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San Agustín en AlbaLearning

San Agustín

"Confesiones"

Libro 10

Capítulo 34

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Confesiones

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Confesiones

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CAPÍTULO 34

De cómo se hallaba en cuanto a los deleites de la vista

 

51. Lo que me falta es hablar del deleite que corresponde a mis ojos corporales, el cual también es materia de estas Confesiones, que hago de tal modo que lleguen a los oídos de mis hermanos piadosos, en que Vos habitáis como en templo vuestro, con lo cual acabaré de referir las tentaciones que pertenecen a la concupiscencia de la carne, y que todavía me incitan mientras gimo en esta cárcel de mi cuerpo, suspirando por la mansión celestial, en que se debe dar al cuerpo y al alma la vestidura de gloria.

Los ojos tienen su deleite en ver objetos hermosos y varios, y colores lustrosos y risueños. Pero nada de esto merece los afectos de mi alma, que debe ocuparla toda y poseerla toda Dios, que hizo estas criaturas, y aunque a todas las hizo sumamente buenas, pero no lo son ellas, mi soberano Bien, sino el que las hizo a ellas. Estos objetos visibles en todos los instantes del día se presentan a mis ojos mientras que estoy despierto, sin que cesen nunca de presentarse a la vista, como sucede con las voces respecto del oído, que no siempre está oyendo cantar, y hay ocasiones en que cesa toda voz y ruido, como sucede cuando todo está en silencio; pero esto no sucede así respecto de los ojos, porque en cualquier paraje donde esté durante el día, la misma luz, reina de colores, bañando con sus rayos todas las cosas visibles, sin que yo la atienda, y aunque esté pensando en otra cosa muy diferente, se me comunica y se me insinúa de muchos modos y muy halagüeños a la vista; tanta es la vehemencia con que se insinúa y comunica, que si repentinamente se nos quitase la luz, tendríamos que buscarla con gran deseo de que se nos volviese y, si durase por largo tiempo su ausencia, nuestra misma alma se contristaría.

52. ¡Oh luz, aquella que veía Tobías cuando cerrados los ojos corporales enseñaba a su hijo el camino de la vida, yendo delante de él en las obras de caridad que hacía, sin errar en tales pasos el camino ni extraviarse nunca! ¡Oh luz, aquélla que veía Isaac, cuando ya la vejez le tenía oscurecidos y cerrados los ojos corporales, y sin conocer los hijos a quienes bendecía, mereció conocerlos en las bendiciones que les aplicaba! ¡Oh luz, que veía Jacob, cuando ciego también por la mucha edad, pero ilustrado interiormente, conoció que sus hijos habían de ser cabezas de las doce tribus que formarían en lo venidero el escogido pueblo de Israel, y en atención a este conocimiento, cruzó las manos misteriosamente al tiempo de imponerlas sobre sus dos nietos, hijos de José, gobernándose al trocarlas, no por lo que el padre de ellos le dictaba, sino por lo que él mismo en su interior conocía! Esta luz sí que es la verdadera, ésta es única y sola, y todos los que la ven y aman son una cosa misma.

Pero esta luz material de que iba hablando, con una dulzura tan atractiva como peligrosa, hace gustosa y sazonada la vida de este mundo a sus ciegos amadores; pero aquéllos que de esa misma luz saben tomar motivo de alabaros, Dios mío y creador de todas las cosas, la hacen servir a vuestros himnos y alabanzas, y no se dejan dominar del letargo que causa en los primeros el atractivo de sus dulzuras.

Yo quiero ser del número de estos últimos, por esto resisto a los engaños que me pueden ocasionar mis ojos, para que mis pies no caigan en algunos lazos que me impidan seguir las sendas de vuestra justicia, por donde he comenzado a caminar; levanto hacia Vos los ojos invisibles de mi alma, para que Vos saquéis libres mis pies de aquellos lazos, y con efecto, Vos me los desenredáis, porque efectivamente dan mis pies en ellos. Como me sucede muchas veces, caigo en las asechanzas que me están armadas por todas partes; Vos, Señor, no cesáis de desenredarme y libertarme de ellas, porque Vos, que estáis guardando a Israel, no os dormís y dormitáis.

53. ¡Cuán innumerables son los alicientes que nuevamente han añadido los hombres para atraer y captar más bien la atención de nuestros ojos, con una infinidad de artificiosos tejidos, en varias modas de vestidos, de calzados, de vasos y otros utensilios, y de toda suerte de adornos y curiosidades hechas de mil maneras, y también por medio de pinturas y otros diversos modos de hacer figuras y retratos, pasando con unas de estas cosas mucho más allá de lo que pedía la necesidad de usar de ellas, excediendo mucho con otras los límites de la moderación y abusando notablemente de las últimas, de las cuales había de usarse únicamente para representaciones piadosas! De modo que aman y siguen las obras exteriores que ellos mismos hacen y abandonan en su interior al que los hizo a ellos y deshacen la imagen que hizo de ellos.

Pero yo, Dios mío y gloria mía, aun de estas cosas saco nuevos motivos de cantaros alabanzas y hago sacrificio de ellas a quien me santifica, porque sé muy bien que todas las hermosas ideas que desde la mente y alma de los artífices han pasado a comunicarse a las obras exteriores, que labran y fabrican sus manos artificiosas, dimanan y provienen de aquella soberana hermosura que es superior a  todas las almas, y por la que mi alma continuamente suspira de día y de noche. Los mismos artífices que fabrican y aman estas obras tan delicadas y hermosas, toman y reciben de aquella hermosura suprema el buen gusto, idea y traza de formarlas, pero no aprenden ni toman de allí el modo con que debieran usar de ellas. No le ven, aunque también está allí este modo justo, para que no tengan que ir a buscarle más lejos y para que ordenen a Vos todas las fuerzas de su habilidad e ingenio, y no las malgasten y disipen en deleites fatigosos.

Yo mismo, hablando ahora de estas cosas, y mostrando tener conocimiento de ellas, también parece que detengo el paso, como enredado en estas hermosuras; pero Vos, Señor, me desprendéis de estos lazos, Vos me sacáis libre de ellos, porque siempre miro a vuestra misericordia y la tengo delante de mis ojos. Confieso que también caigo en el lazo de estas cosas con mi fragilidad y miseria; pero Vos me sacáis de él con vuestra misericordia, unas veces sin que yo lo conozca ni lo advierta, porque fue poco a poco y muy leve la caída, y otras veces me libráis de modo que sienta algún dolor, porque ya mi corazón estaba adherido a alguna cosa y tenía algún apego a ella.


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