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"Nada menos que todo un hombre" 9
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Biografía de Miguel de Unamuno en Wikipedia | |
Música: Schumann Album für die Jugend op.68, no. 1 "Melodie" |
Nada menos que todo un hombre |
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Empezó a ser pasto de los cotarros de maledicencia de la corte lo de las relaciones entre Julia y el conde de Bordaviella. Y Alejandro, o no se enteraba de ello, o hacía como si no se enterase. A algún amigo que empezó a hacerle veladas insinuaciones le atajó diciéndole: «Ya sé lo que me va usted a decir; pero déjelo. Esas no son más que habladurías de las gentes. ¿A mí? ¿A mí con ésas? ¡Hay que dejar que las mujeres románticas se hagan las interesantes!» ¿Sería un...? ¿Sería un cobarde? Pero una vez que en el Casino se permitió uno, delante de él, una broma de ambiguo sentido respecto a cuernos, cogió una botella y se la arrojó a la cabeza, descalabrándole. El escándalo fue formidable. — ¿A mí? ¿A mí con bromitas de ésas? — decía con su voz y su tono más contenidos — . Como si no le entendiese... Como si no supiera las necedades que corren por ahí, entre los majaderos, a propósito de los caprichos novelescos de mi pobre mujer... Y estoy dispuesto a cortar de raíz esas hablillas... — Pero no así, don Alejandro — se atrevió a decirle uno. — ¿Pues cómo? ¡Dígame cómol — ¡Cortando la raíz y motivo de las tales hablillas! — ¡Ah, yal ¿Que prohiba la entrada del conde en mi casa? — Sería lo mejor. — Eso sería dar la razón a los maldicientes. Y yo no soy un tirano. Si a mi pobre müjer le divierte el conde ese, que es un perfecto y absoluto mentecato, se lo juro a usted, es un mentecato inofensivo, que se las echa de tenorio...; si a mi pobre mujer le divierte ese fantoche, ¿voy a quitarle la diversión porque los demás mentecatos den en decir esto o lo otro? ¡Pues no faltaba más...! Pero, ¿pegármela a mí? ¿A mí? ¡Ustedes no me conocenl — Pero don Alejandro, las apariencias... — ¡Yo no vivo de apariencias, sino de realidades! Al día siguiente se presentaron en casa de Alejandro dos caballeros, muy graves, a pedirle una satisfacción en nombre del ofendido. — Díganle ustedes — les contestó — que me pase la cuenta del médico o cirujano que le asista, y que la pagaré, así como los daños y perjuicios a que haya lugar. — Pero don Alejandro... — ¿Pues qué es lo que ustedes quieren? — ¡Nosotros, nol El ofendido exige una reparación..., una satisfacción..., una explicación honrosa... — No les entiendo a ustedes..., ¡o no quiero entenderles! — ¡Y si no, un duelo! — ¡Muy bien! Cuando quiera. Díganle que cuando quiera. Pero para eso no es menester que ustedes se molesten. No hacen falta padrinos. Díganle que en cuanto se cure de la cabeza..., quiero decir del botellazo..., que me avise, que iremos donde él quiera, nos encerraremos y la emprenderemos uno con otro a trompada y a patada limpias. No admito otras armas. Y ya verá quién es Alejandro Gómez. — ¡Pero don Alejandro, usted se está burlando de nosotros! — exclamó uno de los padrinos. — ¡Nada de eso! Ustedes son de un mundo y yo de otro. Ustedes vienen de padres ilustres, de familias linajudas... Yo, se puede decir que no he tenido padres ni tengo otra familia que la que yo me he hecho. Yo vengo de la nada, y no quiero entender esas andróminas del Código del honor. ¡Conque ya lo saben ustedes! Levantáronse los padrinos, y uno de ellos, poniéndose muy solemne, con cierta energía, mas no sin respeto — que al cabo se trataba de un poderoso millonario y hombre de misteriosa procedencia — , exclamó: — Entonces, señor don Alejandro Gómez, permítame que se lo diga... — Diga usted todo lo que quiera; pero midiendo sus palabras, que ahí tengo a la mano otra botella. — ¡Entonces — y levantó más la voz — , señor don Alejandro Gómez, usted no es un caballero! — ¡Y claro que no lo soy, hombre, claro que no lo soy! ¡Caballero yo! ¿Cuándo? ¿De dónde? Yo me crié burrero y no caballero, hombre. Y ni en burro siquiera solía ir a llegar la merienda al que decían que era mi padre, sino a pie, a pie y andando. ¡Claro que no soy un caballero! ¿Caballerías? ¿Caballerías a mí? ¿A mí? Vamos..., vamos... — Vámonos, sí — dijo un padrino al otro — , que aquí no hacemos ya nada. Usted, señor don Alejandro, sufrirá las consecuencias de esta su incalificable conducta. — Entendido, y a ellas me atengo. Y en cuanto a ese..., a ese caballero de lengua desenfrenada a quien descalabré la cabeza, díganle, se lo repito, que me pase la cuenta del médico, y que tenga en adelante cuenta con lo que dice. Y ustedes, si alguna vez — que todo pudiera ser — necesitaran algo de este descalificado, de este millonario salvaje, sin sentido del honor caballeresco, pueden acudir a mí, que los serviré, como he servido y sirvo a otros caballeros. — ¡Esto no se puede tolerar, vámonos! — exclamó uno de los padrinos. Y se fueron. |
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