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William Shakespeare

William Shakesperare

Gentileshombres de Verona

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¡Ea! Despidámonos ya

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¡Ea! Despidámonos ya
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Hubo, en otro tiempo, en Verona, dos amigos que se querían entrañablemente: llamábanse Valentín y Proteo. Ambos eran jóvenes y apuestos mancebos, pero de caracteres del todo diferentes, como verá el curioso lector. Valentín era pacífico y honrado, amigo leal y excesivamente bueno y sincero para creer en la traición ajena. Proteo, por el contrario, era ardoroso y apasionado, pero voluble, y se dejaba arrastrar fácilmente de cualquier impulso; siempre tan impaciente para alcanzarlo que de momento deseaba, que no reparaba en los medios, con tal de conseguir el fin que apetecía. A pesar de estas diferencias de carácter, Valentín y Proteo se hallaban muy bien el uno con el otro; pero finalmente las cosas anduvieron de manera que les fue preciso separarse. Valentín no podía permanecer en Verona; quería correr mundo y dilatar sus horizontes.

—El joven que no sale de su tierra, tiene siempre un espíritu mezquino y apocado—decía a Proteo al querer éste persuadirle que permaneciese en Verona.—Si no fuese que estás aquí prisionero de amor, no consentiría que te quedaras, sino que te obligaría a venir conmigo a contemplar las maravillas del mundo. Pero ya que amas, sigue amando y procura ser tan dichoso en tus amores, como quisiera yo serlo, si alguna vez me alcanzaren los dardos de Cupido.

Decía esto porque Proteo estaba, en aquel entonces, locamente enamorado de una hermosa joven de Verona, llamada Julia; y Valentín seguía dando matraca a Proteo hablándole contra el amor, diciendo que es una locura y que solo el loco se deja coger en sus redes. Muy lejos estaba de pensar que a no tardar, caería también él en la trampa y que había de ser víctima de la perfidia y traición de su amigo.

Proteo, empero, no pensaba más que en Julia, y por nada del mundo hubiera salido de Verona. Despidiéronse afectuosamente los dos amigos, y Valentín tomó el camino de la corte de Milán.

—El va tras el honor como yo tras el amor—dijo para sí Proteo al ver partir a su compañero: —deja a sus amigos para honrarlos mas mejorándose a sí mismo. Yo también abandono a mí mismo, a mis amigos y todas las cosas en aras del amor. ¡Ah, Julia, Julia, cómo has cambiado todo mi ser!, por ti olvido el estudio, pierdo miserablemente el tiempo, me rebelo contra los más prudentes consejos, tengo en poco a todo el mundo, mi espíritu pierde sus energías soñando vanamente y mi corazón está enfermo de inquietud.

Metido estaba Proteo en estas reflexiones cuando oyó los gritos de Speed, el bufón criado de Valentín, que exclamaba:

—¡Señor Proteo, Dios os guarde! ¿Habéis acaso visto a mi amo?

—Acaba de partir de aquí y va a tomar el barco para Milán— respondió Proteo.—¿Has entregado ya mi carta a la señora Julia?

—Sí, señor, y por cierto que no me dió gratificación alguna— contestó Speed, despechado porque Julia no le había dado la propina que esperaba.

—Y ¿qué te dijo al recibir la carta?—preguntóle ansiosamente Proteo.

—Nada, señor, hizo un movimiento de cabeza.

—Vamos; dime que es lo que te dijo Julia,— insistió Proteo.

—Si quisieseis abrir, señor, vuestra bolsa...

—Bueno, ahí va esto por el trabajo que te has tornado. Pero dime, ¿qué es lo que te dijo Julia?

—En verdad, señor, que me parece que no os gana en generosidad—respondió Speed, metiéndose en el bolsillo la moneda que le diera Proteo.

—¿Pues qué? ¿te dió acaso menos que eso?—preguntó Proteo.

