47. ¡Gracias te sean dadas, Señor! Vemos el cielo y la tierra, ya la parte corpórea superior e inferior, ya la creación espiritual y corporal; y en el adorno de estas dos partes de que consta, ya la mole entera del mundo, ya la creación universal sin excepción, vemos la luz creada y separada de las tinieblas. Vemos el firmamento del cielo, sea el que está entre las aguas espirituales superiores y las corporales inferiores, cuerpo primario del mundo; sea este espacio de aire —porque también esto se llama cielo— por el que vagan las aves del cielo entre las aguas que van sobre ellas en forma de vapor y se condensan en las noches serenas en forma de rocío, y estas otras que corren pesadas sobre la tierra. Vemos en los vastos espacios del mar la belleza de las aguas reunidas, y la tierra seca, ya desnuda, ya formada de modo que fuere visible y compuesta y madre de hierbas y de árboles. Vemos de lo alto resplandecer las lumbreras: el sol, que se basta para el día, y la luna y las estrellas, que alegran la noche, y con todos los cuales se notan y significan los tiempos. Vemos toda la naturaleza húmeda, fecundada de peces y de monstruos y de aves, porque el espesor del aire que soporta el vuelo de las aves se acrecienta con la evaporación de las aguas. Vemos que la superficie de la tierra se hermosea con animales terrestres, y que el hombre, hecho a tu imagen y semejanza, por esta misma imagen y semejanza, esto es, en virtud de la razón y de la inteligencia, es antepuesto a todos los animales irracionales; pero como en el alma del hombre hay una parte que deliberando es dominante y otra que se somete obedeciendo, así vemos que la mujer fue hecha corporalmente para el varón; la cual, aunque tenga igual naturaleza de inteligencia racional, sin embargo, en cuanto al sexo del cuerpo está sujeta al sexo masculino, del mismo modo que el impulso de la acción se somete a la inteligencia para generar de la razón aptitudes y destrezas con que obrar rectamente. Vemos estas cosas, cada una por sí buena y todas juntas muy buenas.
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