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Capítulo 6
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Confesiones |
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CAPÍTULO 6 |
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Desecha Agustín por vanas y engañosas las adivinaciones de los astrólogos |
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8. Ya también había yo desechado enteramente las engañosas predicciones y sacrílegas locuras de los astrólogos; y éste es, Dios mío, uno de los efectos de vuestras misericordias, por el cual os debo confesar y bendecir con todas las fuerzas de mi alma. Pues, Vos, Señor, Vos y no otro fuisteis quien me hizo este beneficio. Porque ¿quién puede librarnos y apartarnos de la muerte que nos acarrea todo error, sino Vos, que sois la vida que no puede morir y la sabiduría que sin necesitar de luz alguna ilumina los entendimientos que la necesitan, la misma con que es regido y gobernado todo el universo, hasta las hojas de los árboles que se lleva el viento? Vos procurasteis el remedio de aquella mi terquedad con que resistí y me opuse a Vindiciano, que era anciano agudo y docto, y a Nebridio, que era joven de un talento admirable: cuando el primero afirmaba resueltamente y el segundo, aunque con alguna duda, repetía muchas veces que no hay arte alguno para conocer las cosas venideras; pero que las conjeturas de los hombres tienen muchas veces fuerza, de suerte que diciendo los hombres multitud de cosas acertaban por casualidad a decir, entre tantas, algunas de las que han de suceder, sin saberlo los mismos que lo decían, sino tropezando a ciegas con la verdad de algunos sucesos, en fuerza de lo mucho que hablan. Vos, pues, Señor, hicisteis que yo tomase amistad con un hombre que acostumbraba consultar a los astrólogos sobre varios asuntos, aunque él no sabía mucho de la astrología, pero los consultaba, digo, por curiosidad, el cual sabía cierta especie, que decía habérsela oído a su padre, pero no advertía él mismo cuán poderosa era aquella especie para echar a rodar la opinión y crédito de tal arte. Éste, pues, que se llamaba Fermín, sujeto instruido en las artes liberales y en la elocuencia, hablándome como a su mayor amigo sobre ciertas cosas suyas, a las cuales aspiraba por la esperanza grande que tenía de adelantar su fortuna, me instaba que le dijese el juicio que yo formara de aquellas pretensiones, según su horóscopo y constelaciones que le correspondían; y yo, que por entonces ya había comenzado a inclinarme a la sentencia de Nebridio, no me excusé de hacer mis conjeturas y decirle lo que me ocurría como dudosamente; pero le añadí que estaba casi persuadido y convencido de que todas aquellas cosas y observaciones eran vanas y ridículas. Entonces él me contó que su padre había sido curiosísimo en la referida facultad, habiendo juntado y manejado muchos libros de esta materia, y que había tenido un amigo igualmente dedicado a la misma facultad, que habían estudiado juntos; que con igual deseo de adelantar en ella, conferenciaban los dos, y se comunicaban mutuamente sus reflexiones, como soplando y avivando el fuego que ardía en su corazón de adelantar en un estudio tan vano, de modo, que aun en los brutos que nacían en casa de ellos observaban los instantes de su nacimiento y la posición de los astros respecto de aquellos mismos instantes, para sacar de allí algunas experiencias con que apoyar aquella especie de arte. Así, refería él que había oído decir a su padre que al tiempo que su mujer y madre del mismo Fermín estaba embarazada de él, estaba también encinta una criada de aquel amigo de su padre, lo cual no se le pudo encubrir al amo, que con las más exquisitas diligencias procuraba examinar y saber aun los partos de las perritas de su casa. Y que había sucedido que teniendo en cuenta el padre de Fermín con el parto de su mujer y el otro amigo suyo con el de su criada, y contando uno y otro con la mayor exactitud los días, las horas, minutos y segundos de la preñez de entrambas, vinieron a parir las dos al mismísimo tiempo; de modo que se vieron forzados a aplicar a los recién nacidos las mismas constelaciones, sin distinción alguna, que el uno había observado para su hijo y el otro para su siervo. Porque luego que a las dos mujeres les comenzaron los dolores de parto, se avisaron los dos amigos mutuamente lo que pasaba en la casa de uno y otro, y previnieron mensajeros de ambas partes, que al punto que supiesen lo que había nacido en cada una de las casas, lo avisasen a la otra sin dilatación alguna. Y como dueños que eran respectivamente de sus casas, con mucha facilidad habían dispuesto que al instante que se verificase el parto, se le hiciese saber al mensajero que estaba prevenido. Y así decía que los dos que habían sido enviados, se vinieron a encontrar uno a otro puntualmente en medio del camino y en tal distancia de las dos casas, que ni el padre de Fermín ni su amigo pudiesen notar diversa posición de astros, ni la más mínima diferencia de tiempo con que distinguir el horóscopo de los dos recién nacidos; y no obstante Fermín, como nacido de familia distinguida en su país, seguía las carreras más lustrosas del siglo, se iba aumentando en riquezas y sublimando en honras; y el otro, sin poder sacudir el yugo de su servidumbre, servía como esclavo a sus señores, según contaba el mismo Fermín, que le había conocido. 