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Capítulo 19
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CAPÍTULO 19 |
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Disposición del alma apostólica |
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24. Pero ante todo, lavaos, purificaos, arrancad la maldad de vuestras almas y de la presencia de mi vista, a fin de que aparezca la tierra árida. Aprended a hacer bien, juzgad al pupilo, haced justicia a la viuda, para que la tierra produzca hierba tierna y árboles frutales; y luego venid, dice el Señor, disputemos, a fin de que sean hechas las lumbreras en el firmamento del cielo y luzcan sobre la tierra. Aquel rico quería saber del Maestro bueno qué debía hacer para conseguir la vida eterna. Dígale el Maestro bueno —a quien él juzgaba hombre y nada más, pero que realmente es bueno porque es Dios—, dígale que si quiere conseguir la vida, guarde tus mandamientos separe de sí lo amargo de la malicia y de la iniquidad; que no mate, no fornique, no hurte, no diga falsos testimonios, a fin de que aparezca la tierra seca, y germine el honor de la madre y del padre y la dilección del prójimo. Todo esto —dijo— lo he practicado. ¿De dónde, pues, tantas espinas si es tierra fructífera? Vete, arranca los espesos zarzales de la avaricia, vende lo que posees, y llénate de frutos dándolo todo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, y sigue al Señor si quieres ser perfecto, en compañía de aquellos entre quienes habla la sabiduría, aquel que conoce qué se debe dar al día y qué a la noche, como lo conoces tú, a fin de que sean también para ti lumbreras en el firmamento del cielo, lo cual no se hará si no estuviese allí tu corazón, ni tampoco podrá ser si no estuviera allí tu tesoro, como oíste del Maestro bueno. Pero se contristó la tierra estéril y las espinas sofocaron la palabra. 25. Pero vosotros, raza escogida, lo más débil del mundo, que dejasteis todas las cosas para seguir al Señor, id tras él, confundid a los fuertes; id tras él, pies especiosos, y lucid en el firmamento, para que los cielos narren su gloria dividiendo entre la luz de los perfectos, aunque no como la de los ángeles, y las tinieblas de los pequeñuelos, aunque no de los desesperados: lucid sobre toda tierra, y el día, incandescente por el sol, anuncie al día la palabra de la sabiduría; y la noche, esclarecida por la luna, anuncie a la noche la palabra de la ciencia. La luna y las estrellas lucen en la noche, mas no las oscurece la noche, porque ellas mismas la iluminan, según su capacidad. Ved aquí como si Dios dijera: Háganse lumbreras en el firmamento del cielo, y al punto se oyó un sonido del cielo, como si sonara un viento vehemente, y fueron vistas lenguas divididas como de fuego, el cual se puso sobre cada uno de ellos, y fueron hechas las lumbreras en el firmamento del cielo, teniendo palabras de vida. Discurrid por todas partes, fuegos santos, fuegos hermosos. Vosotros sois la luz del mundo, y no estáis debajo del celemín. Ha sido exaltado Aquel a quien os juntasteis, y os exaltará a vosotros. Discurrid y dadle a conocer a todas las gentes.
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