Con mortecino rayo
Baña la luna el bosque en su desmayo,
El genio de la noche al aire zumba,
La nube es frío velo,
Y los astros del cielo
Alumbran como luces en la tumba.
Espectros mudos, huecos, descarnados,
Allá, en obscuras pompas funerales,
Agitan los crespones enlutados
De las terribles noches sepulcrales.
Temblando en la muleta,
El cuerpo inope y la mirada inquieta,
¿Quién va, que triste compasión alcanza,
Hostigado del tiempo y del resabio,
Detrás del ataúd, que mudo avanza?
«¿Padre» le dijo acaso un joven labio?
Temblor de escalofríos espantoso
Le estremece con fuerza y atropello
Y se eriza, canoso, su cabello.
¡Recrudeció la herida!
¡En el alma la angustia del infierno!
«Padre», clama la voz del joven hijo;
«Hijo», susurra el corazón paterno.
Hielo, hielo no más entre esos paños
Que el sueño guardan de un infausto anhelo,
¡Dulce y dorado sueño de sus años!
Hielo, hielo no más entre esos paños,
Y el éxtasis de amor que sube al cielo.
Tierno como un elíseo cefirillo,
Desligado de brazos de la aurora
Que gotea rocíos celestiales,
Campos de flores recorrió sencillo,
Y en prados rientes, que la luz colora,
Vió su imagen del río en los cristales;
Llama de afecto el corazón mostraba
Y amores, con su amor, se conquistaba.
Alzóse entre la turba de mancebos
Como corza gallarda en la alta cumbre;
Su mente, henchida de ideales nuevos,
Era águila del cielo en la techumbre;
Arrogante corcel que al aire agita
Las crines, rompe el freno, y, espumoso,
Arroja, si en los botes se encabrita,
Lo mismo que al esclavo al poderoso.
Fue su vida constante primavera
Que la tardor del héspero no alcanza.
Ahogó la pena en brindis, y la artera
Aflicción en los giros de la danza.
Mundos sin fin su juventud henchía
Para cuanto la vida aquí durase.
¡Padre feliz el que lograr creía
Que el germen de su estirpe madurase!
¡No; padre! ¿Oyes?
Del triste camposanto La puerta ya rechina en férreo quicio;
Ya la ahuecada tumba, con espanto,
Rendirá largo lloro a tu suplicio.
Y tú, ¡oh joven!, del sol por el sendero
Sube del cielo a la mansión dichosa;
Sacia tu sed en el raudal primero,
Y en el seno de Dios al fin reposa.
«¡Hasta luego!» (¡Sublime pensamiento!).
«¡Adiós, hasta las puertas del Edén!»
Y el ataúd desciende lento, lento,
Y gime de la cuerda en el sostén.
Y, ebrio, mirando al hoyo, estupefacto,
Con labios mudos y ojos expresivos
«¡Alto! ¡alto!» escuchó, y en aquel acto
Soltó el raudal de llantos fugitivos.
Con mortecino rayo
Baña la luna el bosque en su desmayo,
El genio de la noche al aire zumba,
La nube es frío velo,
Y los astros del cielo
Alumbran como luces en la tumba.
Por la húmeda colina
Torna, sin peso, la angarilla usada.
«¡Todo el mundo por sólo una mirada!»
Nadie el cerrojo del no ser domina
Y un eco bronco de exclamar no cesa:
«Jamás la tumba devolvió su presa.»
Biblioteca clásica
Schiller "Poesías líricas"
Traducción de J. L. Estelrich (1907) |