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Capítulo 16
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Confesiones |
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CAPÍTULO 16 |
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Cómo nunca llegó a perder el miedo de la muerte y del juicio |
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26. Alabado y glorificado seáis, Dios mío, fuente inagotable de misericordia. Yo cada día me iba haciendo más miserable y Vos cada día os ibais acercando más a mí. Ya vuestra mano diestra y poderosa me iba a asir para sacarme del cieno y lavar todas las manchas y yo no lo conocía. Ninguna cosa me estimulaba más para salir del abismo profundo de los deleites carnales en que estaba atollado, que el miedo de la muerte y de vuestro juicio final, miedo que nunca se apartó de mi alma, no obstante la multitud de opiniones que seguí en otras materias. Decía, hablando con mis amigos Alipio y Nebridio acerca del fin que habían de tener los buenos y los malos, que por mi voto se hubiera llevado la palma Epicuro entre los demás filósofos, si no fuera porque yo creía ciertamente que después de la muerte le quedaba otra vida a nuestra alma, y el premio o castigo correspondiente a sus obras, lo cual nunca quiso creer Epicuro. «Dado caso que nunca hubiésemos de morir, les proponía yo, y que continuamente estuviésemos gozando de deleites corporales, sin temor alguno de perderlos nunca, ¿qué nos faltaría para ser bienaventurados o qué otra cosa habría que apetecer?». Y es que no conocía que este mismo modo de pensar era parte de mi gran miseria, pues por estar yo tan anegado y ciego, no se levantaban mis pensamientos hasta la luz de aquella purísima y soberana hermosura, que por sí misma merece ser amada, la cual no se ve con los ojos corporales, sino solamente con los ojos del alma. Ni siquiera consideraba, miserable de mí, el principio y fuente de donde dimanaba el placer y gusto con que yo trataba con mis amigos estas mismas cosas, aunque torpes y feas; ni tampoco sin ellos pudiera ser bienaventurado, según el modo de pensar que yo tenía entonces, por más que gozase de la mayor abundancia de deleites corporales. A estos amigos los amaba sin interés alguno y conocía que ellos me correspondían, amándome también del mismo modo. ¡Oh torcidos caminos de los hombres! ¡Desdichada el alma que se atreve a esperar que había de hallar mejoría alejándose de Vos! Por más vueltas que dé, atrás y adelante, a los lados, hacia todas partes, cuanto halle será tormentos, y sólo en Vos encontrará su descanso. Vos, Señor, estáis siempre presente y prevenido para librarnos de todos nuestros lamentables extravíos y nos ponéis en el camino vuestro, y nos consoláis y animáis, diciéndonos: Ea, corred por este camino vuestro, y nos consoláis y animáis, diciéndonos: Ea, corred por este camino, que yo os iré sosteniendo, yo os conduciré hasta el fin y os colocaré en donde deseáis. |
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