3. Bástame, Señor, contra aquellos hombres engañosos y engañadores de otros, habladores mudos, porque no se oía de su boca vuestra divina palabra, bástame, digo, para confundir a los maniqueos el argumento que mucho tiempo antes, estando nosotros en Cartago, había propuesto Nebridio, que nos hizo mucha fuerza a todos los que le oímos. Porque preguntaba él: ¿qué haría contra Vos aquella no sé qué raza de tinieblas (que los maniqueos dicen ser una gran masa opuesta a Vos), dado caso que Vos no quisieseis pelear contra ella? Pues si responden que todavía podía haceros algún daño, sería decir que Vos no sois inviolable e incorruptible; si por el contrario, respondieran que de ningún modo os podría dañar o hacer algún perjuicio, en tal caso no pueden señalar causa o motivo de reñir y pelear, y menos para pelear y reñir como ellos dicen, esto es, de tal modo, que una porción o miembro de vuestra sustancia, una producción de vuestra sustancia misma, se mezclaría con las potestades contrarias a Vos, que eran naturalezas que Vos no habíais creado, y de tal suerte la corrompían y trocaban de buena en mala, que su felicidad y bienaventuranza se convertía en infelicidad y miseria, y venía a tener necesidad de auxilios que la librasen de aquel estado y la purificasen de las manchas que había contraído. Esta porción de vuestra sustancia decían que era nuestra alma, a la cual viéndola así esclavizada, manchada y corrupta, la venía a socorrer vuestro divino Verbo, que había quedado libre, puro y entero, pero que también él mismo era corruptible, como de la misma naturaleza y sustancia que había sido corrompida.
Por lo cual, si los maniqueos decían o confesaban que Vos o vuestra sustancia, sea ella la que fuese en sí misma, era incorruptible, se seguía claramente que todo aquello que decían era falso y detestable; y si decían que era corruptible vuestra sustancia propia, ello mismo se daba a conocer por falso y abominable desde luego. Bastábame, pues, este argumento solo contra los maniqueos para desechar y arrojar fuera de mí toda la doctrina de que me tenían imbuido y con que mi corazón estaba oprimido y angustiado, porque no tenían salida alguna que dar al argumento, sin que cayesen su corazón y su lengua en el horrible sacrilegio de creer y proferir estas blasfemias. |