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San Agustín en AlbaLearning

San Agustín

"Confesiones"

Libro 10

Capítulo 37

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Confesiones

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Confesiones

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CAPÍTULO 37

De cómo le movían las alabanzas de los hombres

 

60. Todos los días somos tentados, Señor, con estas tentaciones, sin darnos treguas ni cesar de combatirnos. Las lenguas de los hombres que nos alaban vienen a ser nuestro horno, que cotidianamente nos examina y prueba. Vos nos habéis mandado que también en esta especie de tentación seamos cautelosos y contenidos. Dadme, Señor, lo que mandáis y mandadme lo que queráis. Vos sabéis los muchos suspiros que esto me cuesta y los ríos de lágrimas que en vuestra presencia han derramado mis ojos por esta causa. Porque no puedo fácilmente conocer cuánto haya adelantado en preservarme de este contagio, y temo mucho que haya varios defectos ocultos y escondidos en lo interior de mi alma, los cuales claramente los descubren vuestros ojos, pero no los ven los míos. En los otros géneros de tentaciones tengo algún arbitrio y facultad para examinarme a mí mismo, y conocer en qué disposición me hallo, pero en esta materia casi no hay medio alguno por donde conocerlo.

Porque yo bien conozco y veo cuánto es lo que tengo adelantado y adquirido de fuerzas para refrenar mi ánimo, ya sea de los deleites sensuales, ya sea de la vana curiosidad y deseo de saber cosas inútiles, cuando actualmente carezco de aquellos objetos, o porque me privo de ellos por mi voluntad, o porque no los tengo presentes a mi disposición; en tal caso me pregunto yo a mí mismo cuánta sea la molestia que me causa el carecer de aquellas cosas, y conozco si es mayor o menor que la que otras veces me causaba. Por lo que mira a las riquezas, se desean únicamente para satisfacer a alguna de estas tres suertes de concupiscencias, o dos de ellas, o todas tres: si poseyéndolas actualmente no puede el ánimo conocer bien si las desprecia o no, tiene el arbitrio de renunciarlas enteramente, y entonces lo conocerá.

Para carecer de las alabanzas, y hacer entonces experiencia de si sentimos o no su falta, ¿por ventura hemos de vivir mal y desordenadamente, y ser tan perdidos, crueles y desalmados, que cuantos nos conozcan, nos abominen y digan mal de nosotros?, ¿qué mayor locura puede pedirse o pensarse? Pues si la alabanza suele y debe ser compañera inseparable de la buena vida y de las buenas obras, así como no debemos dejar la vida y costumbres buenas, tampoco podemos abandonar el acompañamiento que llevan de las alabanzas. Ello es cierto que sólo careciendo de una cosa es cuando puedo conocer y experimentar si siento el que me falte o no lo siento.

61. Pues, Dios mío, ¿qué confesión es la que puedo haceros de lo que me sucede con este género de tentación, sino que me deleitan las alabanzas, aunque más me deleito con la verdad que con ellas? Si me propusiera cuál de estas cosas quería más, o ser un hombre furioso y desatinado, que no obraba con rectitud y acierto en materia alguna, pero no obstante era muy alabado de todos los hombres, o por el contrario, verme vituperado de todos, siendo yo cuerdo y juicioso, y teniendo verdadera ciencia y sabiduría, que es certísimo conocimiento de la verdad, veo claramente lo que en tal caso había de escoger.

