en realidad, toda una clase de cosas que, en la infancia, pensábamos eran la cosa en sí misma, la cosa clásica, la cosa real, de la que una no se podía apartar sin riesgo de una condena sin nombre. No sé por qué razón, las generalizaciones evocan los domingos en Londres, los paseos de la tarde del domingo, los almuerzos del domingo, y también maneras de hablar de los muertos, así como las ropas y las costumbres, como la costumbre de estar todos reunidos en una estancia, sentados, hasta cierta hora, a pesar de que a nadie le gustaba. Para todo había una norma. La norma referente a los manteles, en aquel período determinado, decía que debían ser bordados, con pequeños compartimentos amarillos, como los que se ven en las fotografías de las alfombras que cubren los pasillos de los palacios reales. Los manteles de diferente especie no eran manteles verdaderos. Cuan sorprendente y, al mismo tiempo, cuan maravilloso fue descubrir que esas cosas verdaderas, los almuerzos del domingo, los paseos del domingo, las casas de campo y los manteles no eran totalmente reales, que en el fondo eran medio fantasmales, y que la condena que recaía sobre el que se mostraba incrédulo ante ellas sólo consistía en una sensación de libertad ilegítima. Y me pregunto qué es lo que ahora ocupa el lugar de aquellas cosas, aquellas cosas corrientes, reales. Un hombre quizá debiera ser una mujer; el masculino punto de vista que gobierna nuestro vivir, que ha sentado la norma, que ha establecido la Tabla de Precedencia del Whitaker, que se ha convertido, a mi parecer, después de la guerra, en su mitad fantasmal para los hombres y para las mujeres, que pronto, cabe esperar, será arrojada entre risas al cubo de la basura al que van a parar los fantasmas, los aparadores de caoba, los grabados de Landseer, los dioses y los demonios, etcétera, dejándonos con un ilegítimo sentido de libertad. Si es que la libertad existe... |
"And then I came into the room. They were discussing botany. I said how I'd seen a flower growing on a dust heap on the site of an old house in Kingsway. The seed, I said, must have been sown in the reign of Charles the First. What flowers grew in the reign of Charles the First?" I asked–(but I don't remember the answer). Tall flowers with purple tassels to them perhaps. And so it goes on. All the time I'm dressing up the figure of myself in my own mind, lovingly, stealthily, not openly adoring it, for if I did that, I should catch myself out, and stretch my hand at once for a book in self-protection. Indeed, it is curious how instinctively one protects the image of oneself from idolatry or any other handling that could make it ridiculous, or too unlike the original to be believed in any longer. Or is it not so very curious after all? It is a matter of great importance. Suppose the looking glass smashes, the image disappears, and the romantic figure with the green of forest depths all about it is there no longer, but only that shell of a person which is seen by other people–what an airless, shallow, bald, prominent world it becomes! A world not to be lived in. As we face each other in omnibuses and underground railways we are looking into the mirror; that accounts for the vagueness, the gleam of glassiness, in our eyes. And the novelists in future will realize more and more the importance of these reflections, for of course there is not one reflection but an almost infinite number; those are the depths they will explore, those the phantoms they will pursue, leaving the description of reality more and more out of their stories, taking a knowledge of it for granted, as the Greeks did and Shakespeare perhaps–but these generalizations are very worthless. The military sound of the word is enough. It recalls leading articles, cabinet ministers–a whole class of things indeed which as a child one thought the thing itself, the standard thing, the real thing, from which one could not depart save at the risk of nameless damnation. Generalizations bring back somehow Sunday in London, Sunday afternoon walks, Sunday luncheons, and also ways of speaking of the dead, clothes, and habits–like the habit of sitting all together in one room until a certain hour, although nobody liked it. There was a rule for everything. The rule for tablecloths at that particular period was that they should be made of tapestry with little yellow compartments marked upon them, such as you may see in photographs of the carpets in the corridors of the royal palaces. Tablecloths of a different kind were not real tablecloths. How shocking, and yet how wonderful it was to discover that these real things, Sunday luncheons, Sunday walks, country houses, and tablecloths were not entirely real, were indeed half phantoms, and the damnation which visited the disbeliever in them was only a sense of illegitimate freedom. What now takes the place of those things I wonder, those real standard things? Men perhaps, should you be a woman; the masculine point of view which governs our lives, which sets the standard, which establishes Whitaker's Table of Precedency, which has become, I suppose, since the war half a phantom to many men and women, which soon, one may hope, will be laughed into the dustbin where the phantoms go, the mahogany sideboards and the Landseer prints, Gods and Devils, Hell and so forth, leaving us all with an intoxicating sense of illegitimate freedom–if freedom exists....
