Se podría pensar que esta historia trata de elefantes que han huido del circo de París y que se aparean desaforadamente en medio de los Campos Elíseos. Pero no se trata de eso, sino de algo más trivial. Sigamos pues adelante.
Se considera en general que los franceses son conocedores de todo lo romántico, y esta historia lo corrobora ampliamente.
Era 1972, y yo asistía a uno de los campus de la Universidad de París ubicado en el Bois de Vincennes. El Bois ("bosque") es un tranquilo parque natural en el extremo este de la ciudad, al que los parisinos con exceso de trabajo acuden en masa buscando allí la belleza y la tranquilidad del entorno natural. El parque cuenta con un famoso zoológico en el que existe una popular zona de elefantes.
Estando de visita después de un largo día de clases, noté que una multitud creciente se arremolinaba alrededor del hábitat de los elefantes. Curioso, me acerqué para ver el motivo de todo ese alboroto. Intenté abrirme paso y me coloqué tan cerca de la valla como me fue posible. Encontré un hueco al lado de una mujer, ese tipo de francesa sofisticada, impecablemente vestida y perfumada y que solo se encuentra en la que es conocida como "ciudad de la luz".
El objeto de la fascinación de la multitud se hizo pronto evidente. Un elefante macho muy grande tenía la intención de montar una hembra que tenía un tercio de su tamaño. La hembra, sin embargo, no estaba receptiva. Cada vez que el macho ansioso se acercaba, ella se alejaba rápidamente, trompeando y emitiendo terribles barritos que sin duda podían oírse en todo el parque. Lo intentaba una y otra vez sin desanimarse, pero ella lo rechazaba estridentemente a cada intento.
No hace falta decir que la multitud seguía cada movimiento con gran atención. Finalmente, después de muchos intentos fallidos, el gigante, derrotado, se alejó contrariado a un rincón del parque.
Ahora, para aquellos de ustedes que no estén muy familiarizados con las costumbres galas, debo señalar que los franceses, a diferencia de nosotros los anglosajones de Gran Bretaña, Estados Unidos o Australia, rara vez entablan una conversación informal con inconnus, es decir, extraños. Ese día, sin embargo, la elegante francesa se volvió hacia mí con una expresión de supremo triunfo en su rostro y dijo: "Vous voyez, monsieur," c’est toujours la femme qui decide!" - "¡Como ve, señor, siempre es la mujer la que decide!"
¡Viva Francia y viva la diferencia! |