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"Los santos de Francia" |
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Biografía de Juan Valera en Wikipedia | |
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Los santos de Francia |
En una de las mejores poblaciones de la Mancha vivía, no hace mucho tiempo, un rico labrador, muy chapado a la antigua, cristiano viejo, honrado y querido de todo el mundo. Su mujer, rolliza y saludable, fresca y lozana todavía, a pesar de sus cuarenta y pico de años, le había dado un hijo único, que era muy lindo muchacho, avispado y travieso. Como este muchacho estaba mimadísimo por su padre y por su madre, era harto difícil hacer carrera con él. A pesar de su mucha inteligencia, a la edad de diez años, leía con dificultad y al escribir hacía unos garrapatos ininteligibles. Lo único que el chico sabía bien era la doctrina cristiana y querer y respetar al autor de sus días y a su señora mamá. El niño era tan gracioso y ocurrente, que tenía embobado a todo el vecindario. Cuantos le conocían le reían los chistes y ponían su ingenio por las nubes, con lo cual al rico labrador se le caía la baba de gusto. -¡Qué lástima, decía, que este chico se críe cerril en el pueblo, sin hacer más que jugar al hoyuelo, a las chapas, al toro y al salto de la comba, con todos los pilletes! Si yo le enviase a un buen colegio, en una gran ciudad, sin duda que volvería hecho un pozo de ciencia, sería la gloria y el apoyo de mi vejez y serviría y honraría a su patria. Tanto caviló en esto el labrador, que al fin, sobreponiéndose a la pena que le causaba el separarse de su hijo, le envió a que estudiase en París nada menos. Seis años estuvo por allí estudiando en uno de los mejores colegios primero y después en la Sorbona. Como él era, naturalmente, muy despejado, aprovechó mucho, y volvió a casa de sus padres sabiendo cuanto hay que saber, y además elegantísimo y atildadísimo: hecho un verdadero dije; lo que ahora llaman un dandy, un gomoso. El padre y la madre estaban más encantados que nunca. Sólo no gustaban de cierto irreverente desenfado que el chico tenía y de que daba muestras a cada paso. Iba a entrar o a salir por una puerta, y exclamando: -San Fasón, San Complimán, San Ceremoní-, pasaba antes que su padre. Hablaba su padre y le interrumpía, y no le dejaba hablar, diciendo: -San Fasón, San Complimán, San Ceremoní. Se ponían a la mesa y se servía antes que su padre y madre, tomando lo mejor de cada plato y diciendo siempre: -San Fasón, San Complimán, San Ceremoní. * El padre disimuló al principio, ya que por todo lo demás el muchacho le embelesaba: pero, al cabo, hubo de cargarse, perdió la paciencia, y dijo al chico con grande enojo: -Mira, hijo mío, vete muy enhoramala y no me invoques ni me mientes más en tu vida a esos santos de Francia, que serán muy milagrosos, pero que están infamemente mal criados.
* En Francés "Sans façons, sans compliments, sans cérémonies" = Sin cumplidos |
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