24. Buscaba entonces el camino de adquirir aquella robustez que es necesaria para gozar de Vos, y no podía hallarle hasta que me abrazase con Jesucristo, mediador entre Dios y los hombres, ensalzado sobre todas las criaturas y verdadero Dios bendito y alabado por todos los siglos, el cual me estaba llamando y diciendo: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Él es quien envolvió en carne aquel manjar, que por falta de fuerzas no podía yo comer, porque el Verbo eterno se hizo carne para que vuestra increada sabiduría, con que creasteis todas las cosas, pudiese ser alimento suavísimo y proporcionado a nuestra pequeñez e infancia. Pero como yo no era humilde, no me abrazaba con mi Señor Jesucristo, que se había humillado tanto, ni sabía yo qué virtud nos enseñaba vistiéndose de nuestra flaca y débil naturaleza.
Porque vuestro divino Verbo y verdad eterna, siendo infinitamente superior a la más noble porción de vuestras criaturas, levanta hasta sí mismo a los que se le humillan y sujetan; y acá abajo, en la inferior porción del universo, se dignó edificar para sí mismo una humilde casa de nuestro propio barro, para enseñar con el ejemplo de tan profundísima humildad que depusiesen su orgullo los que habían de ser sus súbditos y siervos, y que a fuer de humildes había de trasladarlos y ensalzarlos hasta sí mismo. Sanando en ellos la hinchazón de su soberbia, les inspiró su amor y caridad, para que la necia confianza en sí mismos no los apartase y llevase cada vez más lejos, antes bien reconociesen su bajeza, viendo a sus pies humillada la Divinidad, por haber participado del traje tosco de nuestra naturaleza, para que en sus apuros y trabajos se arrojasen a los pies de Su Majestad humanada, que al exaltarse gloriosa los levantara del polvo de la tierra a la mayor altura. |