—Mucho menos, pues no me dió nada—contestó Speed; y como quiera que tan mezquina fue para recompensar al que le llevaba vuestro corazón con la carta, me temo que va a ser mezquina con vos para no abriros el suyo. Por lo cual os aconsejo que en prenda de amor no le deis sino piedras, pues ella es dura como el acero.

—Pero, ¿es que no te dijo nada?—insistió Proteo.

—Nada, ni siquiera: Ea, amigo, tomad esto en pago de vuestro trabajo—respondio Speed porfiando en su resentimiento.—En cuanto a vos, gracias mil por vuestra bondad; pero en adelante llevad vos mismo las cartas. Ahora voy volando en busca de mi amo.

—¡Ve, pues, en hora buena!—exclamó Proteo, cansado ya de tanta impertinencia; —ve a salvar el barco de todo naufragio; a buen seguro que yendo tú a bordo, no correrá peligro el barco, pues estás destinado a morir en tierra firme según eres de machacón.

Y así que hubo partido el insolente criado, dijo, para sí: «Procuraré servirme de otro, a buen seguro que Julia rehusaría mis cartas si hubiese de recibirlas de manos de tan indigno cartero...»

Lo que en realidad sucedió fue que la carta no había llegado a manos de quien debía, pues Speed tomó a Luceta, muchacha de servicio de Julia, por la propia Julia, y a ella se la dió equivocadamente.

Luceta al ir en busca de su señora, hallóla en el jardín muy pensativa pues estaba ya enamorada de Proteo, aunque ella misma no se daba del todo cuenta de ello. Al recibir la carta de manos de Luceta y decirle ésta que juzgaba que la carta venía de Proteo, fingió un movimiento de cólera y reprendió ásperamente a la muchacha por haberse atrevido a aceptarla.

—Toma de nuevo este papel,—díjole,— y haz que sea devuelto, de lo contrario no te quiero ver jamás en mi presencia.

—El que se mete a patrocinar un amor, bien merece el odio por recompensa,—murmuro Luceta.

Hay que tener en cuenta que la muchacha por los muchos años que servía fielmente en la casa, era tratada mas bien como compafiera que como criada de servicio y por lo mismo estaba acostumbrada a manifestar su opinión sin rodeos y con cierta libertad.

—¿No te vas aún?—díjole Julia con tono severo; pero no
bien hubo desaparecido Luceta, entróle a Julia el remordimiento y decía para si:

—¡Qué desatentada estuve al echarla con cajas destempladasde mi presencia, cuando tanta falta me hace! y ¡qué hipócrita he sido al mostrar indignación, cuando mi corazón se recreaba en una secreta alegría! He de vencerme a mi misma y desagraviar a la pobre muchacha: voy a llamarla y le pedire perdón.— ¡Luceta! ven; ven acá, Luceta...

—¿Que manda mi señora?—respondió la doncella.

Al verla de nuevo en su presencia, tomó Julia el aspecto deseveridad y reserva de antes y preguntóla:

—¿Es ya hora de comer?

—¡Ojalá lo fuera y que mi señora desahogara su mal humor contra los platos máas bien que contra su criada,— respondió con gran soltura Luceta, al tiempo que dejaba caer la carta en el suelo y la recogía con gran cuidado.

—¿Qué es eso que coges cautelosamente?—preguntó Julia..

—Nada.

—¿Por qué te agachaste pues?

—Para coger un papel que se me había caido.

—Y ese papel ¿no es nada?

—No, señora; nada que me pertenezca.

—Déjalo, pues, para quien sea.

Pero Luceta no quería que la carta quedase allí en el suelo, pues su intención, al soltarla, habia sido que Julia se enterara de ella. No sabía ella cuán ansiosamente deseaba su señora tenerla en sus manos, pero era demasiado altiva para reconocerlo. Luceta no pudo reprimir ciertas palabras insolentes que le vinieron a la boca, lo cual irritó a su señora, sobre todo al afirmar Luceta que hacía la causa de Proteo.