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Bajo ciertas luces, la marca en la pared parece surgir de la pared. No es totalmente circular. No estoy segura, pero parece proyectar una visible sombra, de manera que, si pasara el dedo por esta parte de la pared, el dedo ascendería y descendería sobre un pequeño promontorio, como aquellos que se ven en los South Downs y que son, según se dice, cementerios o castros. De entre una cosa y otra, preferiría que fueran tumbas, por cuanto me gusta la melancolía al igual que a la mayoría de los ingleses, y me parece natural, al término de una caminata, pensar en los huesos enterrados bajo la hierba... Seguramente hay un libro que trata del asunto. Algún anticuario habrá desenterrado esos huesos y les habrá dado nombre... ¿Y qué clase de hombre es un anticuario? Me atrevería a decir que, en su mayoría, son coroneles retirados, al mando de ancianos obreros allí, arriba, que examinan piedras y grumos de tierra, y que entablan correspondencia con los clérigos de la vecindad, lo cual, debido a que abren las cartas a la hora del desayuno, les da sensación de importancia, y la comparación de las puntas de flecha exige efectuar viajes a través de los contornos para ir a las poblaciones, una agradable necesidad, tanto para los clérigos como para sus esposas ya entradas en años que desean hacer jalea de ciruela o limpiar el estudio, y tienen muy buenas razones para mantener en estado de perpetua duda la cuestión de si es cementerio o castro, mientras el coronel se siente placenteramente filosófico, al acumular pruebas en uno y otro sentido. Cierto es que, a fin de cuentas, el coronel prefiere creer que se trata de un castro. Y, al ser su tesis contradicha, el coronel pergeña un folleto que se dispone a leer en la reunión trimestral de la sociedad local, cuando la apoplejía le ataca, y su último pensamiento consciente no se centra en su mujer, ni en sus hijos, sino en el castro y en la punta de flecha, que ahora se encuentra en una vitrina del museo de la localidad, juntamente con el pie de una asesina china, un puñado de clavos de los tiempos de Isabel I, gran número de pipas de barro Tudor, una jarra romana y el vaso en que Nelson bebió... algo que no sé. |
In certain lights that mark on the wall seems actually to project from the wall. Nor is it entirely circular. I cannot be sure, but it seems to cast a perceptible shadow, suggesting that if I ran my finger down that strip of the wall it would, at a certain point, mount and descend a small tumulus, a smooth tumulus like those barrows on the South Downs which are, they say, either tombs or camps. Of the two I should prefer them to be tombs, desiring melancholy like most English people, and finding it natural at the end of a walk to think of the bones stretched beneath the turf.... There must be some book about it. Some antiquary must have dug up those bones and given them a name.... What sort of a man is an antiquary, I wonder? Retired Colonels for the most part, I daresay, leading parties of aged labourers to the top here, examining clods of earth and stone, and getting into correspondence with the neighbouring clergy, which, being opened at breakfast time, gives them a feeling of importance, and the comparison of arrow-heads necessitates cross-country journeys to the county towns, an agreeable necessity both to them and to their elderly wives, who wish to make plum jam or to clean out the study, and have every reason for keeping that great question of the camp or the tomb in perpetual suspension, while the Colonel himself feels agreeably philosophic in accumulating evidence on both sides of the question. It is true that he does finally incline to believe in the camp; and, being opposed, indites a pamphlet which he is about to read at the quarterly meeting of the local society when a stroke lays him low, and his last conscious thoughts are not of wife or child, but of the camp and that arrowhead there, which is now in the case at the local museum, together with the foot of a Chinese murderess, a handful of Elizabethan nails, a great many Tudor clay pipes, a piece of Roman pottery, and the wine-glass that Nelson drank out of–proving I really don't know what.