9. Oídas por mí estas cosas, y creídas también por habérmelas contado tal sujeto, toda aquella oposición y resistencia que yo había hecho a las persuasiones de Vindiciano y Nebridio se desarmó enteramente y se deshizo. Y lo primero que intenté fue apartar al mismo Fermín de aquella vana curiosidad, diciéndole: que para responderle con verdad a lo que me había preguntado después de contempladas bien sus propias constelaciones, había de haber visto en ellas que sus padres eran de lo más principal que había en su tierra, que su linaje y familia eran de la mayor nobleza de su propia ciudad, que habían concurrido en su nacimiento las circunstancias más honrosas que había tenido buena crianza, y los progresos que había hecho en el estudio de las artes liberales. Pero si aquel otro siervo me hubiera consultado sobre las mismas constelaciones (que correspondían a su nacimiento del mismo modo que al de Fermín), para que yo pudiera responderle la verdad, sería también necesario haber visto en ellas la bajeza de su linaje, su condición servil y todas las demás circunstancias suyas, que eran tan distintas y contrarias de las otras que allí mismo había yo antes visto y descubierto. Conque si viendo unas mismas constelaciones e influencias tenía que pronosticar y decir distintas y contrarias si había de acertar, y si pronosticaba los mismos acaecimientos y las mismas cosas al uno y al otro, erraba precisamente mi pronóstico, es argumento certísimo que prueba evidentemente que aquellas cosas que se aciertan después de vistas y observadas las constelaciones, se aciertan por casualidad y no por arte ni reglas; y al contrario, que si las predicciones de esta clase salen falsas, no es por ignorancia de aquel arte, sino por falibilidad y yerro de la suerte. 10. Tomando de aquí principio y meditando todo esto dentro de mí mismo para que ninguno de aquellos delirantes que vivían de hacer estas predicciones (con los cuales deseaba yo verme para argüirlos y ridiculizarlos), burlase la fuerza del argumento, con decir que Fermín me habría engañado a mí en aquella relación, o que su padre le habría engañado a él, para evitar, digo, que tuviesen este efugio, puse la consideración en el nacimiento de los que nacen juntos y se llaman mellizos: muchos de los cuales nacen tan inmediatamente uno tras otro, que aquel brevísimo espacio que media entre los dos, por más fuerza que tenga en la naturaleza para diferenciarlos, según pretenden los astrólogos, no hay diligencia ni observación humana que baste a conocerle o advertirle; ni puede señalarse en aquellos caracteres y figuras que tiene que mirar el astrólogo para hacer verdaderos sus pronósticos. Pero es imposible que en este caso salgan verdaderos, porque mirando unos mismos caracteres y figuras que correspondían al nacimiento de Jacob y Esaú, debería un astrólogo pronosticar las mismas cosas respecto de entrambos, siendo así que en uno y otro fueron muy diferentes los sucesos. Conque si para entrambos anunciaba las mismas cosas, salían falsos sus pronósticos; y si salían verdaderos, sería no anunciando ni diciendo las mismas cosas para entrambos, no obstante que eran unas mismas las figuras y caracteres que veía convenir al uno y al otro: de donde se sigue, que si hubiera acertado en sus pronósticos, acertaría por casualidad, y no por regla de alguna ciencia o arte. Vos, Señor, que perfectísimamente gobernáis todo el universo, hacéis por medio de un influjo y dirección imperceptible que cuando alguno consulta a los astrólogos sobre algún suceso, sin saberlo ni advertirlo los consultados, ni los que los consultan, cada uno reciba aquella respuesta que le corresponde, atendidos los méritos de su alma: nace aquella respuesta del abismo impenetrable de vuestro juicio, siempre justo y recto, que ningún hombre debe extrañar, diciendo: ¿Qué viene a ser esto?, ¿para qué es esto? No diga tal cosa, no la diga, porque él no puede salirse de los límites de hombre. |
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