Brilla en los vasos el purpúreo vino;
Los comensales en beber se animan;
Entra el cantor, y juntan su destino
Con él los que le aplauden y le estiman;
Porque sin lira, la mansión celeste
Que el néctar fluye, es erial agreste.
Dieron los dioses a su casto pecho
El cristal en que el mundo está espejado:
Él ve y conoce cuanto aquí se ha hecho,
Y lo que el porvenir tiene guardado;
Los juicios de los dioses y las diosas
Y la esencia ignorada de las cosas.
Ante él se extiende, en amplitud no escasa,
Espléndida y fantástica la vida;
Trasmuda en templo la terrena casa
Donde tienen las Musas su guarida;
No hay techo humilde ni cabaña endeble
Que él de inmortales dioses no los pueble.
Como de Zeus, habilidoso el hijo,
Al pintar de un escudo los contornos
Puso con arte fácil y prolijo
Tierras, mares y cielos por adornos,
Así el vate la imagen absoluta
Del mundo, en sus cantares ejecuta.
Él vió del mundo aquella edad infante
De regocijo y juventud galana;
Y asociado quedó, viajero errante,
En todos tiempos a la raza humana;
Vió cuatro edades que pasó la tierra;
Ye que la quinta se aproxima y cierra.
Antes reinó Saturno recto y llano,
Y tal como era el hoy era el mañana;
La vida pastoril, sin afán vano,
Por todas partes se mostró lozana.
Sólo el amor las gentes ocupaba
Y sus frutos la tierra les brindaba.
Después vino el trabajo, la gran brega
Para extirpar los monstruos y dragones,
Y al héroe que surge, fiel se entrega
Quien no encuentra vigor en sus acciones.
En campos de Escamandro fue la lucha,
Y el himno a la belleza ya se escucha.
La victoria ennoblece el vencimiento,
Y engendra a la dulzura la batalla;
Entonces de las Musas el acento
Suena, y la imagen de los dioses se halla.
Fue la edad de la hermosa fantasía.
Que, por no volver más, desparecía.
La fuerza de los dioses se quebranta
Y caen sus prestigios, ya sin nombres;
Y nace el hijo de la Virgen santa
Para curar los males de los hombres;
Y proscripto el placer de los sentidos
Rigen al corazón nuevos latidos.
El hechizo sensual y vanidoso
Ya no fue de la tierra el solo empleo;
El cuerpo se macera el religioso
Y armado el paladín llega al torneo;
Y si fosca la vida al hombre aterra
Un dulce amor a la existencia aferra.
Sumisas a un altar divino y casto
Gozan las Musas deleitosa calma;
Ya las mujeres en más noble pasto
Púdicas suman generosa el alma;
Ya las llamas que inspiran los poetas
Al fiel y eterno amor quedan sujetas.
Ved ya por qué, con tan ceñido lazo
Se asocian los cantores y mujeres,
En cuya alianza, con estrecho abrazo
Vive lo bello en paz con los deberes;
Y el canto y el amor que nos hechizan
La vida en juventud nos eternizan.
Biblioteca clásica
Schiller "Poesías líricas"
Traducción de Juan Eugenio Hartzenbusch (1907) |