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Sebastián y Viola |
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Biografía de William Shakespeare en Wikipedia |
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Música: Chopin - Nocturne in C minor |
Sebastián y Viola |
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Olivia, en su deseo de hablar de nuevo con el paje Cesáreo, mandó al bufón a buscarle; pero habiendo éste hallado casualmente en la calle a Sebastián, tomóle por Viola y dióle el recado de la Condesa. Las palabras del bufón fueron un misterio para Sebastián, cuya sorpresa subió de punto al ver que arremetía contra él un gentilhombre, que parecía estar loco y que dándole un golpe en la espalda, le decía: —¿Conque otra vez por aqui, señor?; ea, tomad ésa. —Y tú ésta, y ésta y ésta otra—replica Sebastián correspondiéndole con sendos pufietazos en la espalda. — ¿Será, vive Dios, esta ciudad una jaula de locos? Sorprendido quedó el señor Andrés y vivamente despechado viendo que el joven a quien había tomado por un corbarde mentecato tenía tan gran fuerza de puños. El señor Tobías interpúsose en favor de su temeroso amigo: tanto él como Sebastián habían ya desenvainado la espada y preparábanse a librar serio combate, cuando Olivia, avisada por Festo, acudió presurosa a poner paz. — ¡Detente, Tobías—díjole severamente; —te lo mando por tu vida; detente! Luego, volviéndose a Sebastián, y tomándolo por Cesáreo, pídele por favor que perdone la grosería de su pariente y que se digne entrar en su palacio. —O me he vuelto loco, o estoy soñando—murmura Sebastián, estupefacto al oir que la bella Condesa se le dirige como a un amigo muy querido. Pero, ya fuese sueño, ya realidad, la escena era muy agradable, y él hubiera querido que tan dulce ilusión durara para siempre. —Si esto es soñar, no quiero interrumpir tan dulce sueño— decía para sus adentros. El bello y apuesto mancebo no fue menos sensible a los encantos de la condesa, y al ofrecerle ésta su mano, consintió no solo con gusto, sino también con ansia. Bien hubiera deseado pedir consejo a su excelente amigo Antonio, el capitán del barco; pero érale imposible porque al volver, a la hora convenida, a la hospedería del Elefante, ya no halló en ella al capitán. Como ignoraba que el infeliz hubiese sido arrestado por los oficiales del duque, no acertaba a explicarse su desaparición. Aun no habían transcurrido dos horas desde la celebración de los esponsales de Olivia con Sebastián, cuando Orsino, acompañado de Viola se encaminó hacia la morada de la Condesa: antes de llegar a ella encontráronse con los oficiales del duque que traían preso a Antonio, dando este encuentro nueva ocasión a enigmáticas situaciónes. Antonio tomó otra vez a Viola por Sebastián y le reprochó duramente su ingratitud. Viola negó con todas sus fuerzas haber conocido al capitán antes del lance con el señor Andrés, del cual tan galantemente le librara. Afirmaba Antonio que hacia tres meses que vivían juntos, a lo cual declaró el duque que el capitán debía de estar loco, por cuanto hacía tres meses que el paje estaba a su servicio. Olivia, terciando en el debate, creyó reconocer en Viola al joven que acababa de elegir por esposo y le hizo quedar estupefacto al darle el nombre de tal. Llamaron por testigo al sacerdote que los casara, el cual confirmó lo dicho por Olivia. Tocóle después el turno al duque, quien se indigno al ver la falsedad y traición de Viola, pues se figuraba que su paje había aprovechado la ocasión del mensaje cerca de Olivia, para sustraerle el amor de la condesa. Así estaban las cosas, cuando llegó Sebastián. Hermano y hermana reconociéronse entonces con no menor estupefacción. Comprendió Antonio que estaba equivocado al calificar a Sebastián de monstruo de ingratitud. Después de todo Olivia se entregaba a un joven que la adoraba y que no tenía absolutamente intención de renegar de su mujer. El único que se afligía verdaderamente era Orsino al convencerse de que ya no le quedaba esperanza alguna de poseer a Olivia. Allí había, en cambio, una encantadora joven, dispuesta a casarse con él: consintió, pues, en aceptar aquel desquite, y la fidelidad de Viola se vió recompensada. —Puesto que por tanto tiempo me habéis llamado «señor» —le dijo el duque;—tomad desde luego mi mano, y de hoy en adelante seréis la dueña y señora de vuestro señor y amo. Pidió entonces la condesa a Viola y Orsino que la considerasen siempre como hermana, e invitóles a celebrar la boda en su palacio el mismo día que ella celebrase la suya con Sebastián. Hecho esto, la alegre comparsa penetró regocijada en el palacio, mientras el bufón cantaba solo estas coplas: Cuando yo era un rapazuelo, Ya cuando me asomó el vello Para mí el mundo ya es viejo |
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