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Mireya pasó a la página siguiente de los avisos económicos del Mercurio, buscaba trabajo desde el verano cuando promocionó unos Jeans en el Marina Arauco de Viña. Sabía que encontraría pronto algún trabajo de su gusto, siempre la seleccionaban por su buena presencia, bonita figura y su simpatía natural. Dejó el diario y comenzó la rutina de las tareas domésticas del domingo. Los niños y Alberto volverían a almorzar, habían bajado a pescar al Molo de abrigo.
Mientras se duchaba, el aviso volvió a su mente. Abrió la cortina de la ducha y observó su cuerpo en el espejo. ¿Y por qué no? Hace un año me querían llevar a Santiago para un desfile de modas. El loco del Freddy casi me convence, si no fuera porque uno de los niños tenía fiebre. Me fascinaría quedar retratada en un cuadro al óleo, o en una escultura aunque fuera de yeso. ¿Qué será de la vieja de arte de las monjas? Es como trascender decía. Era buena, nos llevaba a todas las exposiciones. La belleza del cuerpo humano es la gran belleza…No le digan a la madre superiora, no lo entendería. A escondidas de Alberto. No puede ser de otra manera, últimamente se ha puesto colijunto y celoso. No, no tiene na que ver con el pudor. Deben ser miradas profesionales. Si fuera fotografía haciendo poses ni lo pensaría. Le diré a la flaca, para ver qué le parece. La flaca es abierta de mente, no se escandaliza por nada. Ahí en Cau Cau nos la dimos de nudistas, buena la experiencia de asolearnos desnudas. Nadie se miraba, era todo natural. Había unos minos requete guenos. Buscaré poses artísticas en el internet, por si me piden que pose. Seguro hacen una prueba. Menos mal que tengo el pelo largo. Pucha, como se pasa la hora.
-En Portales 348 a las seis de la tarde. Sí exclusiva, no habrá otras postulantes, no, no se encontrará con nadie ajeno al taller de bellas artes, sí estarán los profesores y el director, -contestó el interlocutor a la llamada telefónica de Mireya.
El Martes, Alberto pasaba a jugar Baby fútbol y los niños se los había dejado a la suegra. Una entrevista de trabajo le había dicho. Tenía todo el tiempo del mundo. Con maquillaje, sin maquillaje, con colaless, sin colaless, con sostén o sin sostén, fácil de sacar y poner fueron las preguntas que se hizo antes de salir.
Me desvestí en una piecita de esas como las que te meten antes que te tomen una radiografía. En un espejo que cubría toda la pared me arreglé el pelo mirándome desnuda, cuando llamaron a la puerta me puse rápidamente la bata y escuché una voz que dijo: -pase.
Los artistas continuaron conversando. El profesor me hizo un gesto para que me desnudara, y de la mano me llevó a la tarima para recostarme de lado en una banqueta alargada. Me dejó con el codo izquierdo apoyado, la pierna derecha recogida para levantar la rodilla, la cara mirando melancólica en diagonal y con el mentón levantado. Tirité a pesar que el calor de la estufa cercana era más que confortable. Después de diez minutos los pintores volvieron a sus atriles, algunos estiraron sus brazos apuntando los pinceles a mi figura, otros se acercaron para observarme de costado poniéndose la mano abocinada en sus ojos, otros se quedaron mirando mi cuerpo fijamente. Al cabo de veinte minutos sentí mi frustración, para ellos no existía Mireya, sólo existían líneas, forma, color, luz, tonos. Podría sentarme de frente, abrir las piernas y no sentir impudicia, porque ellos sólo verían formas y colores. No buscaban mi belleza, buscaban su propia belleza. Nunca me sentí tan humillada. La primera lágrima asomó sin que pestañara, rodó hacia mi hombro sin que nadie lo advirtiera, o le importara. La segunda lágrima se convirtió en llanto, llevé mis manos para taparme la cara y me recogí poniendo mi cabeza entre las piernas. Grande fue mi sorpresa, el profesor me dijo: -mantenga esa posición, no se mueva, le arreglaré el pelo para que caiga hacia el lado, perfecto. Volviéndose a los artistas les dijo: -una vista en escorzo es un desafío.
Nadie me detuvo cuando caminé hacia la puerta por donde había entrado quizás creyeron que iba al baño. Ya vestida salí a la calle, las pozas de agua reflejaban tristes las luces de los faroles, un auto colectivo bajó la velocidad para recogerme.
Esa noche me desvestí frente a Alberto, mientras me contaba un chascarro de la oficina, fue bajando el tono de su voz, me miró a los ojos, me dijo que estaba preciosa. Me acurruqué desnuda a su lado, lo besé y él me acarició.
©Marcos Patricio Concha Valencia |