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Capítulo 19
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Confesiones |
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CAPÍTULO 19 |
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De lo que sentía Agustín acerca de la Encarnación de Cristo Señor Nuestro |
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25. No pensaba yo entonces estas cosas, sino otras muy distintas; y así de Jesucristo mi Salvador había formado el gran concepto que correspondía a un hombre de sabiduría tan excelente y superior que ninguno se le pudiese igualar, y principalmente me parecía que por haber nacido maravillosamente de una madre virgen, para enseñarnos con su ejemplo a despreciar los bienes temporales por conseguir los inmortales y eternos, cuidando tan extraordinaria y divinamente de nosotros, por eso había merecido tan grande autoridad en todo el mundo su enseñanza y magisterio. Por lo demás, ni siquiera llegaba a sospechar que hubiese algún misterio en aquellas palabras: El Verbo se hizo carne. Solamente por las cosas que de su vida andaban escritas, esto es, que había comido y bebido, dormido y paseado, que se había alegrado, entristecido y predicado, sacaba yo que no se había unido al Verbo la carne sola, sino juntamente con el alma y entendimiento humano. Esto lo conoce cualquiera que sabe la inmutabilidad de vuestro divino Verbo, como yo lo sabía entonces cuanto me era posible, ni tenía acerca de esto la duda más leve. Porque mover unas veces voluntariamente los miembros corporales y otras no moverlos, querer al presente una cosa y luego no quererla, proferir unas veces sentencias maravillosas y otras guardar mucho silencio, son cosas éstas propias de un alma y entendimiento mudables. Pues si todo esto se hubiera escrito falsamente del Verbo encarnado, todas las demás cosas se pudiera sospechar también que no eran verdaderas, y no quedaría cosa alguna digna de fe en todo el Evangelio, que es donde estriba la salud del género humano. Pero como no se puede dudar que es cierto todo lo que allí está escrito, reconocía yo y confesaba en Cristo todo aquello de que consta un hombre verdadero, esto es, no solamente el cuerpo humano, o cuerpo y alma sin la parte intelectiva, sino uno y otro, y todo lo que es el hombre; mas juzgaba yo que ese mismo hombre, solamente por cierta grande singular excelencia con que estaba en él la naturaleza humana, y por su mayor y más perfecta participación de sabiduría, era preferido a todos los demás hombres, no por estar en él personalmente la Verdad eterna. Al contrario, juzgaba Alipio que los católicos creían haberse Dios vestido de nuestra carne de tal modo que, además de la divinidad y de la carne, no hubiese en Cristo alma ni tampoco entendimiento humano. Y porque estaba convencido de que aquellas acciones que se refieren de Cristo no podían ejecutarse sino por alguna criatura viviente y racional, se detenía en abrazar la religión cristiana. Mas sabiendo después que esta doctrina que él juzgaba ser de los católicos era el error de tos herejes sectarios de Apolinar, se alegró y conformó con la creencia y fe católica. Pero yo confieso que hasta después de pasado algún tiempo, no supe la diferencia que hay entre la verdad católica y la falsedad de Fotino acerca de la Encarnación de Cristo y de haberse tomado carne humana con el Verbo divino. Porque el desaprobar la doctrina de los herejes hace que resplandezca y sobresalga lo que enseña vuestra Iglesia y se sepa lo que es sana doctrina. Así es que conviene que haya herejías para que se descubran los probados y escogidos entre los que son flacos y vacilantes en la fe. |
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