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No, no, nada está demostrado, nada se sabe. Y si ahora me levantara, en este mismo instante, y comprobara que la marca en la pared es realmente —¿qué voy a decir?— la cabeza de un viejo y gigantesco clavo, clavado hace doscientos años, que ahora, gracias al paciente desgaste producido por largas generaciones de criadas, ha asomado la cabeza por la capa de pintura, y tiene la primera impresión de la vida moderna, en esta estancia de paredes pintadas de blanco e iluminada por el fuego del hogar, ¿qué ganaría, yo, con ello? ¿Conocimientos? ¿Más posibilidades de elaborar hipótesis? Sentada, soy tan capaz de pensar como en pie. ¿Y qué es el conocimiento? ¿Qué son nuestros hombres eruditos sino los descendientes de brujas y ermitaños que vivían agachados en cuevas y bosques, cociendo hierbas e interrogando a ratones campestres, y consignando el lenguaje de las estrellas? Y además menos honores les rendimos, a medida que nuestras supersticiones menguan, y que nuestro respeto por la belleza y la salud de la mente aumenta... Sí, cabe imaginar un mundo muy agradable. Un mundo tranquilo y amplio, con flores muy rojas y azules en los campos bajo el cielo. Un mundo sin profesores ni especialistas ni caseros con perfil de policía, un mundo que se pudiera cortar con el pensamiento tal como el pez corta el agua con sus aletas, rozando los tallos de los nenúfares, quedando suspendido sobre conglomerados de blancos huevos marinos... De cuanta paz se goza en este fondo, enraizados en el centro del mundo, y mirando hacia lo alto, a través de las aguas grises, con sus bruscos rayos de luz, y con sus reflejos... ¡si no fuera por el Almanaque de Whitaker!, ¡si no fuera por su Tabla de Precedencias! |
No, no, nothing is proved, nothing is known. And if I were to get up at this very moment and ascertain that the mark on the wall is really–what shall we say?–the head of a gigantic old nail, driven in two hundred years ago, which has now, owing to the patient attrition of many generations of housemaids, revealed its head above the coat of paint, and is taking its first view of modern life in the sight of a white-walled fire-lit room, what should I gain?–Knowledge? Matter for further speculation? I can think sitting still as well as standing up. And what is knowledge? What are our learned men save the descendants of witches and hermits who crouched in caves and in woods brewing herbs, interrogating shrew-mice and writing down the language of the stars? And the less we honour them as our superstitions dwindle and our respect for beauty and health of mind increases.... Yes, one could imagine a very pleasant world. A quiet, spacious world, with the flowers so red and blue in the open fields. A world without professors or specialists or house-keepers with the profiles of policemen, a world which one could slice with one's thought as a fish slices the water with his fin, grazing the stems of the water-lilies, hanging suspended over nests of white sea eggs.... How peaceful it is down here, rooted in the centre of the world and gazing up through the grey waters, with their sudden gleams of light, and their reflections–if it were not for Whitaker's Almanack–if it were not for the Table of Precedency!
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Debo ponerme en pie de un salto y ver por mí misma qué es realmente esta marca en la pared, ¿un clavo, un pétalo de rosa, una grieta en la madera? |
I must jump up and see for myself what that mark on the wall really is–a nail, a rose-leaf, a crack in the wood?
