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Santa Teresa de Jesús

SANTA TERESA DE JESÚS

"Camino de perfección"

Capítulo 30

  CAPÍTULOS:

Biografía de Santa Teresa de Jesús en Wikipedia 

SANTA TERESA DE JESÚS

 

CAMINO DE PERFECCIÓN

Cap. 30

 
OBRAS DE SANTA TERESA DE JESÚS

PROSA

El libro de la vida

Camino de perfección

Las moradas

POESÍA

A la profesión de Isabel de los Angeles

Alma, buscarte has en mí

Al nacimiento de Jesús

A San andrés

A Santa Catalina mártir

A una profesa

Ayes del destierro

Coloquio amoroso

Cruz, descanso sabroso

En la cruz está la vida

En la festividad de los santos reyes

Nada te turbe

¡Oh hermosura que excedéis!

Para navidad

Pastores que veláis

Sobre aquellas palabras "Dilectus meus mihi"

Soneto a Jesús crucificado

Vivo sin vivir en mí

Vuestra soy, para vos nací

 

OTROS AUTORES

San Agustín

San Juan de la Cruz

Sor Juana Inés de la Cruz

Miguel de Unamuno

 
 
Capítulo 30

Dice lo que importa entender lo que se pide en la oración. -Trata de estas palabras del paternóster: "Sanctificetur nomen tuum, adveniat regnum tuum". -Aplícalas a oración de quietud y comiénzala a declarar (1).

 

1. ¿Quién hay, por disparatado que sea, que cuando pide a una persona grave no lleva pensado cómo la pedir, para contentarle y no serle desabrido, y qué le ha de pedir, y para qué ha menester lo que le ha de dar, en especial si pide cosa señalada, como nos enseña que pidamos nuestro buen Jesús? Cosa me parece para notar. ¿No pudierais, Señor mío, concluir con una palabra y decir: "dadnos, Padre, lo que nos conviene", pues a quien tan bien lo entiende todo, no parece era menester más?

2. ¡Oh Sabiduría eterna! Para entre Vos y vuestro Padre esto bastaba, que así lo pedisteis en el huerto; mostrasteis vuestra voluntad y temor, mas dejásteisos en la suya (2). Mas a nosotros conocéisnos, Señor mío, que no estamos tan rendidos como lo estabais Vos a la voluntad de vuestro Padre, y que era menester pedir cosas señaladas para que nos detuviésemos en mirar si nos está bien lo que pedimos, y si no, que no lo pidamos. Porque, según somos, si no nos dan lo que queremos, con este libre albedrío que tenemos no admitiremos lo que el Señor nos diere; porque, aunque sea lo mejor, como no vemos luego el dinero en la mano, nunca nos pensamos ver ricos.

3. ¡Oh, válgame Dios, qué hace tener tan dormida la fe para lo uno y lo otro, que ni acabamos de entender cuán cierto tendremos el castigo ni cuán cierto el premio! Por eso es bien, hijas, que entendáis lo que pedís en el Paternóster, para que, si el Padre Eterno os lo diere, no se lo tornéis a los ojos, y penséis muy bien si os está bien, y si no, no lo pidáis (3), sino pedid que os dé Su Majestad luz; porque estamos ciegos y con hastío para no poder comer los manjares que os han de dar vida, sino los que os han de llevar a la muerte, y ¡qué muerte tan peligrosa y tan para siempre!

4. Pues dice el buen Jesús que digamos estas palabras en que pedimos que venga en nosotros un tal reino: "Santificado sea tu nombre, venga en nosotros tu reino" (4).

Ahora mirad, hijas, qué sabiduría tan grande de nuestro Maestro. Considero yo aquí, y es bien que entendamos, qué pedimos en este reino. Mas como vio Su Majestad que no podíamos santificar ni alabar ni engrandecer ni glorificar este nombre santo del Padre Eterno conforme a lo poquito que podemos nosotros, de manera que se hiciese como es razón, si no nos proveía Su Majestad con darnos acá su reino, y así lo puso el buen Jesús lo uno cabe lo otro, porque entendamos, hijas, esto que pedimos, y lo que nos importa importunar por ello y hacer cuanto pudiéremos para contentar a quien nos lo ha de dar. Os quiero decir aquí lo que yo entiendo. Si no os contentare, pensad vosotras otras consideraciones, que licencia nos dará nuestro Maestro, como en todo nos sujetemos a lo que tiene la Iglesia, y así lo hago yo aquí (5).

