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Santa Teresa de Jesús

SANTA TERESA DE JESÚS

"Libro de las moradas o Castillo interior"

Moradas sextas: Capítulo 2

  CAPÍTULOS:

Biografía de Santa Teresa de Jesús en Wikipedia 

SANTA TERESA DE JESÚS

LAS MORADAS
MORADAS SEXTAS

Cap. 2

 
OBRAS DE SANTA TERESA DE JESÚS

PROSA

El libro de la vida

Camino de perfección

Las moradas

POESÍA

A la profesión de Isabel de los Angeles

Alma, buscarte has en mí

Al nacimiento de Jesús

A San andrés

A Santa Catalina mártir

A una profesa

Ayes del destierro

Coloquio amoroso

Cruz, descanso sabroso

En la cruz está la vida

En la festividad de los santos reyes

Nada te turbe

¡Oh hermosura que excedéis!

Para navidad

Pastores que veláis

Sobre aquellas palabras "Dilectus meus mihi"

Soneto a Jesús crucificado

Vivo sin vivir en mí

Vuestra soy, para vos nací

 

OTROS AUTORES

San Agustín

San Juan de la Cruz

Sor Juana Inés de la Cruz

Miguel de Unamuno

 
 
Moradas 6 - Cap. 2

Trata de algunas maneras con que despierta nuestro Señor al alma, que parece no hay en ellas qué temer, aunque es cosa muy subida.

 

1. Parece que hemos dejado mucho la palomica, y no hemos; porque estos trabajos son los que la hacen tener más alto vuelo.

Pues comencemos ahora a tratar de la manera que se ha con ella el Esposo y cómo antes que del todo lo sea se lo hace bien desear, por unos medios tan delicados, que el alma misma no los entiende, ni yo creo acertaré a decir para que lo entienda, si no fueren las que han pasado por ello; porque son unos impulsos tan delicados y sutiles, que proceden de lo muy interior del alma, que no sé comparación que poner que cuadre.

2. Va bien diferente de todo lo que acá podemos procurar y aun de los gustos que quedan dichos, que muchas veces estando la misma persona descuidada y sin tener la memoria en Dios, Su Majestad la despierta, a manera de una cometa que pasa de presto, o un trueno, aunque no se oye ruido; mas entiende muy bien el alma que fue llamada de Dios, y tan entendido, que algunas veces, en especial a los principios, la hace estremecer y aun quejar, sin ser cosa que le duele.

Siente ser herida sabrosísimamente, mas no atina cómo ni quién la hirió; mas bien conoce ser cosa preciosa y jamás querría ser sana de aquella herida.

Quéjase con palabras de amor, aun exteriores, sin poder hacer otra cosa, a su Esposo; porque entiende que está presente, mas no se quiere manifestar de manera que deje gozarse.

Y es harta pena, aunque sabrosa y dulce; y aunque quiera no tenerla, no puede; mas esto no querría jamás: mucho más le satisface que el embebecimiento sabroso que carece de pena, de la oración de quietud.

3. Deshaciéndome estoy, hermanas, por daros a entender esta operación de amor, y no sé cómo. Porque parece cosa contraria dar a entender el Amado claramente que está con el alma, y parecer que la llama con una seña tan cierta que no se puede dudar y un silbo tan penetrativo para entenderle el alma que no le puede dejar de oír; porque no parece sino que en hablando el Esposo, que está en la séptima morada, por esta manera que no es habla formada, toda la gente que está en las otras no se osan bullir, ni sentidos, ni imaginación, ni potencias.

¡Oh mi poderoso Dios, qué grandes son vuestros secretos, y qué diferentes las cosas del Espíritu Santo a cuanto por acá se puede ver ni entender, pues con ninguna cosa se puede declarar ésta tan pequeña, para las muy grandes que obráis con las almas!

4. Hace en ella tan gran operación, que se está deshaciendo de deseo y no sabe qué pedir, porque claramente le parece que está con ella su Dios.

Diréisme: pues si esto entiende, ¿qué desea, o qué le da pena?, ¿qué mayor bien quiere? ­ No lo sé; sé que parece le llega a las entrañas esta pena, y que, cuando de ellas saca la saeta el que la hiere, verdaderamente parece que se las lleva tras sí, según el sentimiento de amor siente.

