Noble dama de altiva hermosura
que entre el lujo, de espléndidas salas
magníficas tu humana escultura
deslumbrante de joyas y galas,
coronada de perlas la frente,
como un marmol perfecta y radiosa,
con tu porte de reina indolente
y tus líneas augustas de Diosa...
¡Si el valor de tus galas supieras
y aún guardasen piedad tus entrañas,
a raudales el llanto sintieras
resbalar por tus negras pestañas!...
Para darle el fulgente tesoro
de esas perlas de oriente irisado
que a tu frente se engarzan en oro,
¡cuántas vidas el mar se ha tragado!...
No son perlas que fulgen radiosas...
¡Son las últimas gotas de llanto
que en las muertas pupilas vidriosas
se quedaron cuajadas de espanto!...
y esos limpios y vivos rubíes
que en tus manos fulguran tan rojos;
tal se encienden y sangran los ojos
de encelados y ardientes neblíes;
¿arrancados no son del veneno
de la sangre humeante y calina
que ha sembrado algún pálido obrero
en ia sombra espectral de la mina?...
Por labrar ese encaje que cela
el candor de tu seno nevado
¡cuánta casta doncella ha pasado
la frialdad de las noches en vela!...
¡En silencio labraba esa alhaja,
medio muerta de sueno tosía,
a
la par que la tisis tejía
en la sombra lambién su mortafa!...
Bella dama que fuiste el encanto
de las nobles y espléndidas salas,
abomina y desprecia tus galas...
¡Vas vestida de sangre y de llanto!...
Publicado en La Esfera (Madrid. 1914). 7/8/1915, n.º 84 |