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Y aquí tenemos a la naturaleza jugando una vez más al viejo juego de la autoconservación. La naturaleza se da cuenta de que esta clase de pensamiento no hace más que amenazar con un derroche de energías, incluso con cierta colisión con la realidad, por cuanto, ¿quién se atreverá jamás a alzar un dedo contra la Tabla de Precedencias de Whitaker? Detrás del Arzobispo de Canterbury va el Lord Presidente de la Cámara de los Lores; y el Lord Presidente de la Cámara de los Lores va seguido por el Arzobispo de York. Siempre hay alguien que va detrás de alguien, según la filosofía de Whitaker; y lo más importante es saber quién va detrás de quién. Whitaker sabe, y tú deja, así la naturaleza aconseja, que esto te consuele en vez de enfurecerte; y si no puedes quedar consolada, si tienes que destruir esta hora de paz, piensa en la marca en la pared. |
Here is nature once more at her old game of self-preservation. This train of thought, she perceives, is threatening mere waste of energy, even some collision with reality, for who will ever be able to lift a finger against Whitaker's Table of Precedency? The Archbishop of Canterbury is followed by the Lord High Chancellor; the Lord High Chancellor is followed by the Archbishop of York. Everybody follows somebody, such is the philosophy of Whitaker; and the great thing is to know who follows whom. Whitaker knows, and let that, so Nature counsels, comfort you, instead of enraging you; and if you can't be comforted, if you must shatter this hour of peace, think of the mark on the wall.
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Comprendo el juego de la naturaleza, su invitación a actuar, a fin de poner término a todo pensamiento que amenace con excitar o causar dolor. De ahí, supongo, surge nuestro desprecio por los hombres de acción: hombres, presumimos, que no piensan. De todas maneras, nada malo hay en poner punto final a los pensamientos desagradables, por el medio de mirar una marca en la pared. |
I understand Nature's game–her prompting to take action as a way of ending any thought that threatens to excite or to pain. Hence, I suppose, comes our slight contempt for men of action–men, we assume, who don't think. Still, there's no harm in putting a full stop to one's disagreeable thoughts by looking at a mark on the wall.
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Realmente, ahora que he fijado la vista en la marca, tengo la sensación de haberme asido a una tabla en el mar, siento una satisfactoria impresión de realidad que inmediatamente convierte a los dos arzobispos y al Lord Presidente de la Cámara de los Lores en proyecciones de sombras. Aquí hay algo definido, algo real. De la misma manera, al despertar a medianoche de una pesadilla horrorosa, una enciende apresuradamente la luz, y yace pasivamente, adorando la cómoda, adorando la solidez, adorando la realidad, adorando el mundo impersonal que es demostración de una existencia que no es la nuestra. Esto es aquello de lo que una quiere tener certeza... Es agradable pensar en la madera. Procede de un árbol; y los árboles crecen, y no sabemos cómo crecen. Crecen durante años y años, sin prestarnos la más leve atención, en prados, en bosques, en las riberas de los ríos, todo ello cosas en las que a una le gusta pensar. Bajo los árboles, las vacas agitan la cola en las tardes calurosas; los árboles pintan a los ríos tan verdes que, cuando una cerceta se lanza a las aguas, una espera verla salir con las plumas teñidas de verde. Me gusta pensar en los peces, en equilibrio contra la corriente, como una bandera tensada por el viento; y los escarabajos peloteros levantando despacio cúpulas con el barro del río. Me gusta pensar en el árbol en sí mismo: primero la inmediata y seca sensación de ser madera, después su movimiento en la tormenta, después el lento y delicioso correr de la savia. También me gusta pensar en el árbol, alzado en las noches invernales en un campo solitario, con todas sus hojas prietamente enroscadas, sin que nada tierno de él quede expuesto a las balas de hierro de la luna, un mástil desnudo sobre la tierra que cae y cae durante toda la noche. El canto de los pájaros forzosamente ha de tener un sonido muy alto y raro en el mes de junio; y qué sensación de frío causarán las patas de los insectos sobre el árbol, a medida que avanzan trabajosamente por las hendiduras de la