—¡Basta ya de charla, no tolero tales desplantes!...—dijo Julia con resolución, y rompió la carta echando al suelo los pedazos y diciendo: «¡Anda, vete y no toques estos papeles!... »

—Ella hace como que no le gusta, y lo que ella quisiera fuera tener otra ocasión de incomodarse con una nueva carta,— dijo para sí la sagaz muchacha al retirarse.

—iAh! ¡ojalá pudiese yo encolerizarme contra esta carta!— exclamó Julia al hallarse sola y recoger ansiosamente algunos de los pedazos.—¡Oh viles manos que habeis hecho anicos palabras tan tiernas! ¡Para expiar mi culpa voy a besar cada uno de estos fragraentos! Mira...; aquí dice: amable Julia; mejor diria cruel Julia, pues cruelmente me he portado. ¡Oh viento juguetón, no esparzas ni te lleves ninguno de estos fragmentos antes que yo logre reconstituir toda la carta.—Y al decir esto iba recogiendo cuidadosamente los papelitos, acariciándolos con sus manos.

—Señora, la comida está en la mesa y vuestro padre os
aguarda—díjole Luceta.

—Vamos pues allá,—respondió Julia.

—¿Y los papeles?—pregunto Luceta:—¿han de quedar acaso en el suelo, como si fuesen cuentos de Maricastaña?

—Si te parece que valen la pena, recógelos.

—No, sino que temo que se van a resfriar—repuso Luceta riéndose a hurtadillas.

—Veo que estás muy celosa de guardarlos — replicó Julia.

—¡Ah señora, vos podeis decir lo que veis!...—dijo Luceta con gran aplomo.—También yo veo las cosas tales cuales son, aunque vos creáis que tengo telarañas en los ojos.

—Ea, vámonos juntas—dijo Julia.

 

En un principio habíase excusado Proteo de acompañar a su amigo Valentín, pero pronto comprendió que no podriapermanecer en Verona. En aquel tiempo era creencia generalque para la completa educación de la juventud había queviajar por el extranjero, y en este sentido habló, con gran copia de razones, un tío de Proteo.

—Mucho me sorprende, decía, que su padre le permita pasarla juventud en su tierra natal, mientras otros, inferiores a él en posición, envían a sus hijos al extranjero para que se perfeccionen, cada uno en su profesión, éste en la carrera de las armas, aquel en descubrir tierras desconocidas, otro en terminaro ampliar sus estudios en las universidades. Proteo es apto si no para todas, por lo menos para alguna de estas cosas, ysera para el una notable desventaja cuando llegue a ser hombre de posición el no haber viajado.

—No es que no haya pensado en ello, Antonio—respondió el padre de Proteo.—Estoy convencido de que pierde lastimosamente el tiempo y que buena falta le hará la experiencia del mundo, sin la cual no se puede llegar a ser hombre de provecho.

Y convino con su hermano en que lo mejor fuera enviar a Proteo a donde estaba Valentín, o sea a la corte del duque de Milán. Asi, pues; diose orden a Proteo que se aprestase apartir al dia siguiente, y de nada sirvieron las protestas del mancebo, el cual estaba cautivo del amor de Julia, aunque, a decir verdad, le consolaba el saber que la joven habia ya consentido en corresponderle.

Efectivamente, al momento de partir le dijo Julia poniendoleen su dedo la sortija que ella llevaba:

—Toma este recuerdo de tu querida Julia, y no me olvides en tu ausencia.

—¿0lvidarte? jamás. jSea la primera de mi desventura lahora en que deje de pensar en ti. . . Toma tú también mi sortija,y sellemos con este trueque nuestro mutuo amor.

Entre tales protestas de amor y fidelidad llegó para Proteola hora de partir y en efecto partió para Milan, quedando Julia en Verona.

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