Estaba pensando ahora si sería que de este fuego del brasero encendido que es mi Dios, saltaba alguna centella y daba en el alma, de manera que se dejaba sentir aquel encendido fuego, y como no era aún bastante para quemarla y él es tan deleitoso, queda con aquella pena y al tocar hace aquella operación; y paréceme es la mejor comparación que he acertado a decir.

Porque este dolor sabroso ­y no es dolor­ no está en un ser; aunque a veces dura gran rato, otras de presto se acaba, como quiere comunicarle el Señor, que no es cosa que se puede procurar por ninguna vía humana.

Mas aunque está algunas veces rato, quítase y torna; en fin, nunca está estante, y por eso no acaba de abrasar el alma, sino ya que se va a encender, muérese la centella y queda con deseo de tornar a padecer aquel dolor amoroso que le causa.

5. Aquí no hay que pensar si es cosa movida del mismo natural, ni causada de melancolía, ni tampoco engaño del demonio, ni si es antojo; porque es cosa que se deja muy bien entender ser este movimiento de adonde está el Señor, que es inmutable; y las operaciones no son como de otras devociones, que el mucho embebecimiento del gusto nos puede hacer dudar.

Aquí están todos los sentidos y potencias sin ningún embebecimiento, mirando qué podrá ser, sin estorbar nada ni poder acrecentar aquella pena deleitosa ni quitarla, a mi parecer.

A quien nuestro Señor hiciere esta merced que, si se la ha hecho, en leyendo esto lo entenderá, déle muy muchas gracias, que no tiene que temer si es engaño; tema mucho si ha de ser ingrato a tan gran merced, y procure esforzarse a servir y a mejorar en todo su vida, y verá en lo que para y cómo recibe más y más; aunque a una persona que esto tuvo pasó algunos años con ello y con aquella merced estaba bien satisfecha, que si multitud de años sirviera al Señor con grandes trabajos, quedaba con ella muy bien pagada. Sea bendito por siempre jamás, amén.

6. Podrá ser que reparéis en cómo más en esto que en otras cosas hay seguridad ­ A mi parecer por estas razones: la primera, porque jamás el demonio debe dar pena sabrosa como ésta; podrá él dar el sabor y el deleite que parezca espiritual; mas juntar pena, y tanta, con quietud y gusto del alma, no es de su facultad; que todos sus poderes están por las adefueras, y sus penas, cuando él las da, no son, a mi parecer, jamás sabrosas ni con paz, sino inquietas y con guerra.

La segunda, porque esta tempestad sabrosa viene de otra región de las que él puede señorear.

La tercera, por los grandes provechos que quedan en el alma, que es lo más ordinario determinarse a padecer por Dios y desear tener muchos trabajos, y quedar muy más determinada a apartarse de los contentos y conversaciones de la tierra, y otras cosas semejantes.

7. El no ser antojo, está muy claro; porque aunque otras veces lo procure, no podrá contrahacer aquello. Y es cosa tan notoria, que en ninguna manera se puede antojar, digo parecer que es, no siendo, ni dudar de que es; y si alguna quedare, sepan que no son éstos verdaderos ímpetus; digo, si dudare en si le tuvo, o si no; porque así se da a sentir, como a los oídos una gran voz.

Pues ser melancolía, no lleva camino ninguno, porque la melancolía no hace y fabrica sus antojos sino en la imaginación; estotro procede de lo interior del alma.

Ya puede ser que yo me engañe, mas hasta oír otras razones a quien lo entienda, siempre estaré en esta opinión; y así sé de una persona harto llena de temor de estos engaños, que de esta oración jamás le pudo tener.

8. También suele nuestro Señor tener otras maneras de despertar el alma: que a deshora, estando rezando vocalmente y con descuido de cosa interior, parece viene una inflamación deleitosa, como si de presto viniese un olor tan grande que se comunicase por todos los sentidos (no digo que es olor, sino pongo esta comparación) o cosa de esta manera, sólo para dar a sentir que está allí el Esposo; mueve un deseo sabroso de gozar el alma de El, y con esto queda dispuesta para hacer grandes actos y alabanzas a nuestro Señor.

Su nacimiento de esta merced es de donde lo que queda dicho; mas aquí no hay cosa que dé pena, ni los deseos mismos de gozar a Dios son penosos: esto es más ordinario sentirlo el alma.

Tampoco me parece que hay aquí que temer, por algunas razones de las dichas, sino procurar admitir esta merced con hacimiento de gracias.

 

Moradas 6 - Cap. 2
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