Con cuánta cautela emprendí el viaje,
Poniendo a buen recaudo cada objeto
Para hallarlo intacto a mi retorno,
De manos traicioneras protegido.
Mas tú, de mis tesoros el más bello,
Dignísimo consuelo, cruel congoja,
Mi bien más entrañable y más valioso,
A ladrones vulgares te has expuesto.
No te quise encerrar en otro cofre.
Sino en el que no estás aunque estés siempre:
La cárcel sin rigores de mi pecho,
De donde entras y sales a tu propio antojo.
Y temo que aun de allí seas llevado,
Pues por ti aún la verdad sería ladrona.
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