32. Porque he aquí, Señor Dios nuestro y creador nuestro, que cuando fueren cohibidas del amor del siglo aquellas afecciones con las cuales moriríamos viviendo mal, y comenzare a ser alma viviente viviendo bien, y fuere cumplida tu palabra, que dijiste por tu Apóstol: No queráis conformaros con este siglo, se seguirá también aquello otro que añadiste al punto y dijiste: reformaos en la novedad de vuestra mente, no ya según su género, como imitando al prójimo que nos precede, ni viviendo según la autoridad de un hombre mejor. Porque no dijiste: «Sea hecho el hombre según su género», sino: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, para que nosotros probemos cuál sea tu voluntad. Pues a este fin, aquel tu dispensador, engendrando hijos por el Evangelio y no queriendo tener siempre de párvulos a estos que él nutriera con leche y fomentara como una nodriza, dijo: Reformaos en la novedad de vuestra mente a fin de conocer la voluntad de Dios y qué sea lo bueno, agradable y perfecto. Y por eso no dices: Sea hecho el hombre, sino: Hagámosle; ni dices según su género, sino a imagen y semejanza nuestra. Porque, renovado en la mente y contemplando tu verdad inteligible, no necesita de hombre que se la muestre para que imite a su género, sino que, teniéndote por guía, él mismo conoce cuál sea tu voluntad y qué es lo bueno, agradable y perfecto; y ya capaz, tú le enseñes a ver la Trinidad de su Unidad o la Unidad de su Trinidad. Y por eso habiendo dicho en plural: Hagamos al hombre, añadió en singular: e hizo Dios al hombre; y a lo dicho en plural: a imagen nuestra, repuso en singular: a imagen de Dios. Así es como el hombre se renueva en el conocimiento de Dios según la imagen de aquel que le ha creado; y, hecho espiritual, juzga de todas las cosas, que ciertamente han de ser juzgadas; mas él de nadie es juzgado.
|