20. No están en su sano juicio los que se desagradan de alguna de vuestras criaturas, como yo no lo estaba cuando no me gustaban muchas de las cosas que Vos habéis creado. Y porque mi alma no se atrevía a descontentarse de Vos, Dios mío, no quería reconocer por obra vuestra la que me desagradaba. De aquí provino el seguir la sentencia de las dos sustancias, pero no se aquietaba mi alma con aquel sistema y hablaba cosas extrañas. Y retirándose de él, llegó mi alma a formar allá a su modo un dios, que se extendía por infinitos espacios y ocupaba todos los lugares, y juzgaba que Vos erais este dios, al cual había colocado en su corazón: así es como ella se había hecho segunda vez templo abominable a Vos de aquel ídolo suyo. Pero después que Vos curasteis mis delirios e ignorancias y me hicisteis cerrar los ojos de mi entendimiento para que no mirase ni atendiese a las quimeras vanas que interiormente veía, cesé algún tiempo de imaginar fantásticas ideas y se adormeció aquella mi locura. Al fin, desperté para pensar en Vos y vi que verdaderamente sois infinito, pero muy de otra suerte que yo me lo había figurado: esta vista o conocimiento no pertenecía a los ojos corporales. |