5. Ahora, pues, el gran bien que me parece a mí hay en el reino del cielo, con otros muchos, es ya no tener cuenta con cosa de la tierra, sino un sosiego y gloria en sí mismos, un alegrarse que se alegren todos, una paz perpetua, una satisfacción grande en sí mismos, que les viene de ver que todos santifican y alaban al Señor y bendicen su nombre y no le ofende nadie. Todos le aman, y la misma alma no entiende en otra cosa sino en amarle, ni puede dejarle de amar, porque le conoce. Y así le amaríamos acá, aunque no en esta perfección, ni en un ser; (6) mas muy de otra manera le amaríamos de lo que le amamos, si le conociésemos.

6. Parece que voy a decir que hemos de ser ángeles para pedir esta petición y rezar bien vocalmente. Bien lo quisiera nuestro divino Maestro, pues tan alta petición nos manda pedir, y a buen seguro que no nos dice pidamos cosas imposibles; que posible sería, con el favor de Dios, venir un alma puesta en este destierro, aunque no en la perfección que están salidas de esta cárcel, porque andamos en mar y vamos este camino; mas hay ratos que, de cansados de andar, los pone el Señor en un sosiego de las potencias y quietud del alma, que como por señas les da claro a entender a qué sabe lo que se da a los que el Señor lleva a su reino. Y a los que se les da acá como le pedimos, les da prendas para que por ellas tengan gran esperanza de ir a gozar perpetuamente lo que acá les da a sorbos.

7. Si no dijeseis que trato de contemplación, venía aquí bien en esta petición hablar un poco de principio de pura contemplación, que los que la tienen la llaman oración de quietud. Mas como digo trato de oración vocal, parece no viene lo uno con lo otro a quien no lo supiere, y yo sé que viene. Perdonadme que lo quiero decir, porque sé que muchas personas, rezando vocalmente -como ya queda dicho- (7) las levanta Dios, sin entender ellas cómo, a subida contemplación. Conozco una persona (8) que nunca pudo tener sino oración vocal, y asida a ésta lo tenía todo. Y si no rezaba, íbasele el entendimiento tan perdido que no lo podía sufrir. Mas ¡tal tengamos todas la mental! En ciertos Paternostres que rezaba a las veces que el Señor derramó sangre, se estaba -y en poco más rezado- algunas horas. Vino una vez a mí muy congojada, que no sabía tener oración mental ni podía contemplar, sino rezar vocalmente. Preguntéle qué rezaba; y vi que, asida al Paternóster, tenía pura contemplación y la levantaba el Señor a juntarla consigo en unión; y bien se parecía en sus obras recibir tan grandes mercedes, porque gastaba muy bien su vida. Así, alabé al Señor y hube envidia a su oración vocal.

Si esto es verdad -como lo es-, no penséis los que sois enemigos de contemplativos que estáis libres de serlo, si las oraciones vocales rezáis como se han de rezar, teniendo limpia conciencia (9).

 

NOTAS CAPÍTULO 30

1 La Santa escribió su latín así: santificetur nomen tuun adveniad renuun [reunun] tuun.

2 Mt 26, 39.

3 Sino advirtiendo que ha de ser conforme a la voluntad de Dios, como se pide en esta oración; añadido por la Santa al margen del ms. de Toledo.

4 Mt 6, 9-10.

5 La 1ª redacción era más espontánea y confidencial: ... nos sujetemos a lo que tiene la Iglesia, como lo hago yo siempre (y aun esto no os daré a leer hasta que lo vean personas que lo entiendan); al menos si no lo fuere [acertado] no va con malicia, sino con no saber más. -Es interesante notar que también esta vez, al revisar el texto, la Santa añadió respetuosamente: "la santa romana Iglesia".

6 Ni en un ser: es decir, ni con estabilidad.

7 Lo ha dicho en el c. 25, n. 1.

8 Por esto pongo tanto, hijas, en que recéis bien las oraciones vocales (1ª redacción). -También el pasaje que sigue era más concreto en la 1ª redacción: esa persona era una monja; rezando el Paternóster en honor de las veces que el Señor derramó su sangre se estaba dos o tres horas; era ya vieja y había gastado su vida harto bien y religiosamente.

9 En la 1ª redacción concluía: Así que todavía lo habré de decir. Quien no lo quisiere oír, pase adelante.

 

Capítulo 30
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