40. Toda mi esperanza, Dios y Señor mío, se funda únicamente en vuestra grandísima misericordia. Dadme lo que me mandáis y mandadme lo que quisiereis. Nos mandasteis ser continentes, pero yo sé, dice el Sabio, que ninguno puede serlo, si Dios no le concede esta virtud, y también es un don de la Sabiduría increada el conocer de quién proviene esta dádiva. Porque la continencia es la virtud que nos reúne y nos reduce a ser una cosa sola, de cuya unidad habíamos degenerado haciéndonos de uno muchos y dividiendo nuestro corazón en multitud de cosas; y menos, Señor, os ama el que juntamente con Vos ama alguna otra cosa, que no la ama por Vos. ¡Oh amor, que siempre ardéis y nunca os apagáis! ¡Oh Dios mío, caridad infinita, encended mi corazón! Nos mandáis la templanza o continencia, pues dadnos lo que mandáis y mandad lo que queréis.
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