Pero yo no quisiera que la aprobación y alabanza ajena me aumentase el gozo que puedo tener de alguna bondad mía, aunque conozco y confieso que no sólo me lo aumenta la alabanza, sino que el vituperio me lo disminuye. Cuando me veo atribulado con semejante flaqueza, propia de mi miseria, se me ofrece luego una disculpa, que Vos, Dios mío, sabéis si es buena o mala, pues yo no me atrevo a calificarla con certeza. La razón con que tiro a disculpar mi alegría y gozo de la alabanza consiste en que, como Vos nos habéis mandado no sólo la continencia y templanza, que nos enseña de qué cosas debemos apartar nuestra afición, sino también la justicia, que nos muestra en qué cosas debemos poner nuestro amor y voluntad, y como por otra parte nos habéis mandado que no solamente os amemos a Vos, sino también al prójimo, fundado yo en todo esto, me parece que muchas veces que me deleito oyendo que me alaban, no nace mi deleite y alegría de aquella alabanza, sino del aprovechamiento que muestra el prójimo y de las buenas esperanzas que da de su talento, pues alaba lo que merece ser alabado; por el contrario, si me entristezco cuando me vitupera, me parece que sólo es de su mal, oyendo que desprecia y vitupera lo que él no sabe ni entiende, o lo que realmente es bueno. También cuando me alaban, me suelo entristecer algunas veces, o porque alaban en mí algunas cosas que me disgustan a mí mismo, o porque también hacen más estimación y aprecio del que debieran hacer de algunos pequeños y leves bienes que experimentan en mí.

Pero ¿qué sé yo si este sentimiento mío nacerá de que no llevo a bien que el que me alaba piense de mí mismo de diferente modo que yo pienso, no porque a esto me mueva su bien y utilidad, sino el que aquellos mismos bienes que tengo yo y me alegro de tenerlos, se me hacen más gustosos y agradables cuando también agradan a los otros? Porque en algún modo no soy yo alabado, cuando no lo es también aquel juicio y concepto que tengo formado de mí mismo; supuesto que se alaban en mí las cosas que a mí mismo me disgustan, o se alaban más las que a mí me agradan menos. ¿No es verdad, pues, que acerca de la excusa referida estoy dudoso y no puedo calificarla con certeza?

62. Bien veo en Vos, Verdad eterna, que de las alabanzas que me dieren no debo alegrarme por el bien mío, sino por el bien y utilidad de mi prójimo; mas no sé si lo hago así, porque más bien os conozco  a Vos que a mí mismo en este punto. Yo os suplico, Dios mío, que hagáis que yo me conozca perfectamente, para que a todos mis hermanos, que os pedirán por mí, pueda yo descubrirles en esta confesión todo cuanto hubiese en mí de heridas y de llagas, lo cual supuesto, vuelvo a examinar mi interior con más cuidado.

Si el gozo que experimento cuando soy alabado es nacido del bien y provecho de mi prójimo, ¿por qué el vituperio que injustamente se hace a otro me contrista menos que si se me hiciera a mí?, ¿por qué me duele más la contumelia que me hacen a mí mismo, que la que en mi presencia le hacen a mi prójimo, siendo igual la malicia de una y otra? ¿Por ventura ignoro también esto?, ¿había de llegar a tanto que me engañase a mí mismo, y que en presencia vuestra faltase a la verdad con el corazón y con la boca? Apartad Vos, Señor, lejos de mí tan gran locura y no permitáis que mi boca delante de Vos oculte mis defectos, ni sea como el aceite, con que, en frase de David, desfigura el pecador su rostro.

63. Muy pobre y necesitado estoy de vuestra luz y enseñanza; mejor seré desagradándome a mí mismo con gemidos y sollozos ocultos, y buscando sin cesar vuestra misericordia, hasta que os dignéis reparar mis defectos, y darme tal perfección, que goce aquella tranquilidad y paz que no sabe ni conoce el soberbio y arrogante.

Pero las palabras que uno dice y las obras que hace, como son públicas y notorias a los hombres, están expuestas a la peligrosísima tentación del amor y deseo de las alabanzas, el cual busca los votos y pareceres ajenos, y los junta y ordena para conseguir con ellos una cierta excelencia y distinción particular. Aun cuando me reprendo a mí mismo por este mal deseo, me tienta también a desear alabanza, por la misma razón con que le he afeado y reprendido.

Muchas veces sucede también que de haber el hombre despreciado la vanagloria viene a caer en otra gloria más vana; en tal caso tampoco puede decirse que se gloríe de haber menospreciado la vanagloria, porque no puede ser verdad que ella esté menospreciada en un hombre que tan vana e íntimamente se gloríe.


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