corteza, o toman el sol en la delgada y verde cúpula de las hojas, y miran rectamente al frente con sus ojos rojos tallados como diamantes... Una tras otra, las fibras se quiebran bajo la inmensa y fría presión de la tierra, y entonces llega la última tormenta, y las ramas más altas, al caer, penetran de nuevo profundamente en la tierra. A pesar de todo, la vida no ha terminado; quedan millones de pacientes y vigilantes vidas para un árbol, a lo largo y ancho del mundo, en dormitorios, en buques, en pavimentos, en cuartos de estar donde hombres y mujeres se reúnen después de tomar el té y fuman cigarrillos. Rebosa pensamientos de paz, pensamientos felices, este árbol. Me gustaría considerar por separado cada árbol, pero hay un obstáculo que lo impide... ¿Dónde estaba? ¿De qué trataba? ¿Un árbol? ¿Un río? ¿Colinas? ¿El Almanaque de Whitaker? ¿Campos de asfódelo? Nada recuerdo. Todo se mueve, cae, resbala, se desvanece... Hay una vasta conmoción de la materia. Alguien se encuentra en pie junto a mí, y dice: |
Indeed, now that I have fixed my eyes upon it, I feel that I have grasped a plank in the sea; I feel a satisfying sense of reality which at once turns the two Archbishops and the Lord High Chancellor to the shadows of shades. Here is something definite, something real. Thus, waking from a midnight dream of horror, one hastily turns on the light and lies quiescent, worshipping the chest of drawers, worshipping solidity, worshipping reality, worshipping the impersonal world which is a proof of some existence other than ours. That is what one wants to be sure of.... Wood is a pleasant thing to think about. It comes from a tree; and trees grow, and we don't know how they grow. For years and years they grow, without paying any attention to us, in meadows, in forests, and by the side of rivers–all things one likes to think about. The cows swish their tails beneath them on hot afternoons; they paint rivers so green that when a moorhen dives one expects to see its feathers all green when it comes up again. I like to think of the fish balanced against the stream like flags blown out; and of water-beetles slowly raising domes of mud upon the bed of the river. I like to think of the tree itself: first the close dry sensation of being wood; then the grinding of the storm; then the slow, delicious ooze of sap. I like to think of it, too, on winter's nights standing in the empty field with all leaves close-furled, nothing tender exposed to the iron bullets of the moon, a naked mast upon an earth that goes tumbling, tumbling, all night long. The song of birds must sound very loud and strange in June; and how cold the feet of insects must feel upon it, as they make laborious progresses up the creases of the bark, or sun themselves upon the thin green awning of the leaves, and look straight in front of them with diamond-cut red eyes.... One by one the fibres snap beneath the immense cold pressure of the earth, then the last storm comes and, falling, the highest branches drive deep into the ground again. Even so, life isn't done with; there are a million patient, watchful lives still for a tree, all over the world, in bedrooms, in ships, on the pavement, lining rooms, where men and women sit after tea, smoking cigarettes. It is full of peaceful thoughts, happy thoughts, this tree. I should like to take each one separately–but something is getting in the way.... Where was I? What has it all been about? A tree? A river? The Downs? Whitaker's Almanack? The fields of asphodel? I can't remember a thing. Everything's moving, falling, slipping, vanishing.... There is a vast upheaval of matter. Someone is standing over me and saying–
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«Salgo a comprar el periódico.» | "I'm going out to buy a newspaper." |
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«¿Sí?» | "Yes?" | |
«Aunque no vale la pena comprar el periódico... Nunca pasa nada. Maldita guerra; que Dios la maldiga... De todas maneras, no veo por qué hemos de tener un caracol en la pared.» |
"Though it's no good buying newspapers.... Nothing ever happens. Curse this war; God damn this war!... All the same, I don't see why we should have a snail on our wall."
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¡Ah, la marca en la pared! Era un caracol. | Ah, the mark on the wall! It was a snail. | |
VIRGINIA WOOLF |
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