12. Pero aunque Vos, Señor, eternamente permanecéis, vuestro enojo no permanece eternamente contra nosotros, pues tuvisteis compasión de mí, que soy tierra y ceniza y fue del agrado vuestro el reformar mis deformaciones, y así, con interiores estímulos me inquietabais para que no sosegase hasta tener conocimiento de Vos, por medio de la vista de mi alma. Se iba disminuyendo mi hinchazón, con el medicamento que ocultamente me aplicaba vuestra divina mano; y la turbada y oscurecida vista de mi alma se iba aclarando y sanando de día en día con el fuerte colirio de los saludables dolores que interiormente pasaba. |